miércoles, 28 de mayo de 2014
Algo así
Escribo
como lector, más que como escritor, lo cual me da más libertad para expresarme,
porque todo el mundo juzga a los escritores y casi nadie a los lectores.
Escribir es una actividad común que se aprende en la infancia, como se aprende
a leer y a sumar, pero no todo el que escribe es escritor en el sentido
profesional del término. ¿Pero qué es entonces ser escritor? ¿Solo quien
publica lo que escribe? ¿El que le pagan por escribir? Me parece una definición
incompleta, ya que hay escritores que nunca han publicado un libro y otros que
sí lo han hecho, pero que no merecerían ser calificados como tales. Creo que en
este asunto hay un vacío semántico. Podríamos recuperar la palabra
"escribidor", con o sin comillas, que lanzó en su día con tanto
acierto el escritor Vargas Llosa, de manera que los profesionales podrían
denominarse escritores y escribidores los que vamos por libre. O viceversa.
Lo malo
de profesionalizarse es que, en muchos casos, escribir se convierte no en un
acto creativo sino en una necesidad crematística. Se dice en el cine que tal
director ha hecho una película "alimenticia", y lo mismo podríamos
decir de algunos escritores y sus novelas. Ocurre mucho con las novelas de
género, en las que el autor se ve obligado a publicar al menos un libro al año
si quiere seguir en la cresta de la ola. Por ejemplo, Charlotte Link, una
escritora alemana de novela negra que siempre sitúa la acción de sus libros en
Inglaterra. Es una buena escritora en mi opinión, un poco morosa pero escribe
bien. Una de sus primeras novelas, La
Casa de las Hermanas (Salamandra, 2002) me pareció fascinante. Maneja con
maestría dos elementos clásicos de la novela de intriga: la casa aislada por la
nieve de la que nadie puede salir, y el manuscrito encontrado. Y es
precisamente ese manuscrito, un relato folletinesco en el mejor sentido de la
palabra, que recorre la historia de Inglaterra entre las dos guerras mundiales,
lo que, a mi juicio, otorga personalidad a esta novela.
Luego
he leído otras buenas novelas de esta escritora, pero en las últimas me ha
parecido ver indicios de escritura alimenticia. Qué le vamos a hacer, tampoco
se puede ser genial todos los días. Pero bueno, esto no solo ocurre con los escritores, hay también
algunos pensadores (fíjense, otra palabra indefinida) cuya profundidad parece
ir debilitándose con el tiempo. En fin, "Sic transit gloria mundi",
como decía en cada naufragio uno de los piratas de Asterix.
sábado, 24 de mayo de 2014
El voto inútil
La
perfecta democracia es una utopía comparable a la irreal Arcadia. Ni siquiera
en Atenas hubo una democracia ejemplar, ya que ni las mujeres ni los esclavos
tenían derecho al voto. Lo que ahora llamamos democracia es, en apariencia, un
sistema de gobierno mejor que otros (Churchill dixit), pero en modo alguno es
el gobierno del pueblo. La democracia es el estandarte que exhiben los líderes
como antídoto del poder absoluto. Es una falacia. El poder no muere en
realidad, solo se transforma, se hace más asequible, más asimilable por el
ciudadano. El poder absoluto siempre se ha mostrado a cara descubierta, no
oculta su absolutismo; los tiranos son tan sinceros como los asesinos a sueldo.
Los grandes líderes que en la actualidad se autodenominan demócratas son en
el fondo tiranuelos disfrazados con anhelos absolutistas. Pero
estos políticos tampoco ostentan el poder, son solo marionetas-bien pagadas, eso sí- de las
oligarquías financieras, el poder oculto, que, en realidad, ahora ya no es
oculto. La democracia -esta democracia- es un entretejido de eslabones confusos
destinado a engatusar al pueblo, una pantomima de libertad representada por el
voto inútil.
La
posibilidad de cambiar las cosas mediante el voto -el fundamento de la
democracia- es ilusorio y solo es eficaz en los movimientos asamblearios o en
pequeñas comunidades. Es posible derrocar electoralmente a un partido, pero
solo para sustituirlo por otro similar, tan dependiente del capital como el
anterior. La sublimación del poder económico ha hecho inútiles las grandes
guerras como procedimiento de conquista territorial. Es posible que la última
guerra de invasión geográfica sea la que enfrenta a Palestinos e Israelíes.
Ahora ya no es necesario invadir físicamente un país para someterlo: basta con
destruir o esclavizar su economía. En cuanto a los enfrentamientos étnicos o
religiosos basta con cruzarse de brazos y dejar que los contendientes se
exterminen entre sí. Cito a Shlomo Ben Ami: "A diferencia de las democracias, las dictaduras están más equipadas para
dar cabida a la diversidad étnica y religiosa. Como vimos en Yugoslavia y
estamos viendo ahora en las rebeliones de la primavera árabe, una sociedad
multiétnica o multirreligiosa y un régimen autoritario pueden ser una receta
para la implosión estatal". Puede ser, pero al final, lo que estaba
atado y bien atado estalla en un desorden incontrolable.
La democracia actual es hedionda, pero no reivindico la
dictadura. Hay personas que no votan por indignación, otras por despecho o por
desidia. Yo no voy a votar porque pienso que mi voto es inútil. Solo una
abstención masiva en todos los eventos electorales podría inquietar al poder. Y
aún así tengo mis dudas.
PS: Personas inteligentes de mi entorno creen que hay que
votar a partidos minoritarios, ya que la abstención favorece a los grandes. No
estoy convencido. Quizá el mundo ha cambiado y hemos entrado en una nueva era;
pero sabemos por la Historia que los grandes cambios originan grandes
convulsiones y quizá se necesite ahora una gran convulsión para que el mundo en
que vivimos sea más justo.
PS 2 (25/5/2014): No he votado, pero mi mujer quiso votar a un partido minoritario y en su colegio electoral no había papeletas de ese partido. Protestó, como ella sabe hacerlo, lo denunció a la Junta Electoral, revolucionó las mesas e increpó a los delegados. Al final, montar el pollo sirvió de algo: las papeletas aparecieron en una caja olvidada (o escondida) y pudo ejercer su derecho al voto.
Sin comentarios.
PS 2 (25/5/2014): No he votado, pero mi mujer quiso votar a un partido minoritario y en su colegio electoral no había papeletas de ese partido. Protestó, como ella sabe hacerlo, lo denunció a la Junta Electoral, revolucionó las mesas e increpó a los delegados. Al final, montar el pollo sirvió de algo: las papeletas aparecieron en una caja olvidada (o escondida) y pudo ejercer su derecho al voto.
Sin comentarios.
sábado, 17 de mayo de 2014
El Jilguero
No voy
a poner ejemplos, pero hay novelas largas con las que he disfrutado. Y al
revés, hay otras, cortas o normales, que se me han caído de las manos a las
primeras de cambio. No todos los libros de más de 500 páginas son insufribles,
pero hay que escribir muy bien para justificar ese caudal narrativo. Casi todas
las novelas actuales oscilan entre 250 y 300 páginas, quizá porque
estadísticamente esa longitud es la más adecuada para que la mayoría de los
escritores cuenten lo que quieren contar. Pero, ya digo, no tengo ninguna
prevención hacia las más extensas, aunque siempre tengo presente el famoso
comentario que hizo un crítico norteamericano sobre una novela de más de 800
páginas: "Mi mejor consejo es que no la lean; el segundo es que no dejen
que les caiga en un pie".
Antes
tenía el prurito de terminar todos los libros que empezaba. Ahora si me aburren
los dejo. Me da igual que sean dramáticos, poéticos, policíacos o
costumbristas. Una novela es como el gin tonic de media tarde: si no te entra
bien es mejor dejarlo. Cuando era joven un amigo me recomendó que leyera el
"Ulises" de James Joyce. "¿A ti te ha gustado?" le pregunté.
"Es insufrible hasta más de la mitad del libro. Pero luego empieza a
gustarte y acabas encantado", me contestó. No me pareció muy alentador,
así que no lo leí entonces, que era cuando había que leerlo, y no creo que a
estas alturas me anime. No importa; uno no puede leer todas las obras
maestras de la literatura ni tiene por qué hacerlo. Estas cosas se pueden decir
ahora, a una edad en la que uno le ha perdido el respeto a casi todo; cuando
éramos jóvenes era un pecado cultural no haber leído tal o cual libro y algunos los leíamos casi por obligación. Una equivocación, hay que leer -creo
que ya lo he dicho- lo que a uno le conmueve, lo que le llega, lo que hace que
te identifiques con un relato y que, mientras dura su lectura y mucho después, forme
parte de tu vida. Y da igual que sea un libro clásico, de culto, de vanguardia
o de entretenimiento. Lo importante es que se establezca esa sintonía invisible
entre el escritor y el lector.
Empecé
a leer "El Jilguero", una novela muy voluminosa de la escritora Donna
Tartt que ha ganado el Premio Pulitzer, y lo abandoné hacia la página 60. Puede
que hubiera empezado a gustarme a partir de la 350, pero he preferido no
arriesgarme. Si a alguno de ustedes le gusta esta novela, enhorabuena; pero si,
como a mí, se les cae de las manos, procuren que no sea sobre un pie.
martes, 13 de mayo de 2014
Más glamour
Intelectuales y políticos. Hablábamos de ellos hace poco y
mira por donde un intelectual y político ocasional, Cesar Antonio Molina, publica
ahora un libro (La caza de los
intelectuales. Destino) en el que se explaya sobre el asunto y trata de
sacarse la espina de su cese como ministro de Cultura. El Sr. Molina confiesa que
Zapatero le despidió diciendo: "Demasiada
austeridad. Hay que poner una chica joven. Necesitamos más glamour en este ministerio".
Lo cual, al intelectual Sr. Molina le pareció un despropósito, aunque no
sabemos si Zapatero pretendió endulzar el cese de Molina o tenía en mientes
establecer en Cultura una franquicia de Intimissimi.
Muy anecdótico todo, pero las declaraciones del ex ministro en
diversas entrevistas son más contundentes: “Excepto en lugares antidemocráticos, no hay violencia, pero hay (en
España) esta confusión y esta idea de falsa democracia de que todo el mundo
es capaz de hacer periodismo, pintar, opinar (...) Se le llama sabio a un futbolista con lo cual
se degrada la palabra, los best-seller lo inundan todo, los museos se
obsesionan con los millones de visitantes. Hay que poner cierto orden y
sensatez en ese inmenso caos en el que estamos viviendo, en el que Borges y
Cervantes tienen que ser Borges y Cervantes, se vendan más o menos”. Vaya
con Don Cesar, ofende a los futbolistas, a los lectores de best-sellers y a los
turistas japoneses del Museo del Prado. Además prohíbe a la gente corriente
pintar, escribir, opinar... Caramba, me siento aludido, voy a tener que cerrar
el blog. En otro momento dice que hay miles de blogs inútiles. Me pregunto dónde
queda la libertad de expresión.
En su despecho por el cese fatal el intelectual afirma que,
antes de su desaparición como ministro, la cultura tenía un prestigio, una
jerarquía y “un valor que en las últimas
décadas se ha subvertido”. Se ha perdido el “prestigio y crédito reconocidos a una persona o institución por su
legitimidad, calidad y competencia en alguna materia”. Todo un ajuste de
cuentas, como pueden comprobar. Está claro que este hombre ha venido a hablar
de su libro.
La última andanada, como no podía ser menos, es contra Internet:
“Es el miedo a los votantes. Lo tienen todos. En el Norte, en el Sur, en el
Este y el Oeste. El mundo de Internet es el mundo de los votantes. Se piensa
que si se va contra ese mundo, ese mundo votará a otros”. Se veía venir, al
final el intelectual y ex-político, Sr. Molina, como otros colegas suyos, echa la culpa a Internet del "inmenso
caos". En fin, creo que las
palabras de Molina hablan por sí solas. Con toda humildad, quiero recordarle
que como decía Bob Dylan, hace ya tiempo, The
Times They Are A Changin'.
sábado, 10 de mayo de 2014
Este libro...
La
norteamericana A.M. Homes no es una escritora muy conocida, a pesar de que su
segunda novela, "El fin de Alice", provocó un considerable escándalo
por su contenido escabroso, hasta el punto que durante un tiempo estuvo
prohibida en Inglaterra. La novela que ahora comento, "Este
libro te salvará la vida", es una de esas novelas que a uno le hubiera
gustado escribir. Esto implica dos cosas: una, identificación inmediata con la forma
y el fondo del relato, y dos, creer que uno es capaz de escribir
algo semejante, se alcance o no el nivel literario del autor. Sobrepasada esa
fugaz impresión inicial, lees el libro con mayor complacencia que otros, o al
menos eso me ha pasado a mí. Recuerden que en este blog yo no hago crítica
literaria, me limito a poner por escrito mi opinión personal y discutible sobre
un libro. No obstante, he leído varias reseñas
profesionales y me atrevo a decir que algún crítico no ha entendido esta novela
en absoluto.
En
"Este libro te salvará la vida" la escritora cambia el registro
sórdido de obras anteriores para ofrecer una historia banal en apariencia, en la que los personajes destilan bondad y espíritu solidario. Por otra parte
no existe en el relato un hilo conductor definido, sino una sucesión de
secuencias insólitas, que a menudo bordean el absurdo, y como fondo pinceladas de la
vida cruel y también insólita de la ciudad de Los Ángeles. Pero aunque la novela
tenga en general un carácter amable hay, como en algunas películas de Woody Allen, mucha soledad y dolor más o menos
explícitos en sus personajes. Al
terminar el libro uno advierte que lo que parecía disperso no lo es tanto y que
algunas secuencias que nos han hecho sonreír encubren sentimientos despiadados.
Se podrá decir, y se ha dicho, que el exceso de diálogo resta profundidad a
esta novela y convierte en superficiales a los personajes. No comparto ese
criterio. En mi opinión la solidez de un texto no depende de si la intervención
del narrador es más o menos extensa o de cuánto hablan los personajes. Todos hemos
sufrido con descripciones superfluas y disfrutado con diálogos inteligentes.
He
dicho que me hubiera gustado escribir
esta novela, y es porque siempre he pensado que un buen argumento para un libro
es situar un personaje en un mundo desconocido y que empiecen a pasarle cosas. Es
lo que ha hecho con acierto A.M. Homes.
martes, 6 de mayo de 2014
Malos y buenos
La
gente joven piensa, según una encuesta, que tenemos malos políticos y que
esa maldad tiene la culpa de que en nuestro país todo vaya manga por hombro. Piensan
lo mismo los políticos que no están en el poder, sin darse cuenta que al ser ellos
mismos políticos, a lo mejor son también malísimos, pero, claro, para ellos es un
hábito, una obligación, porque para la oposición siempre está mal lo que hacen
sus contrarios aunque por casualidad lo hagan bien en algún momento. De modo
que uno se pregunta a veces con cierta ingenuidad, si éstos son tan malos ¿por
qué no ponemos a unos buenos? Y digo ponemos porque se supone que a los políticos
los elige el pueblo para que nos gobiernen y administren el país.
El problema es que no sabemos dónde están los políticos buenos, o si hay alguno, ya que no apreciamos si son de buena calidad hasta que no se estrenan y entonces, para corregir el error, hay que esperar cuatro años y en ese periodo el país se puede ir al carajo. Por eso, con la misma ingenuidad, uno piensa si para ser político no habría que acreditar unas credenciales, un título, un máster o algo, como les pasa a los abogados, a los médicos, a cualquier profesional que busca un puesto de trabajo. Pero no, para ser político solo hay que figurar en unas listas en las que te incluye un amiguete o alguien que te debe un favor; aunque para ser justos de esas listas puede salir un buen profesional o alguien que se dé cuenta de por dónde van las cosas; pero también un zoquete o un aprovechado o un corrupto, ahora que la corrupción es casi obligatoria. Debería haber un tamiz, un filtro, una selectividad para los políticos como en cualquier carrera, habría que tener un buen currículum y aprobar un examen para ser diputado o ministro, y que alguien, un tribunal, por ejemplo, dijera: A ver, usted quiere ser ministro de Sanidad pero tiene formación de abogado (si es que la tiene) así que no da el perfil que necesitamos. Lo sentimos, pero no está capacitado. ¿No es eso lo que ocurre en la vida profesional de los ciudadanos? ¿Por qué tienen bula los políticos?
El problema es que no sabemos dónde están los políticos buenos, o si hay alguno, ya que no apreciamos si son de buena calidad hasta que no se estrenan y entonces, para corregir el error, hay que esperar cuatro años y en ese periodo el país se puede ir al carajo. Por eso, con la misma ingenuidad, uno piensa si para ser político no habría que acreditar unas credenciales, un título, un máster o algo, como les pasa a los abogados, a los médicos, a cualquier profesional que busca un puesto de trabajo. Pero no, para ser político solo hay que figurar en unas listas en las que te incluye un amiguete o alguien que te debe un favor; aunque para ser justos de esas listas puede salir un buen profesional o alguien que se dé cuenta de por dónde van las cosas; pero también un zoquete o un aprovechado o un corrupto, ahora que la corrupción es casi obligatoria. Debería haber un tamiz, un filtro, una selectividad para los políticos como en cualquier carrera, habría que tener un buen currículum y aprobar un examen para ser diputado o ministro, y que alguien, un tribunal, por ejemplo, dijera: A ver, usted quiere ser ministro de Sanidad pero tiene formación de abogado (si es que la tiene) así que no da el perfil que necesitamos. Lo sentimos, pero no está capacitado. ¿No es eso lo que ocurre en la vida profesional de los ciudadanos? ¿Por qué tienen bula los políticos?
Al
menos sería bueno que los políticos demostrasen un poco de cultura, de
inteligencia, de savoir faire, porque
hay algunos/as que no lo han demostrado "en su puta vida" y dicen a
los parados "que se jodan". Hombre, no son maneras. Decía Lenin (con
perdón) que los intelectuales no son buenos políticos, a pesar de que él era un
intelectual, pero los intelectuales se llevan muy mal consigo mismos. Por
ejemplo Sartre decía "Intelectual es el que se mete donde no le
importa" y Noam Chomsky sentenciaba "Los intelectuales son
especialistas en la difamación, son básicamente comisarios políticos". En
fin, quizá los buenos políticos no deban ser intelectuales, pero tampoco ignorantes
catetos zampabollos como son los politicastros que, en la actualidad y para
nuestra pesadumbre, nos representan.
domingo, 4 de mayo de 2014
Hoy he pensado que
Mira, nadie es por completo feliz pero todo el mundo tiene momentos de felicidad. Dicho así parece un eslogan de Coca-Cola, pero es una forma de decirlo, algo que tú mismo has pensado alguna vez y nunca has dicho o lo has dicho con otras palabras, y si no lo has pensado nunca piénsalo porque no se puede vivir abrumado por la desgracia de los demás como si la estuvieras viviendo tú. Ya sé que no es fácil si la infelicidad afecta a seres cercanos, como un hijo, una madre o un amigo, pero sea como sea eres tú quien imagina la desgracia, no quien la siente y la persona infeliz, ese hijo, esa madre, debe tener momentos de felicidad como los tenemos todos, y quién sabe si las personas que compadeces son más felices en algún momento y piensan que el desgraciado eres tú. Piénsalo, imagina por ejemplo a un sin techo o a un viejo que toca el acordeón en la calle: quizá son más pobres pero más libres y te ven a ti como una persona atrapada por sus responsabilidades o te notan en la cara que no eres por completo feliz. Y no digo que esté mal preocuparse por los demás, al contrario, pero no desde la compasión sino desde la solidaridad y el altruismo; no ayuda nada que pienses qué vida tan desgraciada la de éste o qué tristeza esos niños que se mueren de hambre, porque es solo la compasión de un momento y luego apagas el telediario y piensas en tu propia infelicidad o dices pobre gente, en qué mundo tan injusto vivimos. Así que si una persona te parece infeliz puede que lo sea, pero nunca será infeliz como a ti te parece, sino como él lo siente porque es otra persona y tú no sabes nada de las penas y las alegrías de las otras personas, y a mí me parece que la compasión no le hace ningún bien a nadie aunque a ti te justifique, que es lo único que hace la compasión, justificar, hacerte pensar que eres bueno, mejor que los demás que no se compadecen de los que sufren. Yo creo que es mejor escuchar si alguien quiere contarte algo, saber escuchar es solidario y ayuda, escucha a esa persona y no te apropies de su infelicidad, porque seguro que también tiene momentos felices aunque te parezca raro.
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