domingo, 29 de junio de 2014

Tritono


En el momento preciso

Hay personas y sucesos que triunfan súbitamente o se hacen populares al llenar un espacio que inexplicablemente estaba desierto. En 1954 Françoise Sagan, con solo 18 años de edad, publicó la novela Bonjour tristesse que se convirtió en un éxito mundial. Contaba la historia de una adolescente adicta a la vida fácil, los coches rápidos, las residencias burguesas y el sol; el libro rezumaba una mezcla de nihilismo y sensualidad, de indiferencia y desencanto. La escritora retrató la juventud de su época, contó lo que nadie se había atrevido a contar. Es decir, llenó un hueco vacío, hizo lo que había que hacer en el momento preciso y se convirtió en un icono juvenil. Luego escribió más novelas, pero ninguna alcanzó la resonancia de la primera.

Creo que el inesperado triunfo electoral de Podemos en nuestro país puede explicarse de la misma manera. Al fin y al cabo este nuevo partido solo es, por el momento, un eco del descontento social; hasta ahora su líder se ha limitado repetir y a hacer suyas, en diversos foros, las críticas que los ciudadanos normales hacemos a diario sobre el caos político y económico que nos invade. Podemos ha capitalizado el  descontento popular y ha propuesto cambios, pero como ha dicho acertadamente un comentarista "su función en el momento actual es expresiva, no programática". Han sido acusados, y no sin razón,  de populistas, ya que efectivamente proponen cambios atractivos, pero no dicen cómo pueden llevarse a cabo. La mecánica política institucional es muy compleja y se necesita algo más que idealismo para convertirse en un partido político bien consolidado.


Esto no es un juicio, no sería sensato juzgar algo que de momento es solo un proyecto: se necesitan hechos que materialicen esas ideas. No basta con protestar contra la ineficacia de nuestros políticos, la corrupción, la ley del aborto, los desahucios, el paro y todo lo demás. Eso ya lo hacemos todos. Hay que ver si Podemos mantiene su trayectoria, si sus postulados, cuando los tenga, son factibles, y veremos qué ocurre cuando necesite financiarse como lo hacen todos los partidos. 

Por el momento, Pablo Iglesias ha publicado su Bonjour tristesse. Quedamos a la espera de la siguiente novela.   

domingo, 22 de junio de 2014

Pueblos


Lo que leemos

Hay una expectación especial cuando abrimos un libro y comenzamos  su lectura sin saber lo que nos espera, sin conocer si el libro ha tenido buenas o malas críticas y sin que nadie, un amigo, un familiar, nos haya recomendado leerlo. En ocasiones uno se guía por el nombre del autor, porque antes ha disfrutado con sus escritos previos, pero otras veces, ante un escritor desconocido, uno se arriesga a empezar la lectura atraído por la portada o por el breve resumen que precede al texto o, quizá, por una intuición especial que no se sabe de dónde viene, pero nos invita a seguir leyendo. Comenzamos el libro con la máxima atención esperando que en pocas páginas su contenido nos atrape, lo que no siempre sucede, aunque a veces basta con la primera línea: "Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor:", "Anoche soñé que había vuelto a Manderley". Y una vez que se establece ese lazo invisible, nuestra conciencia se abandona al curso del relato dejando que sea nuestro inconsciente quien se apropie de la belleza de la prosa, de la música de las palabras, de ese motivo secreto que siempre se esconde detrás de la escritura. Entonces uno ya lee como si estuviera dentro del libro, igual que oímos hipnotizados una sinfonía o nos extasiamos ante un paisaje.


Y nos da lo mismo que lo leído sea una novela, un ensayo, un poema o un artículo periodístico, porque no es la extensión lo que cuenta. Esto me ha ocurrido ayer con un artículo de Antonio Muñoz Molina (Una historia antigua. El País. Babelia. 21/6/14). Muñoz Molina ha escrito un artículo que podría haber sido una novela o, tal vez, ha escrito una novela en el corto espacio de un artículo. Nunca se sabe si es mejor alargar o recortar lo que se escribe. Es más, pienso que es la misma historia quien decide la extensión que precisa para ser contada. Jorge Luis Borges escribía argumentos o resúmenes de novelas, quizá porque pensaba que desarrollar esos esquemas era una pérdida de tiempo. Sea como fuere, en esos cortos escritos de Borges hay una insuperable aventura literaria. Puedo decir lo mismo del artículo de Muñoz Molina y, aunque haya imaginado la novela que podría haber sido (o pudiera ser en un futuro), lo he leído como si leyera un pequeño libro que luego he guardado entre mis favoritos.

viernes, 20 de junio de 2014

Génesis


De vacaciones

Como estoy de vacaciones me he visto la coronación al completo. Proclamación, no coronación, me dice Merche. Sí, bueno, proclamación. Debía de estar pensando en El Prisionero de Zenda, que es la coronación que con más fervor guardo entre mis recuerdos. (De algún modo han tenido suerte los futbolistas de que la proclamación coincidiera con la debacle de Maracaná; si lo de La Roja hubiera sido lo único noticiable estos días, los medios se hubieran ensañado). El discurso de Don Felipe me pareció correcto, pero me dejó un poco frío. No sé, yo esperaba algo menos previsible, más audaz. Que, por ejemplo, hubiera dicho: "De momento sigue la Monarquía; si más adelante la mayoría de los españoles prefieren otra forma de gobierno, ya se verá". Los Tirios habrían montado en cólera, pero los Troyanos hubieran dicho: bueno, algo es algo. ¿No les parece? A la postre "ya se verá" no compromete a nada.

Yo, la verdad, no me siento ni monárquico ni republicano y juraría que hay mucha gente que piensa de manera semejante. He vivido 34 años de dictadura y cuando subió al trono el rey Juan Carlos I pensé: Bueno, por lo menos ya somos algo bien visto. Siempre he tenido a mi alrededor republicanos y monárquicos. Pero no republicanos convencidos, sino personas nostálgicas de una República idealizada, la Segunda, que cometió no pocos errores. Y en el otro bando monárquicos, nostálgicos también de un rey aristocrático, que alternaba gobiernos liberales y conservadores (cuando no directorios militares), y hacía oídos sordos a la desigualdad social.

¿Y ahora qué? ¿Más de lo mismo? ¿O puede acaso un nuevo rey (o en su caso un presidente de la República, me da igual) hacer algo práctico para sacar a España de la devastación en que está sumida? Tristemente la respuesta es no. Tenemos un nuevo rey, más joven, más mediático, y eso le encanta a mucha gente; gente que no es monárquica ni republicana, pero que se entusiasma con las banderitas, los saludos y el papel cuché. Peor sería que, tras las elecciones de una hipotética Tercera República, hubiera salido presidente Don José María Aznar o Don Felipe González. De eso ya hemos tenido bastante.


Nota para cinéfilos. Cuando en El Prisionero de Zenda (la versión MGM) el coronel Sapt encuentra a Rudolf Rassendyll (el doble del rey de Ruritania) y éste le comunica que ha venido a pescar truchas y no piensa viajar a Strelsau, el militar exclama: "¡Se perderá la coronación!". Y Rassendyll contesta: "Tengo por costumbre perderme las coronaciones".

martes, 10 de junio de 2014

Green


Mirarse el ombligo



Escritores que critican a los lectores. Ya escribí algo sobre este asunto y hoy vuelvo a hacerlo. Miren, a mí, como a mucha gente, me gusta leer y me considero un lector empedernido sin que esto deba interpretarse como una vanagloria intelectual: no están en un nivel inferior los deportistas empedernidos, ni los que coleccionan sellos o se dedican con fruición al bricolaje. Cuando tenía 13 o 14 años un adulto me preguntó cuál era mi vocación. Respondí: la lectura y el sexo. Así que, ya ven, soy lector desde siempre.

A propósito de un libro de culto, Stoner, de John Williams, el escritor Vila-Matas ha dicho: "Stoner, que  es una discreta oda al trabajo bien hecho, lo han comprado 20.000 personas en nuestro país. Que amen el trabajo bien hecho y sepan leer de verdad debe de haber 30.000 personas en todo el país. Las demás, ramonean por las praderas. Por eso estamos tan mal”. Manda huevos el señor Vila-Matas. Por descontado él debe incluirse en ese grupo tan restringido. Déjenme decirles una cosa: ya está bien de intelectuales elitistas que solo saben mirarse el ombligo; florecen como amapolas en este país. ¿Acaso piensan que despreciando a la gente van a vender más libros? El escritor no elitista Eduardo Mendoza ha dicho: "Al fin y al cabo, cada uno vive la lectura como sabe, como puede o de cualquier manera". Escuche este sabio comentario, señor Vila-Matas, y disimule su megalomanía. Por cierto, nunca me ha gustado lo que escribe este escritor. Debo ser de los que ramonean por las praderas.

viernes, 6 de junio de 2014

Mosaico 1


En el día de hoy

¿Llegará un día en que termine nuestra guerra civil? Sí, la de 1936, la que ganó Franco, una guerra en la que los cañones enmudecieron hace tiempo pero sobrevive en el pensamiento de las personas y se transmite de generación en generación. Porque aquel lejano día de abril terminó la batalla, pero no la guerra. ¿Llegará un día en que no oigamos hablar de Paracuellos ni de Casas Viejas? ¿O que no se esgrima el asesinato de García Lorca contra el de Calvo Sotelo? ¿Llegará un día en que esos nombres y esos lugares figuren en los libros de historia con la misma sencillez que figuran las Guerras Púnicas o la batalla de Las Termópilas? ¿Cuándo acabará el rencor y empezará la historia?

No se trata de olvidar. Las guerras y los muertos nunca se olvidan, como no se olvidan las víctimas de un naufragio o de un desastre natural. Lo que no se puede es seguir viviendo en esa guerra tantos años después, en una guerra que ya es historia.

Vivimos ahora grandes cambios, grandes conmociones. Abdica un rey, decaen los grandes partidos, surgen nuevos líderes... y los inanes tertulianos seguirán vociferando: "¡Paracuellos!", "¡ADN franquista!", "¡Monarquía!", "¡República!", "¡Que viene el Frente Popular!" ¿No se han dado cuenta de que estamos en el siglo XXI, en el año 2014? ¿No comprenden esos descerebrados que es absurdo seguir con esa mierda? Sí, con esa mierda, porque todas las guerras lo son. Preocúpese quien le corresponda de que haya trabajo, libertad de pensamiento, honestidad, futuro para nuestros hijos. Todo lo demás nos importa un carajo.


Enterremos a los muertos con dignidad, a todos, porque todos eran españoles. Y tengamos memoria de lo que fue y ya no es, porque esa es la auténtica memoria histórica, no la que utilizan como señuelo demagógico nuestros queridos charlatanes. Puede que así, algún día, termine esta guerra.