miércoles, 28 de octubre de 2015

Noche transfigurada


Cuando la música empezó a cambiar, cuando también cambiaba la pintura y la literatura, cuando el arte, cualquier arte, se encogía sobre sí mismo para lanzarse al abismo de la modernidad, hubo una pequeña obra musical, un sexteto de cuerda, que juntó el pasado y el futuro de la música. La compuso el austriaco Arnold Schönberg,
Egon Schiele. Arnold Schönberg
en 1899, cuando aún no había desarrollado la música atonal por la que sería recordado y en su mente flotaban todavía resonancias de Brahms y Wagner. Esta obra se titula "
Verklärte Nacht (Noche transfigurada)", y está basada en el poema de Richard Dehmel del mismo título. La pieza se divide en cinco secciones, que corresponden a las cinco partes del poema, y cada sección es una metáfora de la narración. Su estreno en 1902 fue controvertido por las armonías avanzadas de Schönberg y en parte por el contenido sexual del poema de Dehmel.
Estos son el poema y la música:
      
      Dos personas caminan a través de un desnudo bosque frío;
      La luna corre sobre ellos, se miran en ella.
      La luna corre sobre los altos robles;
      ni una nube oscurece la luz del cielo
     donde las negras ramas se extienden.
     La voz de una mujer habla:

    “Llevo un niño, y no es tuyo,
     camino en pecado junto a ti,
     he cometido una gran ofensa contra mí misma.
    Yo ya no creía que pudiese ser feliz,
     y sin embargo, tenía el fuerte deseo
     de sentir la plenitud, la felicidad de ser madre.

     Y por ello, he cometido un descaro,
     así que, temblando, entregué mi sexo
     a los brazos de un hombre extraño,
     y así quedé embarazada de él.
     Ahora la vida se ha cobrado su venganza:
     Ahora te pertenezco, oh, te he encontrado.”

     Ella camina con paso torpe.
     Ella levanta la vista; la luna corre sobre ellos.
    Sus ojos oscuros se ahogan en la luz.
    La voz de un hombre dice:
   “Ese niño, ese que tú has recibido,
    su alma no es una carga.
    Sólo hay que ver ¡cuán claro brilla el universo!
    Hay un resplandor en todas las cosas
    Tú vas a la deriva junto a mí en un océano frío,
    pero una calidez especial parpadea
    desde ti hacia mí, desde mí hacia ti.

  Esa llama transfigurará al niño,
  al que tú le darás vida, como si fuese mío.
 Tú me has traído la luz,
 Tú has hecho un niño de mí.”
 Él posa su mano en sus anchas caderas
 mientras sus alientos se entremezclan en el aire.
 Dos personas caminan a través de la alta noche brillante.


domingo, 25 de octubre de 2015

El mito de Don Juan


"La noche de Varennes". Ettore Scola, 1982.

Con frecuencia se olvida que Don Juan es un personaje inexistente. Es un mito, como lo es Fausto, surgido del inconsciente colectivo y posteriormente moldeado por diversos autores, según su propio criterio o atendiendo a los convencionalismos éticos y morales de cada época. Así, lo que la filosofía, la literatura o la música nos ofrecen sobre este personaje, no debería ser atribuido a una personalidad simbólica, a un icono definido, como es lo habitual, sino al imaginario popular, que es el que crea a Don Juan con sus virtudes y sus defectos, no como persona sino como expresión de un sentimiento colectivo. No se debe, por tanto, comparar a la figura de Don Juan con libertinos vivos o extintos, como Giacomo Casanova, ya que éste y otros actúan a nivel personal, inspirándose o no en el mito. (Se dice que el caballero Casanova ayudó a Da Ponte en la elaboración del libreto de Don Giovanni).
Tanto Don Juan como Fausto son mitos relacionados con el sexo, aunque una mínima reflexión basta para preguntarse si hay algún mito en el que no exista subyacente esta poderosa fuerza vital. Don Juan, un depredador del amor, se caracteriza por la cantidad (muchas conquistas), mientras que Fausto lo hace por la calidad (consagra su pasión a una sola mujer), pero en los dos hay una rebelión frente a lo establecido, una lucha contra Dios, cuyo antecedente inequívoco es el mito de Prometeo. Foucault lo explica: "Los dos grandes sistemas de reglas que Occidente ha concebido para regir el sexo -la ley de la alianza y el orden de los deseos- son destruidos por la existencia de Don Juan". Se ha equiparado el instinto del poder con el instinto sexual, y etiquetado a ambos como los grandes motores de la humanidad. Pero no son fuerzas independientes, porque desde la más remota antigüedad se sabe que quien controla el sexo controla el poder. No hay instinto biológico más penalizado que el sexo, y no solo por las religiones, sino también por las diferentes normas éticas y sociológicas que han regulado las sociedades humanas. Aún hoy, no nos hemos desprendido de esa lacra.
El mito de Don Juan entraña una contradicción aparente. Es una figura que a pesar de su manifiesta depravación, gusta al pueblo, y, más aún si cabe, a grandes dramaturgos, novelistas y músicos que reeditan el personaje a través de los años, sea para condenarlo o ensalzarlo. ¿Cómo se explica que un individuo detestable, a menudo tachado de insensible y carente de inteligencia, se haya convertido en fuente de inspiración intelectual desde su origen hasta nuestros días? Quizás, en vez de estudiar la supuesta psicología de Don Juan, habría que mirar los deseos ocultos o reprimidos- sin distinción de género- de ese imaginario colectivo que es, a la postre, el que ha originado y hecho perdurar el mito. 
Visto de esta manera, Don Juan es un malvado, pero al ser también un luchador contra la represión y despreciar lo establecido, sintoniza con el sentir popular que se mimetiza en él para ser desagraviado. De Tirso a Mozart, la gran mayoría de los autores que retoman el mito lo condenan y, aun así, en el imaginario popular sigue siendo un héroe.Pero con una condición: que al final su maldad sea castigada. Esta es la contradicción, que no lo es en realidad, porque más que contradicción es un proceso complementario: bien está que el gran seductor se burle de lo divino y de lo humano, pero la conciencia religiosa del pueblo  debe quedar ilesa, no se puede permitir que un redomado pecador escape del infierno, porque si el héroe-pecador se salva, ¿para qué sirve la sacrificada vida que lleva un buen cristiano con objeto de salvar su alma?
El Romanticismo trata de dulcificar un poco las cosas, dándole al abyecto personaje la posibilidad de redimirse por amor, pero al hacerlo destruye el mito: Don Juan no es nadie sin su orgullo desmedido, sin su sensualidad sin límite, sin su desprecio de la muerte. Don Juan se humaniza al aproximarse a un nuevo gusto popular: como el más común de los mortales goza, peca, sufre, se arrepiente y se salva. Pero deja de ser un mito.

¿Qué queda del personaje en la actualidad? Muy poco. Para que Don Juan exista, tienen que existir a su vez mujeres incautas que se dejen seducir y comendadores que quieran vengar su honor mancillado. Estos últimos, escasean, y la mujer actual ya no teme a los seductores, si no es ella misma la seductora. Los seductores modernos envejecen, forman una familia y tienen hijos, como previó Kierkegaard en "Diario de un seductor". 

En “La noche de Varennes” (Ettore Scola, 1982), un Casanova ya viejo, interpretado por Mastroianni, se encuentra con una mujer joven que queda prendada de él, o quizás de su fama, y el eterno seductor, ya vencido, le dice: “te encontré demasiado tarde en la vida y tú me encontraste demasiado temprano”.


viernes, 9 de octubre de 2015

El sentido de la vida

Paul Gauguin - D'ou venons-nous? Que sommes-nous? Ou allons-nous? 1897, Museo de Bellas Artes (Boston), Boston, MA, USA
 Un capítulo de mi libro "El laberinto de Dios"

El sentido de la vida
Yo vivo, y por tanto mi vida debe tener algún sentido. Esta puede ser una manera de formular la pregunta sobre el sentido o significado de la vida, cuestión no resuelta que ha ocupado un lugar preferente en la historia de la filosofía. La mayor parte de los pensadores ha restringido esta pregunta al sentido de la vida humana, en razón a que solo nuestra especie tiene capacidad para preguntarse por el significado de su vida. Pero la vida es independiente de la conciencia y por consiguiente el hecho de vivir afecta tanto al ser humano como a cualquier otro ser vivo. Sin embargo la especie humana es, por lo que sabemos,  la única  que conoce que su vida está limitada en el tiempo, y es precisamente esa certeza de la muerte la que nos impulsa a preguntarnos  por qué y para qué vivimos.

El hombre rechazó siempre la idea de que la muerte fuera el final absoluto de su persona; el cuerpo material desaparecía, eso era innegable, pero su "yo", su "espíritu", su "alma" o como quiera llamarse esa supuesta parte no material del ser no podía extinguirse con la muerte. La creencia en otra vida se remonta al principio de la humanidad, ya que además de mitigar el miedo a la muerte, proporcionaba un sentido a la existencia. Vivimos y morimos, para seguir viviendo en otra vida que es eterna. Las diferentes religiones han ofrecido su particular interpretación de cómo sería esa otra vida, ya que todo lo relacionado con el espíritu y la vida después de la muerte ha sido durante siglos  competencia casi exclusiva de la clase sacerdotal, única capaz de interpretar la revelación del dios o los dioses correspondientes. La existencia de otra vida se convierte así en un importante instrumento  regulador de la conducta del ser humano, ya que éste alcanzará un premio o un castigo según sus merecimientos durante tránsito terrenal. El budismo no admite dioses ni vida eterna en el mismo sentido que las religiones judeocristianas, pero tampoco escapa a la esperanza de otra vida después de la muerte mediante la reencarnación. Por tanto, para el creyente, sea cual sea esa creencia, la vida es solo un tránsito, y su sentido está más allá de la vida misma: procurar que nuestras obras, nuestros pensamientos y nuestros anhelos se adapten a un determinado código para, después de la muerte, alcanzar otra vida en la cual, si hemos cumplido, disfrutaremos del bien absoluto en sus distintas versiones.

Para el no creyente es más difícil encontrar un sentido a la vida. Si como afirma la ciencia no existen dioses creadores, el universo y la vida surgieron por azar, no hay un más allá y nuestra conciencia es solo una consecuencia biológica de la evolución, la vida humana no tiene más sentido que la de un chimpancé. Pero esta proposición es difícil de aceptar y ha sido uno de los problemas que más han preocupado a los filósofos. Para Albert Camus juzgar si la vida merece la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. El dilema es por tanto suicidarse o no. Para Heidegger, el hombre habita el mundo, que es su morada, y lo organiza de acuerdo con sus proyectos y decisiones, en cambio el animal, se limita a corretear por el mundo. Nietzsche se acerca a Epicuro y propone hallar el sentido de la vida realizando lo que a uno le hace feliz, de tal manera que si volviera al pasado volvería a hacer lo mismo, creando así un bucle infinito que confirma el acierto de nuestros actos respecto a nuestra razón. Es más racional la visión de Wittgenstein: “Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado”. “La explicación del sentido del mundo debe quedar fuera del mundo [...] sólo podríamos decir cosas sobre el mundo como un todo, si pudiésemos salir fuera del mundo, es decir, si dejase de ser para nosotros el mundo".

A menudo el hombre encuentra dramático que la vida pueda no tener sentido. Este pensamiento le angustia, porque parece forzoso que la inteligencia humana, muy superior a la de otros animales, no sea un hecho fortuito en la naturaleza. Y si lo es, habría que plantearse, como Camus, si merece la pena vivir una vida sin sentido. Para John Gray esa frustración nace de la deprivación de un cristianismo que todavía no hemos conseguido superar. Durante siglos la Iglesia se ocupó de responder a esta preguntas y sus dogmas influyeron no solo en la filosofía sino también en la ciencia incipiente. Revolucionarios hallazgos científicos, las leyes de Newton, por ejemplo, no eran sino el refrendo de la obra de Dios. En el Renacimiento y después en La Ilustración se produjo una escisión, una rebelión frente al poder religioso, sustituyendo la fe por la razón y la teología por la ciencia. Así surgió el humanismo, un movimiento que renunciaba Dios, pero aceptaba  la supremacía del ser humano como especie capaz de ser dueña de su destino, lo cual no era sino una versión secular del cristianismo (Gray). El hombre seguía siendo el rey de la creación (aunque nada hubiera sido creado) y su privilegiada inteligencia  construía esa abstracción que llamamos progreso. Si se descarta el premio después de la muerte, el sentido de la vida hay que buscarlo en la vida misma. Para Carlos Marx, por ejemplo,  el sentido de la vida está en la lucha, tanto la individual o personal como la social, por la redención del hombre de toda forma de esclavitud y explotación. Jaspers cree que el sentido de la vida solo es válido en una dimensión subjetiva: es el móvil supremo de la conducta humana, es la ley que rige la toma de decisiones del individuo en su acción social e individual. Para Epicuro el sentido de la vida es evitar el dolor, la cumbre del placer es la simple y pura destrucción del dolor.

martes, 6 de octubre de 2015

Versión original


Cuando yo era joven, escuchar las canciones de música pop en otra versión que no fuera la original era casi un sacrilegio. No era un capricho, por lo general las segundas o terceras versiones de una canción rara vez alcanzaban la calidad de la versión original, que éramos capaces de reconocer con solo escuchar los primeros compases. Hoy vamos a recordar algunas excepciones a esta regla.

The first time ever I saw your face. Es una canción folk de 1957 escrita por el activista británico Ewan MacColl para su amante, la cantante Peggy Seeger. La canción pasó sin pena ni gloria y solo en 1962, cuando fue grabada por The Kingston Trío, alcanzó una discreta notoriedad. Existen versiones de otros grupos folk, como Peter, Paul and Mary y The Brothers Four, que tampoco hicieron despegar esta composición.

Escuchen la poco afortunada versión original de Peggy Seeguer, cuya voz no era lo que dice agradable.


Esta canción alcanzó el éxito absoluto en 1972,  en la voz de la cantante y pianista Roberta Flack, que se olvidó del ritmo folclórico original, transformándola en una balada romántica. ¿Pero cómo se le pudo ocurrir a su autor componer una  folk song con esta letra?:
The first time ever I saw your face
I thought the sun rose in your eyes
And the moon and the stars were the gifts you gave
To the dark and the endless skies, my love
To the dark and the endless skies.

Roberta Flack deshizo la incongruencia: su voz rezumaba sensualidad por todos los poros. Escúchenla.



A pesar del éxito, MacColl siempre renegó de la versión de Flack y sucesivas versiones.

My way. Esta balada es una adaptación al inglés, realizada por Paul Anka, de la canción francesa "Comme d'habitude", escrita por el cantante pop Claude François y Jacques Revaux, con letra en francés de Claude François y Gilles Thibaut, en 1967. Claude compuso esta canción después de haber roto su relación sentimental con la cantante francesa France Gall, que había sido la ganadora, dos años antes, del Festival de Eurovisión con la mil veces oída cancioncilla "Poupée de cire, poupée de son", compuesta por Serge Gainsbourg.  


No sé si "Comme d'habitude" triunfó en su país, pero no recuerdo que llegara a España. Paul Anka la escuchó durante unas vacaciones en el sur de Francia y voló a Paris para negociar los derechos de la canción. Dejó dicho: " Era una grabación malísima, pero me pareció que tenía algo". Un tiempo después estuvo cenando con Frank Sinatra en Florida. El croonner le confesó: "Voy a dejar este negocio. Me pone enfermo y, además, me estoy yendo a la mierda". Cuando regresó a Nueva York, Anka desempolvó la canción de François, escribió otra letra en inglés (que no tenía nada que ver con la original) y trabajó en la música. A las cinco de la mañana telefoneó a Sinatra, que estaba en Las Vegas, y le dijo: "Tengo una canción para ti". Sinatra grabó "My way", la canción que enderezaría su carrera,  en diciembre de 1968. El resto ya lo saben, "My way" se convirtió en un estándar y es una de esas canciones que hemos oído hasta la saciedad.
Les dejo la versión de Paul Anka que está menos oída.


Spanish Eyes. En la década de los sesenta se pusieron de moda, en la música pop,  las composiciones instrumentales. Antiguos directores de orquesta, que hasta entonces habían actuado en cabarets y night clubs, grabaron discos de éxito. Uno de ellos, el alemán Bert Kaemfert, popularizó en Europa piezas orquestales bailables como "Wonderland by night" y "Moon over Naples". 



En 1965 Eddie Snyder y Charles Singleton, escribieron una letra para "Moon over Naples" y la rebautizaron como "Spanish eyes", pensando, tal vez, que la música italiana se adaptaba sin problemas a la mujer española. El cantante elegido fue Al Martino, un crooner de segunda fila que se haría de oro con "Spanish Eyes", una de las canciones más grabadas de la historia. Martino aumentaría su popularidad en 1972 interpretando al cantante Johnny Fontana en la película de Coppola "El Padrino".