sábado, 2 de enero de 2016

Bailén-1966

Una calle de Bailén.

Un amigo me llama por teléfono.

- ¿Te interesa una sustitución médica en la calle Bailén?
- Sí, claro.
- Es por dos meses. Yo no puedo acompañarte pero he quedado con el médico en un café de la plaza de Oriente. Dile que vas de mi parte.

En el café conozco al doctor Martín, un hombre delgado, con el pelo blanco, muy cordial. Me explica los pormenores de su consulta, charlamos de cosas generales y cuando llevábamos casi una hora hablando me doy cuenta de que la sustitución es en el pueblo de Bailén, no en la calle Bailén. Le digo al médico que esa misma tarde le llamaré a su hotel para darle un respuesta definitiva.
En el metro, de camino a casa, me pregunto por qué no he deshecho el equívoco en el mismo café. Hace un mes que he roto mi noviazgo, pero ella sigue intentando la reconciliación. Me siento desgarrado por dentro y totalmente confuso. La tentación de volver con ella es muy fuerte. ¿Por qué no huir de Madrid, a un sitio lejano? 

El viaje en autobús es largo y pesado, me adormezco de vez en cuando. El coche hace una parada para comer y la gente se baja. Busco en mi bolsa y saco un bocadillo envuelto en papel de periódico. Como lentamente. No soy el único. En las curvas de Despeñaperros me mareo, hago lo posible por no vomitar. Al final me duermo. Cuando abro los ojos ha cambiado el paisaje: la tierra es roja, hay largas hileras de olivos. Estoy en Andalucía.

En la estación de autobuses de Bailén se acerca a mí un chico que puede tener mi edad. 25 años.

-¿Es usted don Manuel?
- Sí -contesto inseguro.
- Soy Gabriel, el hijo del dueño de la Pensión Central, donde va usted a vivir.

Me coge la maleta y echamos a andar.
En la pensión me recibe el dueño y me enseña mi habitación. Es amplia. Hay una cama, un armario, una mesa y una silla. La ventana da a un patio interior; más allá de una alambrada veo cerdos y gallinas. Saco de la maleta la escasa ropa que traigo, un despertador, una bolsa de aseo y los libros. De medicina solo he traído dos: un manual de Patología General y un libro de Dermatología que tiene fórmulas magistrales. Para leer he cogido de la antigua biblioteca de mi padre un ensayo de Ortega y Gasset y dos libros de Mark Twain; además, "Ficciones" de Borges y un libro de poemas de Neruda, estos comprados por mí. Llaman a la puerta. Es Martín, el médico, me saluda con alegría, me palmea la espalda, me invita a ir a su casa. Allí conozco a su mujer, que me ofrece una limonada. Martín me vuelve a explicar lo mismo que me explicó en Madrid. Luego vamos andando hasta el dispensario.

Estamos en 1966. Bailén es un pueblo sin árboles, sin sombras. Cuando a las cuatro de la tarde cae el sol como una maldición no hay sitio donde guarecerse. 
Acompaño a Martín en las primeras visitas, para que la gente me vaya conociendo. No hace falta, soy "el médico nuevo", una novedad en el pueblo. Me presentan a las fuerzas vivas: el alcalde, el párroco, el boticario. Soy demasiado joven y me siento cohibido, pero no lo manifiesto. Desde que murieron mis padres he tenido que andar con descaro por la vida. He procurado mantener la cabeza a flote para que no me pisaran. Sonrío a todo el mundo (mi sonrisa es encantadora) y estrecho manos con fuerza; les digo a todos con la mirada: soy el futuro.