miércoles, 24 de febrero de 2016

EXPOSICIÓN VIRTUAL - Primera parte.

Amanecer 1

Amanecer 2

Amanecer 3

Al final del día.

La alquería

Amapolas.

El andén.

Arboleda.

Bahía.

Fachadas.

Mirando al mar.

Barcas.

Paseo marítimo.

Botellas 1

Botellas 2

Botellas 3

Buganvilia.

La cala.

Amsterdam.

Vuelta a casa.

Carretera secundaria.

Escalera.

Chauen.

Casa provenzal.

Sin título.

Castilla 1.

Castilla 2

Castilla 3

Castilla 4


martes, 9 de febrero de 2016

La evolución cultural.

El valle de Baliem, en las Tierras Altas de Papua Nueva Guinea.


No hay nada nuevo en decir que desde el punto de vista biológico los humanos somos una especie más del reino animal. La especie humana posee unas característica que la diferencian de otras especies, del mismo modo que esas otras especies se diferencian entre sí. Los humanos no podemos volar, corremos menos que una gacela, nadamos peor que un delfín y vivimos menos que un elefante. Sin embargo pensamos mejor que otras especies, sin que esto signifique que otros animales no piensen. Pensamos mejor porque nuestro cerebro ha adquirido un mayor grado de complejidad, el grado más alto por el momento. 

De estos cambios y diferencias es responsable la evolución. Se ha dicho que el proceso evolutivo no es lineal. Hay detenciones, retrocesos y vías muertas, probablemente en relación con las condiciones ambientales. Pero si nos limitamos al sistema nervioso, parece existir una progresión rectilínea en el aumento de su complejidad, con una correlación anatómica demostrada. El  cerebro humano es funcionalmente más complejo porque anatómicamente está más desarrollado y contiene un mayor número de neuronas que se ocupan de pensar, específicamente poseemos un mayor desarrollo de la región llamada neocortex frontal. El cerebro de otros animales contiene estructuras similares, y si nos limitamos a los primates no humanos, su corteza cerebral es semejante a la nuestra. Con una diferencia importante: la mayor complejidad de estas estructuras ha permitido al género homo desarrollar, primero un lenguaje, y más tarde la plasmación física de ese lenguaje, la escritura. El lenguaje entendido no solamente como una forma de comunicarse con otros individuos para cooperar en tareas de subsistencia, lucha o procreación, atributo común en muchas especies, sino como un vehículo de expresión capaz de transmitir y confrontar ideas que nos permitan ponernos "en el lugar del otro" y que nos acerquen a una comprensión del mundo. 

No sabemos si el desarrollo del lenguaje fue progresivo, ni si la fisiología neuronal se transformó de forma paralela a la anatomía laríngea necesaria para el lenguaje. Lo incuestionable es que este salto evolutivo creó la mayor brecha diferencial entre el ser humano y otras especies: la capacidad para desarrollar una cultura, y transmitirla y acrecentarla generación tras generación. En cierto modo los mamíferos superiores son capaces de elaborar pautas de convivencia social que podrían ser consideradas como una forma rudimentaria de cultura. Pero la carencia de un lenguaje ideológico no permite que esa cultura progrese. La información que poseen un chimpancé o un delfín actuales, no es muy diferente a la del primer chimpancé o el primer delfín. 

Sin embargo la diferencia cultural entre un hombre del Paleolítico y un ciudadano del siglo XXI es abismal. Esto no significa que la evolución haya seguido actuando e introduciendo cambios morfológicos en el cerebro humano, ya que los científicos han determinado que el cerebro del homo sapiens era anatómicamente idéntico al del hombre actual. Para Stephen Jay Gould “todo lo que llamamos cultura y civilización lo hemos construido con el mismo cuerpo y el mismo cerebro que el Homo Sapiens”. Por su parte, el biólogo Ernst Mayr asegura que no ha habido un cambio biológico en los humanos en los últimos 40.000 o 50.000 años. La diferencia está en la capacidad de adquirir y transmitir información que posee nuestro cerebro, mediante el lenguaje y su plasmación en la escritura o en otros soportes físicos cada vez más complejos.

Estos atributos diferenciales le han permitido al ser humano innovar e introducir cambios en sus costumbres. Desde el homo sapiens cazador-recolector  hasta el homo sapiens actual ha existido una innovación continua que denominamos progreso. Esta evolución no es biológica, sino cultural y no se sustenta en los criterios darwinianos (aunque haya quien piense que sí). La selección natural solo es aplicable a lo orgánico, las ideas se adquieren mediante la percepción y son transmitidas por la palabra, la escritura o cualquier otro método de codificación. Un aspecto polémico es si el cerebro de un recién nacido es portador de alguna información al nacer o debe adquirirla progresivamente.  Los reduccionistas absolutos, como Dawkins y Pinker, creen que el cerebro de un niño no es como una "tabula rasa", es decir que determinados aspectos culturales no necesitan ser aprendidos porque se heredan genéticamente. 

La opinión contraria me parece más acertada: lo que el cerebro de un recién nacido aporta es la capacidad para asimilar información. Sus redes cerebrales -estas sí, inscritas en sus genes- son las apropiadas para recibir y acumular información, lo cual no ocurre con otros primates. Se ha intentado educar conjuntamente a un niño y a un chimpancé, y al cabo el niño humano siempre supera al primate. Aunque su genoma sea casi idéntico y su estructura cerebral parecida, el simio carece de determinadas funciones cerebrales que caracterizan al humano. Ahora bien, esas funciones deben ser activadas paulatinamente en el niño mediante la percepción y la estimulación, y si no se activan en el momento adecuado pueden desaparecer o no responder a estímulos tardíos. A favor de esta hipótesis está el caso de los niños salvajes -abandonados, recluidos o criados por animales -cuyo intento de reintegrarlos posteriormente en la sociedad ha fracasado en todos los casos. 

Por el contrario, miembros de los pueblos primitivos actuales se han integrado en la sociedad con mayor o menor esfuerzo. Este hecho revela que, si bien su educación cultural ha sido diferente, ha sido lo suficientemente humana para que su cerebro haya desarrollado las mismas funciones que las de un ser humano "normal", y poseer por tanto intacta su capacidad de aprender. Esa capacidad está presente en los individuos pertenecientes a los denominados pueblos primitivos, comunidades aisladas sin desarrollo tecnológico -en el Amazonas, en África, en Oceanía- que han vivido desde un tiempo inmemorial sin acceso a la información, pero han construido su propia cultura y la han transmitido mediante la palabra. 

Estos grupos han demostrado una sorprendente adaptación en su choque con culturas más avanzadas, como ocurrió con los nativos de Nueva Guinea. Antes de 1930, en los mapas europeos, las Tierras Altas de Nueva Guinea figuraban como bosques deshabitados. Cuando estas tierras fueron sobrevoladas por el zoologo Richard Archbold, se observaron numerosos asentamientos con terrazas agrícolas y empalizadas. 


Mick Leahy exploró la región y descubrió que el Gran Valle del río Baliem estaba habitado por el pueblo Dani, una comunidad de 50.000 personas que vivían de la agricultura y utilizaban utensilios de piedra. 



Primer contacto de la expedición de Mick Leahy con el pueblo Dani

75 años después, descendientes de aquellos nativos que vivían en la Edad de Piedra habían adquirido el mismo nivel cultural que un individuo medio de occidente. 

El antropólogo y geógrafo Jared Diamond, en su libro El mundo hasta ayer, compara las fotografías de los Dani tomadas en los años 30 con el personal y los pilotos del aeropuerto de Nueva Guinea en 2006, y comprueba que los rasgos faciales son idénticos, salvo que en 1931 los nativos vestían faldas de paja y tocados de plumas y en 2006 usaban el atuendo internacional, hablaban por teléfonos móviles, tecleaban ordenadores y pilotaban aviones. 

En una o dos generaciones los habitantes de las Tierras Altas de Nueva Guinea habían experimentado cambios que tardaron miles de años en desarrollarse en gran parte del mundo. Sucesos como este destruyen muchas retóricas xenófobas: el cerebro de seres humanos que voluntaria o accidentalmente hayan permanecido aislados del progreso, no es funcionalmente distinto al nuestro, solo difiere en la información que haya podido recibir. 

No obstante, muchos nativos del pueblo Dani siguen viviendo de forma primitiva en las Tierras Altas de Nueva Guinea. Las personas y los grupos humanos tienen la capacidad de escoger el modo de vida que prefieran.