miércoles, 18 de enero de 2017

 Una imagen: Kym Greeley, "I Feel Allright", 2015



Un relato: Los profesionales

Erik Larssen frunció levemente el entrecejo. Había recibido un mensaje anónimo inesperado que podía alterar sus planes. Larssen era un asesino de élite y aquello era una anomalía, algo inusual en su manera de trabajar, que siempre se ajustaba a una metodología muy estricta e invariable. Lo más prudente sería ignorar aquella información, pero persistía el hecho de que alguien hubiera sido capaz de localizarlo y eso le inquietaba. Larssen siempre trabajaba a través de intermediarios y muy rara vez establecía contacto con quien le contrataba, a veces incluso desconocía su identidad. Un mensaje indicándole que su objetivo se encontraba en un determinado hotel de Paris solo podía ser una trampa. Era impensable que su patrocinador estuviese intentando allanarle el camino, pero aunque así fuera, resultaba alarmante que le hubieran podido localizar. Pero tanto si era esa la explicación como si era una trampa, el problema era el mismo: alguien había conseguido hacerle llegar un mensaje. Larssen aún no había localizado a su objetivo y pensaba hacerlo a través de sus propias fuentes. Ahora se le planteaba un dilema: seguir con su línea de acción habitual, dejando un cabo suelto,  o presentarse en Paris e intentar neutralizar la posible emboscada.

Continuó examinando posibilidades y de pronto supo quién le había enviado el mensaje. Larssen sonrió. Había reconocido la estrategia. Olga Ulitskaya, una profesional del crimen de alto nivel, habría sido informada de que Larssen debía matarla y se defendía de la mejor manera: anulando un posible ataque por sorpresa y proponiendo un encuentro. Así Larssen sabría que iba a enfrentarse con un adversario difícil y prevenido. Tal vez había en el mensaje la sugerencia de un pacto. Larssen movió la cabeza. Un pacto era un signo de debilidad impropio de Olga, ella debería saber que él nunca aceptaría nada que le desviase de su cometido. Por lo tanto, si en efecto ella proponía un pacto, sería en realidad una maniobra de distracción en la que no debería caer. Anulado el efecto sorpresa, Larssen supo que también él se enfrentaba con la muerte. Ahora solo le quedaba una opción: viajar a Paris.

Olga recorrió las salas del Musée d'Orsay hasta llegar a la estancia donde se exhibía "Le Bal du Moulin de la Galette". Desde lejos reconoció a Larssen. Alto, flexible, cabello lacio de un color casi ceniciento y ojos azules muy claros. Se detuvo un momento antes de acercarse al sueco que parecía contemplar con fijeza el cuadro de Renoir, aunque Olga estaba segura de que ya la había visto llegar. En alguna ocasión se había referido a Larssen como el "hombre de hielo" a propósito de su mirada fría y su forma metódica de trabajar. Pero ella sabía que en otros asuntos no profesionales no era tan gélido. Se acercó sonriendo al hombre que solo se volvió hacia ella en el último instante. Sin hablar Olga le abrazó y le besó en la boca unos segundos. Larssen correspondió al saludo. Luego se miraron sonrientes, un observador ajeno hubiera dicho que casi con afecto.

- ¿Vamos a comer algo? -dijo Olga.
- De acuerdo.
- Cerca de mi hotel hay un bistró donde se come bien.

Caminaron hacia la salida. Olga se volvió hacia el sueco al llegar a la calle.

- ¿Sin armas? -dijo ella extendiendo las manos abiertas.
- Sin armas -replicó Larssen.

El sueco detuvo un taxi. En el restaurante hablaron de tiempos pasados, y solo al final de la comida Olga afrontó la situación.

- Soy tu objetivo en este trabajo.
- Así es.
- No sabes por qué, claro.
- No, ni me interesa saberlo. Como tampoco te interesaría a ti.
- Cierto. Sin embargo este encuentro cambia un poco las cosas. Para la forma en que hacemos nuestro trabajo esta no es una posición ventajosa para ti.
- No.
- Ni para mí, si quisiera librarme de ti. Digamos que nos movemos en un terreno neutral.
- Eso parece.
- ¿Qué hacemos entonces?
- Yo no te voy a revelar mi plan de acción. Ni tú tampoco a mí.
- Por supuesto -dijo Olga-. Deberíamos encontrar algo que desbloqueara la situación. ¿Se te ocurre algo?
- Quiero que hagamos el amor -dijo Larssen alargando la mano para estrechar la de Olga.
- Recordar viejos tiempos... - ella sonrió -. ¿Y después?
- Después nos separamos y que decida el destino.
- Vamos a mi hotel - dijo Olga levantándose.

Olga atravesó el vestíbulo del hotel, seguida del sueco, y se dirigió a los ascensores. Larssen la retuvo:

- Hemos dicho en terreno neutral. 

Ella asintió con la cabeza y el sueco se dirigió al mostrador de recepción para alquilar una nueva habitación. 

- Pide que nos suban champán. Celebremos esto comme il faut -dijo Olga.

En la habitación apenas cruzaron palabra. Cuando llamaron a la puerta estaban casi desnudos. Larssen recogió la bandeja con una botella de Veuve Clicquot y dos copas. Sirvió la bebida y regresó a la cama con una copa en cada mano. Bebieron y rellenaron las copas varias veces. El sueco abrazó con pasión a Olga y ella intentó dejar su copa en la mesilla, pero debido al forcejeo la copa golpeó con el borde de mármol y se hizo añicos.

- ¡Qué torpe estoy! -se lamentó la rusa -. He bebido demasiado. Deja que recoja esto, podemos cortarnos.

Recogió los fragmentos y los tiró en la papelera del cuarto de baño. Volvió a la cama totalmente desnuda y se abalanzó sobre Larssen, que respiraba con agitación. Antes de continuar Olga atenuó la luz. 


Después de hacer el amor se quedaron tendidos uno junto al otro. La habitación estaba en penumbra. El hombre, inmóvil, miraba fijamente al techo, atento a la respiración de su compañera. Dejó pasar el tiempo hasta que la respiración de Olga se hizo profunda y acompasada. Movió lentamente el brazo izquierdo hasta que su mano derecha tocó su reloj de pulsera. Se detuvo. No apreció ningún cambio en la mujer. Con rapidez tiró de la corona de su reloj extrayendo un fino cable de acero. Se giró con sigilo y observó a Olga. No se había movido ni se había modificado su respiración, tenía los ojos cerrados. Larssen asió con firmeza el cable y con un movimiento rápido y preciso se echó sobre Olga y ciñó su cuello con el cable. Ella abrió los ojos e intentó zafarse, pero el sueco tiró con fuerza de los extremos del cable impidiéndole respirar. La mujer pataleó y se llevó las manos al cuello con desesperación. Larssen aumentó la presión y pensó que había sido más fácil de lo que imaginaba. Un poco más de presión y todo habría terminado. De pronto sintió que le fallaban las fuerzas y se enturbiaba su visión. Percibió algo e instintivamente se llevó la mano al cuello. Notó la humedad y oyó el gorgoteo: de su cuello manaban latigazos de sangre. Antes de desvanecerse vio a Olga con un fragmento de cristal ensangrentado en la mano. 

Una música:  "The Lovers of Beirut". Anouar Brahem es un compositor tunecino que crea una interesante fusión entre el jazz y la música árabe.