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LA
BANDA DE LOS CUATRO
Eran
tan jóvenes como Tracy y me observaban como a un fenómeno de feria. Tracy me
dijo sus nombres. Jaime era un chico alto y flaco, de nariz larga y ojos
desdeñosos; su mirada estaba fija en mí, pero sus pensamientos parecían estar
en otra parte. Despertó en mí una instintiva hostilidad. Los ojos de Itciar
estaban brillantes de excitación; no era guapa, su cuerpo era desgarbado y sus
facciones angulosas, pero su sonrisa tenía un cierto atractivo; me causó mejor
impresión. El tercer muchacho se llamaba Daniel y su aspecto era menos
espiritual que el de sus amigos; era un gordito sonrosado y escaso de talla,
que acaso me miraba con más calidez que los otros; instintivamente decanté
hacia él mis simpatías. Tracy me pidió que repitiera la exposición de los
hechos, así que repetí con todo detalle
mi historia y esperé con paciencia el veredicto de los muchachos.
-Bueno,
¿qué os parece? -habló Tracy en primer lugar.
-Es
una buena historia -dijo Itciar.
Los
otros no hicieron comentarios.
-Le
he dicho a Adrián que puede contar con nuestra ayuda -añadió Tracy y los demás
asintieron -. Muy bien, entonces empecemos. Mi idea inicial es que hay que
descubrir a los asesinos de Artemisa. Para ello sería bueno contar con la
colaboración de los mismos que contrataron a Adrián, o sea la organización A.
Por tanto, nuestro primer objetivo podría ser establecer contacto con ellos. Es
verosímil pensar que deben estar interesados en que se produzca el contacto,
puesto que el mensaje no ha sido transmitido.
-Temo
que no sea tan sencillo -dije-. Muerta Artemisa, no creo que exista nadie capaz
de descifrar el mensaje. Calabor dijo con claridad que sólo Artemisa y él
conocerían la clave.
-Busquemos
entonces a Calabor -sugirió Jaime.
-No
quisiera resultar pesimista, pero eso va ser también muy difícil. Él dijo que
si fallaba algo me olvidara de la misión. Creo que sólo contaban con esta
oportunidad, y al fracasar, es posible que se desentiendan del asunto.
-O
sea -dijo Daniel-, que a los A, en el fondo, casi les viene bien que te carguen
el muerto.
-Eso
parece.
-Lo
mismo digo de los adversarios. Estarán encantados de que te busque la policía
-añadió Daniel y yo asentí sin hablar.
-No
están muy bien las cosas -dijo Itciar.
-Un
momento, un momento -intervino Tracy-. No tiremos la toalla tan pronto. Insisto
en que Adrián tiene algo que vender y hay que jugar con eso.
-Estoy
de acuerdo contigo, Tracy, pero me parece que no nos va ser fácil comunicarnos
con personajes misteriosos o con sociedades secretas -dijo Jaime-. Se me ocurre
una cosa: hay una mujer muerta, eso es un hecho, una mujer llamada Artemisa que
al parecer era bastante conocida socialmente. Podríamos investigar su vida, sus
relaciones, sus amigos. Podríamos empezar a hacer preguntas por ahí a ver qué
pasa. A lo mejor alguien se pone nervioso
-Es
una buena idea -admitió Tracy.
-¡Un
momento! -exclamé saltando de mi asiento-. Tengo algo que nos puede ayudar.
Corrí
a la habitación contigua y rebusqué en los bolsillos de mi chaqueta hasta dar
con la agenda de Artemisa. Se la mostré a los muchachos y expliqué cómo había
llegado a mi poder. Tracy me la arrebató e hizo correr las páginas.
-¡Bravo,
Parker! Está llena de nombres y teléfonos. Esto es un hallazgo. Vamos a ver...,
sí, aquí está: Julia Galván Díaz. Este debe ser el verdadero nombre de
Artemisa. Y también figura su dirección.
La
agenda pasó de unas manos a otras, hasta que Tracy la recuperó.
-Procedamos
con método -dijo revisando el librito -. Hay direcciones y teléfonos, pero
también hay anotaciones en las páginas finales. Hombre, qué curioso.
-¿Qué
has encontrado? -preguntó Itciar mirando por encima del hombro de Tracy.
-Hay
escritos unos versos.
-Venga,
Tracy, léelos.
Tracy
leyó despacio:
Anduvo,
anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le
vio la tarde pálida, le vio la noche fría
y
siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
-¿Qué
puede significar? -preguntó Itciar.
-¿Por
qué tiene que significar algo? -dijo Daniel - No saquemos las cosas de quicio,
por favor. No empecemos a ver mensajes secretos en cada línea. Mira, aquí otra
nota que dice algo de la peluquería.
-Sin
embargo, yo pienso como Itciar -dijo Tracy -. ¿A ti qué te parece, Adrián?
-Bueno,
lo único que puedo decir es que esos versos son de Rubén Darío.
-¿Estás
seguro?
-Segurísimo.
Yo enseño literatura, no lo olvides.
-Hay
más cosas curiosas -intervino Jaime -. Escuchad esto. Está en la página
siguiente: Amigos de la Música Barroca. 9 de septiembre.17,30 horas.
-Es
hoy. Hoy es nueve -dijo Itciar.
-¿Alguien
sabe quiénes son los Amigos de la Música Barroca?
-Ni
idea.
-Lo
más intrigante es que las dos notas parecen relacionadas. O por lo menos fueron
escritas al mismo tiempo -aseguró Jaime.
-¿Por
qué? -pregunté sorprendido.
-Mirad
-Jaime mostró la agenda -. Tanto el poema como lo del Barroco, están escritos
con el mismo bolígrafo y apresuradamente. Hay otras notas, la peluquería, el
coche, etc; en ellas la escritura es más regular y el color de la tinta varía
de unas a otras. No sé si se puede concluir que los versos y la cita estén
relacionados, pero sin duda Artemisa escribió ambas cosas en el mismo momento.
-Vaya,
eso sí es interesante -reconoció Daniel.
-¿Qué
te decía yo? -dijo Itciar.
-Un
momento -dijo Jaime -. Tracy, ¿tienes El Diario de ayer?
-Sí,
debe estar en aquel montón.
Jaime
encontró el periódico, lo hojeó unos instantes y luego lo abrió por las últimas
páginas. Había un pequeño recuadro, entre otros anuncios, en el que podía
leerse: Amigos de la Música Barroca. Reunión informativa. 9 de septiembre.
Santa Clara, 15. Levanté la cabeza y miré a Jaime con cierto respeto.
-Tienes
buena memoria, muchacho -dije.
-Sabía
que había leído eso en alguna parte.
-Son
demasiadas coincidencias -dijo Tracy después de unos instantes de reflexión.
-Y
las coincidencias no existen -comenté yo, pero nadie dijo nada.
-Muy
bien -volvió a tomar el mando Tracy -, vamos a ver lo que tenemos. Sabemos el
nombre y el domicilio de Artemisa; si seguimos el plan de Jaime, y creo que es
el mejor, alguien debería investigar por ese lado, y pronto, antes de que lo
haga la policía. Luego hay una serie de teléfonos a los que se puede llamar y
hacer preguntas. Por último están las notas; vamos a dejar los versos aparte,
por el momento, pero la otra nota es una cita para hoy mismo. Todo parece
indicar que Artemisa pensaba acudir. Si ella no lo va a hacer, por razones
evidentes, ¿por qué no acudimos nosotros?
-Puede
ser peligroso -dije.
-Hombre,
peligroso es todo lo que pensamos hacer -dijo Jaime -. Pero estos tipos del
Barroco han hecho una convocatoria pública. Cualquiera puede sentirse
interesado por el asunto, ¿no te parece?
-Perfecto
-Tracy no me dejó contestar-. Ahora más vale que nos demos prisa. Itciar, tú y
Jaime podéis ir a la casa de Artemisa, a ver que sacáis en limpio. Tú, Daniel,
date una vuelta por el hotel Flemming; conviene saber cuando descubren el
cadáver. Adrián y yo nos dedicaremos a hacer llamadas y esta tarde iremos a los
Amigos de la Música Barroca. ¿Alguna pregunta?
Al
quedarme a solas con Tracy advertí el sutil cambio que se había producido en mi
estado de ánimo. No es que hubiera desaparecido la angustia de sentirme un
prófugo de la justicia; seguía teniendo conciencia plena de mi situación, pero
la había relegado aun plano más manejable. Sin duda los muchachos me habían
infundido una cierta esperanza, aunque su plan me pareciera irrealizable. Sin
embargo, la acción era preferible a la pasividad: era mejor dejarse llevar por
aquel destello de esperanza, por débil que fuese, que consumirme esperando la
inevitable captura. Cierto que para ellos el asunto era sólo una charada, un
ejercicio intelectual, y no habían medido el riesgo real a que iban a
exponerse; pero no me sentí culpable: ellos me habían convencido a mí, no yo a
ellos. Casi habían conseguido que empezase a afrontar los hechos con su mismo
distanciamiento, como si en efecto se tratara de un problema de salón. Ni de
lejos pensaba que aquél fuese el mejor sistema, pero era peor no tener ninguno.
En el mar de irrealidad en que me debatía, acaso el plan descabellado que
íbamos a comenzar fuera, en efecto, el de más sentido común.