Hay muchas formas de triunfar en
la vida, pero sobre todo hay dos: la más espectacular es cuando el triunfo se
convierte en éxito y el triunfador es aclamado por las multitudes; la otra
forma, más callada, es la del hombre constante que triunfa más despacio y su
obra, tan sólida o más, tarda en alcanzar un reconocimiento. Mozart y Haydn,
para que me entiendan. Los partidarios de Mozart dirán que fue superior a
Haydn, que fue un genio de la música y que, a pesar de su corta vida, escribió
obras maestras intemporales; los que
simpatizan más con Haydn, como quien
esto escribe, dirán que fue menos espectacular pero más profundo, y que sentó
las bases de la música sinfónica. La realidad es que ambos compositores se
complementaron, se necesitaron, se admiraron y además fueron amigos.
Haydn inventó la sinfonía y el
cuarteto de cuerda; Mozart engrandeció estas formas y superó a Haydn en la
ópera. Los tríos para violín, contrabajo y piano de Haydn son insuperables; las
sonatas y los conciertos para piano de Mozart marcaron el camino a Beethoven.