viernes, 9 de febrero de 2018

Fotos explicadas

Fotografía de Mavictoria LP

Este cartel recuerda una pancarta de los cantares de ciego en la que se cuenta un crimen alevoso. Es evidente que está dibujado a mano, con un estilo barroco que se asemeja a algunos comics catalanes de los años 70. Anuncia un evento en el Teatro Cervantes, aunque a primera vista no es fácil discernir de qué función se trata: la mirada se pierde temerosa en una tupida red de garabatillos, volutas y geometrías comprimidas que obnubilan al observador con un magnetismo compulsivo. Tal vez, pasada la primera hipnosis, acierte a distinguir una insinuación de puertas y ventanas y pueda descifrar el hermético mensaje de la pancarta: una suerte de festival de teatro malagueño. Pero el artista lo ha escrito mal, con letras diminutas, para que no nos distraigamos de su esotérico dibujo. Definitivamente esta obra sería más adecuada para contar el crimen de Cuenca.


Fotografía de Isabel ZR

Es inquietante ver la imagen de Walter White, alias Heisenberg, en un felpudo, sobre todo si antes de entrar uno se limpia los zapatos con su jeta. De este sujeto pueden esperarse tanto represalias letales como una cordial acogida; pensemos mejor lo segundo. No sería muy original comparar a este personaje con Jekill y Hyde -entre otras cosas porque el pobre Mr Hyde era una hermanita de la caridad comparado con el irascible White-. Es más adecuado, a cuentas de su nom de guerre, compararlo con la dualidad onda-partícula de la física cuántica que inventara en su día el genuino Heisenberg.

Fotografía de Elisenda Segura

No sabemos si este reloj funciona con normalidad o se ha parado exactamente a las tres y cuatro minutos, lo cual puede provocar una cierta congoja en el observador. Frente a la banalidad de un minutero que cumple con su función y señala -¡Ay!- el inexorable paso del tiempo, un reloj que marca exactamente las tres y cuatro, lo mismo puede ser un vulgar agotamiento del resorte que lo mueve, que un mensaje críptico, una contraseña o una hora prefijada en la que sucederá algo innombrable. Los más pusilánimes deben abstenerse de la segunda posibilidad, reservada solo para neuróticos y nostálgicos que leen novelas de misterio. Por lo demás, el minutero puede estar simplemente señalando el desconchón de la esfera que afea el artilugio. Uno se queda con ganas de saber quiénes eran esas Marguerites de Paris.

Fotografía de Isabel ZR

He aquí una aldaba definitivamente sensual. Uno no puede esperar que el tacto de un llamador sea cálido y su contacto enervante; es obvio que con esa consistencia no se puede llamar a una puerta. Y no por el ruido , ya que el golpeo de los nudillos suele bastar para franquear cualquier entrada, sino porque al recién llegado pueden darle las uvas en el umbral acariciando la aldaba. Sin embargo esto es precisamente lo que sugiere la mano del retrato: si bien el brillo acariciador del artefacto es propio del metal bruñido, el liviano cincelado de los dedos delata una inequívoca textura femenina. En otro orden de cosas la mano/aldaba sostiene un objeto con apariencia de fruta madura. Inadecuado también para llamar, porque el plof resultante sería por completo inaudible.

Fotografía de Elisenda Segura

Estos simpáticos idolillos pueden representar a Rómulo y Remo en versión posmoderna, aunque la ausencia de brazos introduce algunas dudas: no parece lógico que los fundadores de Roma, con el trabajo que tuvieron, carecieran de estas útiles extremidades. Salvo que tuvieran los brazos recogidos en la espalda, posición de respeto habitual en reyes y príncipes; pero es poco probable que los romanos primitivos conocieran este protocolo. Además echamos en falta la loba. Otra posibilidad es que se trate de los alienígenas que raptaron a Elías en un carro de fuego, pero no es una hipótesis falsable. Al final resultarán ser una copia del fetiche arumbaya que buscaba con ahinco Tintin en L'oreille cassée.

Fotografía de Isabel ZR

Esta cara embutida en la piedra prefigura el semblante de Mariano Rajoy tras perder las elecciones, o bien el Tetrarca de Galilea con problemas de estreñimiento. En uno u otro caso, a esta máscara parece cabrearle un ciento el adorno floral con que la ha rodeado el arquitecto, por no hablar de las volutas que la sostienen. Es una pena que no puedan escucharse las blasfemias que profiere, ya que podrían orientarnos sobre la causa de tanto sufrimiento. Tampoco sabemos si el autor quiso inmortalizar a su suegra, pero estos ya son asuntos privados.