Sabía y no sabía que la silueta que veía en la terraza de
los vecinos no podía ser una persona. Y sin embargo, su inmovilidad me hacía
imaginar vigilantes de la casa, espías acechantes o ladrones camuflados en la
oscuridad. Lo comenté con M.
- Qué tonterías dices, está claro que esa sombra es la
columna en la que termina la balaustrada.
-¿Y la cabeza?
- ¿Qué va a ser? ¡Una bola de piedra o de cemento!
- No me convences del todo.
- ¿No? Pues mira, el sábado nos han invitado los vecinos a cenar. Podrás comprobarlo por ti mismo.
El sábado, mientras los demás bebían una copa me
escabullí a la terraza. La figura estaba allí y pude comprobar que, en efecto,
se trataba de un adorno arquitectónico. Me acerqué y posé mi mano sobre la bola
de piedra.
- Cuerpo incorpóreo-musité-, admiro tu fidelidad como
salvaguarda de esta casa, expuesto a la lluvia y al frío sin moverte de tu
pedestal. Yo, desde mi ventana, seguiré pensando en ti como un ser que se
esconde en las sombras. Brindo por ti.
Alcé mi copa y me volví rápido hacia la casa temiendo que
alguien pudiera haberme visto.