lunes, 15 de abril de 2024

REFLEXIONES IRREFLEXIVAS III

Ayer soñé que volaba. No mucho, me elevaba en un pasillo sobre las cabezas de otras gentes y enseguida me posaba en el suelo. Lo hice dos o tres veces, pero nadie me miraba, no había asombro en las gentes. Aún persiste la sensación de ingravidez, de mantenerme en el aire sin esfuerzo. Ya despierto, acudí al doctor Jung para que analizara mi sueño. Puede que tenga usted una propensión a elevarse por encima de los demás, me dijo, o bien su alma deprimida por su insignificancia tiende a refugiarse en el techo. La gallina, dije para mis adentros, y me fui a tomar una cerveza después de pagarle una suma disparatada al sabio. Más tranquilo, pensé si volar no sería un anhelo incumplido de la humanidad y recordé todas las celebridades que se habían matado en un vuelo, lo cual me reconfortó bastante. De todas formas volar en uno de esos aviones gigantescos no es lo mismo, uno tiene la sensación de que no ha salido del cuarto de estar de su casa. La próxima vez que sueñe que estoy volando me arriesgaré a dar una vuelta por el planeta, como hacía Superman. Ya les contaré.


Vivimos un mundo de moléculas inestables. Somos un compuesto químico perjudicial para la salud, aunque la publicidad diga lo contrario y cante maravillas de nuestras moléculas. Formamos cadenas de aminoácidos contaminados por la deconstrucción, no tenemos proteínas asimilables y los edificios de ADN se tambalean. Hemos olvidado la manera de producir antitoxinas y las feromonas equivocadas nos hacen odiar los ribosomas de otros y  aún los propios. La inestabilidad molecular ha ido aumentando sin que nos apercibiéramos, y los virus malignos nos han colonizado sin remisión. Qué tiempos aquellos en los que los sulfatos combinaban sin problemas y nos miraban sonrientes; o cuando las cadenas hidrocarbonadas impartían felicidad. Pero ahora se han dormido los catalizadores y las moléculas vagan perdidas y asustadas.





Tiene el manto blanco con espigas doradas. En sus cicatrices puede leerse su pasado. Es fuerte y musculada a pesar de su cintura de avispa y corre como una centella, a veces ella sola, como si estuviera compitiendo en una carrera invisible. Se asusta con cualquier cosa y cuando hay tormenta tiembla como una hoja con el ruido de los truenos, y lo mismo si son los cohetes de una feria. Es un poco arisca, no confía en todas las personas, le gusta estar sola y pensar en sus cosas; o correr por el campo y descubrir huellas olvidadas. Pero cuando viene hacia ti al galope se diría que está sonriendo. Es mi perra y se llama Nala.


Siempre busqué las montañas azules, en un tiempo en que todo estaba por encontrar y había lugares seductores que veíamos en sueños o ensimismados en un libro de aventuras. Pensaba-y pienso- que en las montañas azules existían seres etéreos con forma de mujer que te acogían en sus besos y te arrullaban con el leve roce de sus pestañas. Allí se extendían praderas innumerables y corrían ríos tranquilos que reflejaban el volar de los pájaros y las nubes blancas del cielo. Ahora las montañas azules se han ido y con ellas han huido las hadas y los pájaros. ¿Dónde encontraremos ahora el azul de las montañas?