sábado, 17 de mayo de 2014

Reflejos


El Jilguero

No voy a poner ejemplos, pero hay novelas largas con las que he disfrutado. Y al revés, hay otras, cortas o normales, que se me han caído de las manos a las primeras de cambio. No todos los libros de más de 500 páginas son insufribles, pero hay que escribir muy bien para justificar ese caudal narrativo. Casi todas las novelas actuales oscilan entre 250 y 300 páginas, quizá porque estadísticamente esa longitud es la más adecuada para que la mayoría de los escritores cuenten lo que quieren contar. Pero, ya digo, no tengo ninguna prevención hacia las más extensas, aunque siempre tengo presente el famoso comentario que hizo un crítico norteamericano sobre una novela de más de 800 páginas: "Mi mejor consejo es que no la lean; el segundo es que no dejen que les caiga en un pie".

Antes tenía el prurito de terminar todos los libros que empezaba. Ahora si me aburren los dejo. Me da igual que sean dramáticos, poéticos, policíacos o costumbristas. Una novela es como el gin tonic de media tarde: si no te entra bien es mejor dejarlo. Cuando era joven un amigo me recomendó que leyera el "Ulises" de James Joyce. "¿A ti te ha gustado?" le pregunté. "Es insufrible hasta más de la mitad del libro. Pero luego empieza a gustarte y acabas encantado", me contestó. No me pareció muy alentador, así que no lo leí entonces, que era cuando había que leerlo, y no creo que a estas alturas me anime. No importa; uno no puede leer todas las obras maestras de la literatura ni tiene por qué hacerlo. Estas cosas se pueden decir ahora, a una edad en la que uno le ha perdido el respeto a casi todo; cuando éramos jóvenes era un pecado cultural no haber leído tal o cual libro y algunos los leíamos casi por obligación. Una equivocación, hay que leer -creo que ya lo he dicho- lo que a uno le conmueve, lo que le llega, lo que hace que te identifiques con un relato y que, mientras dura su lectura y mucho después, forme parte de tu vida. Y da igual que sea un libro clásico, de culto, de vanguardia o de entretenimiento. Lo importante es que se establezca esa sintonía invisible entre el escritor y el lector.


Empecé a leer "El Jilguero", una novela muy voluminosa de la escritora Donna Tartt que ha ganado el Premio Pulitzer, y lo abandoné hacia la página 60. Puede que hubiera empezado a gustarme a partir de la 350, pero he preferido no arriesgarme. Si a alguno de ustedes le gusta esta novela, enhorabuena; pero si, como a mí, se les cae de las manos, procuren que no sea sobre un pie.