martes, 16 de septiembre de 2014

Un viento repentino


La corrupción




Distorsión.
El argumento más importante que han esgrimido lo nuevos partidos para ganarse el favor de los ciudadanos es la lucha contra la corrupción. ¿Pero va a solucionar todos los problemas que nos acosan la eliminación de este delito? Muchos ciudadanos, antes de 2008, disfrutaban del estado de bienestar, en la medida que les correspondiese, y no les importaba demasiado que hubiera banqueros ricos o cuentas en Suiza, porque un consumo moderado estaba a su alcance. El historiador Santos Juliá ha escrito: "... la bofetada que la crisis nos ha propinado ha sido tan sonora que nos ha abierto los ojos antes cerrados, o condescendientes, al maridaje de mercado y política, causa y razón de la pérdida de legitimidad del Estado democrático (...) Durante largos años la corrupción ha campado por sus respetos sin temor a que una reacción airada de la opinión pública hiciera morder el polvo a los corruptos".
Quizá la corrupción, con ser abyecta, no sea el temido Leviatán que destruye la democracia. La opinión pública piensa que la corrupción es la causa principal de nuestras desdichas y los políticos prometen eliminarla para ganar votos. Hasta los partidos más socavados por la deshonestidad prometen enmendarse y ser impolutos como arcángeles en el futuro. Pero no parece que acabar con los corruptos, si es que se puede, sea la solución definitiva de nuestros problemas. Uno piensa que la corrupción es un ingrediente intrínseco de las democracias o de cualquier sistema de gobierno en cualquier país. El ser humano se corrompe, en mayor o menor medida, con bastante facilidad, quizá siguiendo el impulso genético de garantizar su subsistencia. Al fin y al cabo entre la clásica pregunta "¿Con IVA o sin IVA?" y los 500 millones en un paraíso fiscal solo hay una diferencia cuantitativa. Un gobierno inteligente no consideraría prioritario eliminar la corrupción, aunque intentase controlarla; no se puede evitar que la gente se mate en las carreteras, pero el estado puede mejorar las medidas de seguridad y establecer normas que reduzcan el número de muertos. Antes habría que corregir la desigualdad, que es el verdadero cáncer que nos ha ido corroyendo con sigilo los últimos años.

Yo apoyaré a los que prometan luchar contra la desigualdad, porque este problema si es posible resolverlo a nivel colectivo, con leyes y decretos, mientras que la corrupción es un problema individual. Restaurar el equilibrio entre lo público y lo privado y reducir la desigualdad social deben ser los principales objetivos para regenerar nuestra democracia. Si esto se consiguiera, la corrupción disminuiría por sí sola, o en todo caso sería más fácil combatirla.