lunes, 29 de abril de 2019

Doctor Bob

Atardecer en Tampa (Florida)

Por casualidad encontré en internet un libro autobiográfico de Lodewyk H.S. Van Mierop. "Doctor Bob" es el título del libro (Outskirts Press, 2012). Los americanos, con su eficacia simplificativa tradicional, encontraron incómodo desde el principio el nombre de este inmigrante holandés y siempre fue conocido como Bob. Conocí a Bob Van Mierop en 1974 cuando, junto con mi amigo y compañero el doctor Víctor Pérez Martínez, ya fallecido, viajé con una beca a Estados Unidos para perfeccionar conocimientos de morfología de las cardiopatías congénitas y embriología del corazón. El profesor Van Mierop era y es conocido en todo el mundo por sus trabajos sobre el desarrollo cardiaco y las enfermedades congénitas del corazón, y fue pionero e impulsor de la cirugía cardiaca pediátrica en Estados Unidos. 

Previamente Víctor y yo habíamos permanecido unos meses en el Childrens Hospital de Boston, en el Departamento de Morfología Cardiaca que dirigía Richard Van Praagh, curiosamente otro apellido holandés, aunque éste más remoto, ya que Richard era canadiense. Ambos investigadores trabajaban con corazones infantiles y discrepaban en muchos aspectos, lo que no les impedía tener una relación amistosa. Van Mierop me pareció un hombre un poco adusto, aunque no desprovisto de sentido del humor, que nos recibió con la máxima cordialidad. Gran parte de la historia que relata en su libro nos la contó entonces en agradables veladas junto a su mujer y sus hijos.

Nació en Java de padres holandeses y desde muy joven se sintió fascinado por la naturaleza y la ciencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, después de que casi todo el sudeste de Asia hubiera sido invadido por los japoneses, todos los ciudadanos occidentales fueron internados en campos de prisioneros. Hombres y niños mayores de 17 años se mantuvieron en campamentos separados de los que alojaban a mujeres, niños y ancianos. Los prisioneros sufrieron humillaciones, palizas y hambre. Entre estos jóvenes se encontraba Van Mierop. Al terminar la guerra abandonó el campamento muy delgado y hambriento, pero con una salud razonablemente buena. Después de múltiples vicisitudes, que relata en su libro, se hizo médico en la Universidad de Leiden y años más tarde emigró a Estados Unidos, donde se convirtió en una autoridad mundial en las cardiopatías infantiles. Era, en 1974, profesor en la Universidad de Florida, en Gainesville, y allí acudimos mi amigo Víctor y yo a perfeccionar conocimientos de nuestra especialidad.

Además de la medicina, su gran pasión era el mundo animal. De lo primero que nos habló, en relación con España, fue de Félix Rodríguez de la Fuente, al que tenía en alta estima y conocía todos sus documentales.Tenía en su casa un gran serpentario que abarcaba muchas especies, incluyendo grandes serpientes pitón y otros ofidios de mordedura mortal, lo cual producía en los visitantes una razonable inquietud. Hacía muchos años que no oía hablar de él cuando descubrí su libro. Le recuerdo con cariño y agradecimiento por su enseñanza. Un saludo desde la distancia y el tiempo, Dr. Bob.

domingo, 21 de abril de 2019



MATERIA OSCURA (Relato)

Cuando M se despertó contempló asombrado que una mitad de su habitación estaba oscura y la otra iluminada. La ventana estaba abierta y la luz que entraba se dividía en rayos brillantes y oscuros. Intrigado saltó de la cama y, frente al espejo, comprobó con alivio que él no había cambiado, seguía siendo el mismo en cuanto a iluminación se refiere. Se asomó a la ventana y observó con sorpresa que en los edificios se repetía la distribución entre zonas oscuras e iluminadas. Todo lo demás parecía estar en orden, los coches y los autobuses circulaban con normalidad por la calzada y por las aceras discurrían sin problema los transeúntes. Bien es verdad que algunos vehículos eran oscuros y otros iluminados y lo mismo ocurría con los peatones, pero, al margen de esa peculiaridad, nada indicaba que algo extraño estuviera ocurriendo.

A M le pareció raro. Encendió el ordenador y buscó información en los periódicos digitales. Grandes titulares le informaron del acontecimiento: "¡Invasión de la materia oscura!" "La materia oscura del universo llega a nuestro planeta". "Un error en un experimento desencadena un fenómeno cósmico". M leyó con avidez la letra pequeña: "La anomalía se ha originado en el acelerador de partículas de un laboratorio de Maryland. Durante un experimento rutinario, se produjo una partícula no identificada que los físicos no pudieron controlar y escapó por una ventana del laboratorio a velocidad cercana a la de la luz. Los científicos creen que es la responsable del fenómeno".

M encendió la televisión. Un físico muy joven y muy nervioso estaba dando explicaciones: "...es un bosón, pero muy pequeño, ¡quién podía imaginarlo! Nuestro aparato es muy sencillo, no puede alcanzar grandes energías, así que fue una sorpresa que escapase del acelerador". M cambió de canal y escuchó las palabras de un premio Nobel de Física que siempre le había caído mal. El ilustre científico decía: "Estas cosas ocurren por menospreciar las partículas de baja energía. Los jóvenes piensan que solo importan el bosón de Higgs y otras superpartículas, pero la física moderna tiene que considerarlo todo".

El fenómeno era sorprendente, pero no parecía ser dañino. En el autobús que M tomaba para ir a la oficina había personas que eran oscuras y otras iluminadas. Advirtió que el conductor, pese a ser oscuro, conocía el trayecto a la perfección y se detenía en las paradas habituales. Los viajeros iluminados y los oscuros se miraban con perplejidad, aunque unos y otros enseguida recuperaban la expresión resignada de los que van a trabajar un lunes. En el trabajo no había nadie oscuro, lo cual no resultaba raro porque M trabajaba en una sucursal bancaria atendida solamente por tres empleados. No obstante, el pequeño recinto mostraba dos zonas de iluminación claramente diferenciadas; asimismo, durante la mañana, entraron en el banco tanto clientes iluminados como oscuros, que fueron atendidos de la forma habitual.

A mediodía se emitió un comunicado oficial por televisión llamando a los ciudadanos a la serenidad y quitando trascendencia a lo sucedido. Las palabras del Presidente del Gobierno, que apareció en una rueda de prensa, fueron confusas pero no inquietantes, y de paso aprovechó para culpar a los populistas. Al otro lado del océano, el presidente de Estados Unidos había vociferado: “¡El bosón es nuestro! ¡No admitiremos a la materia oscura, construiremos un muro!” Al final un tipo bajito, que dijo ser cosmólogo, ofreció una farragosa explicación que no entendió nadie. Pocos días después la noticia dejó de figurar en la primera plana de los diarios y la vida siguió como siempre.

En esos días extraños M conoció a Carol, una chica oscura muy atractiva y empezaron a salir. M descubrió que Carol, pese a la diferente forma en que reflejaba la luz, era una chica normal, sensible, divertida y compartía con ella muchas cosas. M y Carol se sentían felices y empezaron a hacer planes a largo plazo.

Una mañana, al despertar, M comprobó que Carol no estaba a su lado. Se incorporó inquieto y tras unos segundos de aturdimiento advirtió que su habitación estaba totalmente iluminada. Habían desaparecido las sombras. Corrió a encender el televisor y allí estaba el físico joven gritando alborozado: “¡El bosón ha vuelto, lo hemos recuperado!”. Después apareció el premio Nobel afirmando que la posible invasión de la materia oscura era algo que él había predicho tiempo atrás. El presidente del Gobierno envió un mensaje tranquilizador a la ciudadanía y dijo que las finanzas no habían resultado afectadas por la invasión. Por su parte el presidente de EEUU se atribuyó la expulsión de los oscuros y dijo que el mundo se había salvado. Las cámaras recorrieron las calles y recogieron las impresiones de la gente. Todo el mundo sonreía y parecía feliz.

Todos menos M. Comprendió que nunca volvería a ver a Carol.

viernes, 12 de abril de 2019

Recreación de un agujero negro


LA TIERRA PLANA

La Conferencia Internacional de la Tierra Plana piensa fletar un crucero que navegará hasta el confín del planeta, cuyo límite está constituido, según los terraplanistas, por un gigantesco muro de hielo circular. La primera idea que se le ocurre a uno es que se trata de un evento comercial, ya que se asegura que los pasajeros disfrutarán de camarotes de lujo, pistas de esquí acuático, restaurantes de alta gama y suntuosas fiestas. Pero, al margen de que se apunten al crucero unos cuantos millonarios aburridos, habrá un número no escaso de personas que, embarcados o no, crean firmemente que el navío llegará a los confines del mundo y demostrará finalmente que la Tierra es plana. Es de suponer que entre los creyentes habrá individuos de toda índole, incluso personas cultas que han recibido una sólida formación. 


¿Qué impulsa a seres normales a profesar esta fe estrafalaria e insostenible? Pueden invocarse razones muy repetidas, como la desolación que produce vivir en un mundo injusto e imperfecto y la necesidad de evadirse confiando en esquemas diferentes. Esa necesidad suele conducir hacia sectas más o menos satánicas o provocar conversiones a diversas religiones. ¿Pero qué remedio espiritual puede proporcionar sostener que la Tierra es plana? Quizás la cuestión está en creer en lo que nadie cree, sentir lo que nadie siente.




AGUJERO NEGRO

El mundo científico está revolucionado porque se ha podido fotografiar un agujero negro. Esta entidad era hasta ahora una hipótesis, si bien los datos astronómicos y los cálculos matemáticos prácticamente certificaban su existencia. Incluso teníamos constancia de sucesos cataclísmicos en el cosmos como resultado del choque de dos agujeros negros. Todo el mundo sabe lo que es un agujero negro, así que no me parece necesario describirlo ahora. A falta de una visión directa, nos habían ofrecido en multitud de ocasiones recreaciones artísticas de ese objeto estelar. En ellas se representaban minuciosamente las características fundamentales de un agujero negro: el horizonte de sucesos, su comportamiento como lente gravitacional, la radiación que emite, y en muchos modelos veíamos enormes chorros de materia absorbidos por la tremenda gravedad del agujero. 


Ahora tenemos una imagen real y, si quieren que les diga, me ha parecido un poco pobre en comparación con las recreaciones artísticas. Es como si la foto no aportara ninguna novedad. En efecto, vemos un pequeño círculo negro rodeado de una sustancia amarillenta que puede ser gas estelar incandescente. Pero eso ya lo habíamos visto muchas veces en las recreaciones imaginadas en comics, películas o teleseries y apenas constituye una sorpresa. No quisiera restar importancia a la gran hazaña científica que supone la fotografía en cuestión, pero la conclusión es que, una vez más, lo real es menos espectacular que la fantasía. Me pasó algo parecido cuando descubrieron el bosón de Higgs. Tanto se había hablado de la famosa partícula que esperaba grandes cambios en nuestra concepción del universo, cosa que todavía no ha sucedido. 

En fin, ya tenemos el bosón y el agujero, seguiremos esperando.

lunes, 8 de abril de 2019







Esta mañana, cuando he sacado a los perros hacía frío. El sol estaba cubierto por nubes que parecían incandescentes. Estos días son buenos para hacer fotografías, la luz plena del sol es muy intrusiva; las fotos en los días grises pueden tener un tinte de nostalgia. He leído que la luz que nos alumbra nace en el centro del sol, y que esos fotones tardan millones de años en alcanzar la superficie de la estrella. Luego, cuando son liberados, corren a la velocidad de la luz y tardan ocho minutos en llegar a nuestro planeta; otros no interrumpen su marcha y pueden llegar hasta el confín del universo. El físico Paul Davies se preguntaba: “¿por qué demonios corren sin parar las partículas?”. Lo he pensado unos segundos. Es una sensación de vacío inquietante. Pero en el fondo, ¿tiene algún sentido pensar en cosas que no conoceremos nunca? 


Dicen que la realidad no existe, que es una ilusión de nuestro cerebro. Es falso, la realidad existe pero la percibimos incompleta. No vemos como un halcón ni oímos como un perro. Si nuestra visión fuera microscópica veríamos el aire lleno de bacterias y polvo y resultaría aterrador; si fuera telescópica observaríamos la más remota galaxia, también con un escalofrío. Tal vez si pudiéramos ver directamente las partículas elementales las comprenderíamos mejor. Pero creo que no, viven en un mundo que está fuera de nuestra realidad. 



Tenía bastantes reticencias antes de leer “Stoner” (John William, 1965), es algo que me ocurre a menudo con los libros de culto. Sin embargo me pareció una excelente novela y, como siempre me ocurre cuando un libro me conmueve, pensé que era la novela que me hubiera gustado escribir. Los escritores americanos saben reflejar muy bien los ambientes cotidianos en los que no ocurren grandes cosas. Relatan de forma sencilla los problemas de la gente sin sacar conclusiones críticas ni hacer filosofía. Hablo de escritores como Richard Yates, James Salter o Kent Haruf.