jueves, 10 de diciembre de 2015

El silencio

Lake Keitele. Akseli Gallen-Kallela (1905)

En 1930, el compositor finlandés Jean Sibelius está en la cúspide de la fama y su música es reconocida en todo el mundo. Ha compuesto ya siete sinfonías y sus seguidores esperan con ansiedad la Octava, que habrá de ser su obra maestra definitiva. Con este propósito, el compositor se recluye en Ainola, la casa que se ha hecho construir a 40 kilómetros de Helsinki. Nunca llegó a escribir la Octava sinfonía, o si lo hizo, no quiso mostrarla al mundo. Durante más de treinta años permaneció en silencio recluido en Ainola, paseando por los bosques y viendo pasar las grullas. Su última gran obra orquestal fue Tapiola, un poema sinfónico inspirado en las grandes extensiones boscosas donde reina Tapio, el dios del Kalevala.



Sibelius fue un héroe nacional, el paradigma del nacionalismo finlandés, y como tal se le sigue venerando. Sin embargo, el compositor, aunque aceptó el papel que se le había asignado, nunca tuvo un autentico fervor nacionalista, como lo tuvieron Dvorak o Grieg. Como Brahms, sentía la música como algo más abstracto y se consideraba a sí mismo heredero de la gran tradición sinfónica centro europea. De hecho Sibelius hablaba y escribía habitualmente en sueco, el finlandés era solo su segunda lengua. Es cierto que sus poemas sinfónicos se basan fundamentalmente en motivos folclóricos o paisajísticos, pero sus siete sinfonías son profundamente introspectivas, más de lo que fueron las de sus contemporáneos Gustav Mahler y Richard Strauss, y en ellas solo se encuentran de manera ocasional alusiones a la naturaleza.

Entre 1889 y 1891 perfeccionó su formación musical en Berlín y Viena. Conoció a Arnold Schonberg y estudió su música, pero la revolución atonal no le convenció: él quería cambiar las grandes estructuras sinfónicas respetando la tonalidad. Solo en su Cuarta sinfonía es detectable la influencia de la Segunda Escuela de Viena. Esta postura fue criticada por el impertinente Theodore Adorno que descalificó públicamente a Sibelius: "Su música es un anacronismo, una expresión aletargada y romanticona de la música tonal, un espejismo del nacionalismo desubicado". En Inglaterra y Estados Unidos, por el contrario, el sinfonismo del finlandés fue apreciado de inmediato. El director Constant Lambert comparó la orquestación de Sibelius con el uso del color por parte de Cézanne en sus paisajes.

De regreso a Finlandia, Sibelius fue asiduo de las veladas del hotel Kämp de Helsinki, donde se bebía con exceso y se hablaba de la muerte. El pintor Akseli Gallen-Kallela inmortalizó una de aquellas reuniones en su cuadro Symposion, donde se reconoce a Sibelius y a su gran amigo Robert Kajanus, también compositor y director de orquesta. 


Symposion. Akseli Gallen-Kallela. (1894)

En 1908 Sibelius fue operado de un posible cáncer de garganta lo que le obligó a dejar el alcohol. Junto con su mujer, Aino, se retiró a Ainola (Aino-la, el lugar de Aino), la casa que poseía cerca del lago Tuusula, 45 kilómetros al norte de Helsinki. Allí siguió componiendo con éxito, hasta que llegó el gran silencio. Expertos y biógrafos se preguntan a menudo si, en algún momento, existió la Octava sinfonía de Sibelius y si se identificará algún día entre los manuscritos que se conservan del compositor. Es poco probable, en la década de 1940 el músico quemó todas sus partituras. "Hubo un gran auto de fe en Ainola", relató Aino. "Mi marido recogió varios manuscritos en un cesto de la ropa y los quemó en la chimenea del comedor.(...) Yo no tenía fuerza para estar presente y salí de la habitación. Por tanto, no sé lo que arrojó a la hoguera. Pero después de esto mi marido se quedó más tranquilo y poco a poco mejoró su estado de ánimo". La chimenea en que quemó sus partituras, estaba hecha en la fábrica de ladrillos de la zona, con un acabado de color verde brillante. Para Sibelius el verde siempre fue Fa mayor y el amarillo Re mayor.


Jean Sibelius con su familia junto a la chimenea donde quemó sus partituras. 

Se han invocado muchas razones para explicar el silencio prolongado de Jean Sibelius: el cáncer, el alcoholismo, la competencia con la música de vanguardia o simplemente porque su inspiración se había extinguido. Esta última razón es para muchos la explicación más probable. Pero el silencio atenazó también a otros artistas: Rossini mantuvo 40 años de silencio y Herman Melville dejó de escribir a los 34 años. En la misma época en que Sibelius se sumía en el ostracismo, Dashiell Hammet reconocía que era incapaz de escribir, que la inspiración le había abandonado. También se silenció Arthur Rimbaud después de escribir "Les Illuminations". Dejó dicho: "El arte, igual que la poesía, sólo puede ser el origen de la fatalidad porque nos engaña hacia una meta imposible". La hipótesis del musicólogo francés Francis Bayer es más poética: "A Sibelius le había abrumado la contemplación de la naturaleza, se había sentido en inferioridad creativa frente a su concepción panteísta, animista del mundo. Y entendió que el silencio era la única actitud posible del hombre entre el agua pura y la divinidad de los bosques".

En su cuento "El silencio", el novelista británico Julian Barnes, sin nombrar a Sibelius, indaga las razones del silencio de un músico. Su innominado compositor, confiesa:"La música comienza donde las palabras acaban. ¿Qué ocurre cuando la música cesa? El silencio. Todas las demás artes aspiran a la condición de la música. ¿A qué aspira la música? Al silencio."

Una mañana de septiembre de 1957, al regresar el compositor de su paseo diario por los bosques, le dijo a su mujer que había visto una bandada de grullas, y que una de ellas había abandonado la formación y había volado en círculos sobre Ainola. Dos días después Sibelius fallecía de una hemorragia cerebral.