domingo, 17 de septiembre de 2017

Extraterrestres

Trappist-1

No lo niegue, usted también cree en los extraterrestres. Le parece imposible que seamos las únicas mentes inteligentes en nuestro vasto universo. Se sobrecoge, quizá, ante una soledad tan absoluta e incomprensible y siente una punzada de esperanza cada vez que los astrónomos identifican un planeta extrasolar capaz de albergar formas de vida. 

En la mente de escritores, artistas y científicos siempre ha bullido la necesidad de que existan otras civilizaciones inteligentes y otros mundos habitables. Y no es un fenómeno reciente, la literatura y el arte están plagados de alienígenas y fantásticos viajes a otros mundos. Los más antiguos o mejor recordados son los relatos de Cyrano de Bergerac, Histoire comiqué des Estats et empires de la Lune, 1657La Luna fue el primer cuerpo celeste en el que la imaginación humana se atrevió a situar habitantes, incluso se los bautizó con un nombre: selenitas. Ellos fueron los primeros extraterrestres. De hecho hasta los primeros años del siglo XX –cuando ya no parecía verosímil que los selenitas pululasen por nuestro satélite- no se imaginaron viajes a Venus y a Marte y más tarde a otras galaxias.

En la ficción, las intenciones de los extraterrestres que visitan nuestro planeta han oscilado entre dos extremos: unas veces han sido crueles invasores, otras, seres superiores que nos han hecho ver los problemas de nuestra catastrófica civilización. En cuanto a su aspecto, los alienígenas han adoptado una variadísima gama de morfologías. Pueden ser individuos con extremidades tentaculares, arácnidos gigantescos, seres de color verdoso (los famosos "hombrecillos verdes" con orejas en forma de trompeta), etcétera. También podían adoptar una forma semejante a la humana, aunque con diferencias marcadas de estatura, color y tamaño de la cabeza. 

"Encuentros en la tercera fase". Spielberg, 1977.

El experto en robótica japonés Masahiro Mori improvisó en 1970 una curiosa teoría, que denominó Valle Inquietante, según la cual los robots con aspecto humanoide despiertan una empatía creciente, mientras no llegan a ser demasiado parecidos a un ser humano. "Pero cuando las réplicas antropomórficas se acercan en exceso a la apariencia y comportamiento de un ser humano real, causan una respuesta de rechazo entre los observadores humanos". En ese momento la curva empática cae bruscamente (valle inquietante), la empatía desaparece y se experimentan extrañeza y repulsión. No sé  si los psicólogos estarán de acuerdo con esta teoría, pero al menos, como su propio nombre indica, resulta inquietante.

Igual que ocurrió en nuestro planeta, el progreso empequeñeció las distancias del sistema solar. La Luna estaba ya demasiado cerca y los escritores trasladaron su fabulación a Venus y Marte. La posibilidad de que Marte estuviese habitado se consideró muy seriamente hasta bien entrado el siglo XX, y no solo en la ficción, que inauguró H.G. Wells  con su novela La guerra de los mundos (1898). (Es muy conocido el pánico real que despertó la adaptación radiofónica de esta novela por Orson Welles en 1938). 

Pero sustos aparte, los astrónomos empezaron a tomarse muy en serio la posibilidad de que hubiera habitantes en Marte a partir de las observaciones de Giovanni Schiaparelli (1835-1910). Este astrónomo creyó observar una red de estructuras lineales en el planeta rojo que denominó canales. Esos canales, según los dibujó Schiaparelli, sugerían fuertemente que se trataba de construcciones artificiales y abrían por tanto la posibilidad de que Marte estuviera habitado. 


Mapas de Marte de Schiaparelli.
Sus observaciones causaron una gran expectación, aunque no todos los astrónomos estuvieron de acuerdo con el italiano. Sin embargo el multimillonario norteamericano Percival Lowell (1855-1916), excéntrico y astrónomo aficionado, fue un converso del descubrimiento de Schiaparelli, y dedicó su vida a demostrar que en Marte había vida inteligente. A tal fin, construyó su particular observatorio astronómico y trazó sus propios mapas. Aunque no encontró marcianos, el Observatorio Lowell, en Flagstaff, Arizona, sigue funcionando en la actualidad. Dos cráteres, uno en la Luna y otro en Marte, llevan su nombre.

Mapas de Lowell

Al final, los avances tecnológicos demostraron que los supuestos canales marcianos solo eran un efecto óptico, pero la posible existencia de marcianos dejó una profunda huella en el imaginario popular, hasta el punto que el término marciano se ha convertido en sinónimo de extraño en el lenguaje coloquial.

No se puede decir si es probable o improbable que haya vida en otros planetas, ya que solo conocemos una pequeña porción del universo. Tampoco quiere decir nada que hasta ahora no se haya establecido comunicación con posibles extraterrestres. Puede que estén muy lejos, o que no tengan tecnología adecuada o simplemente que no quieran comunicarse. Lo que sí se puede decir es que el recorrido desde la primera célula hasta el ser humano es largo, difícil y azaroso, y todo ello asumiendo que la vida se basa en el carbono. ¿Podría ser diferente en otro planeta? Es poco probable, ya que los elementos que conocemos son los mismos en todo el cosmos y no parece que haya un elemento más apropiado para la vida que el carbono. 

Que la vida se base en el carbono es una limitación temporal para su desarrollo. Este elemento se forma en el interior de las estrellas y solo cuando una estrella se convierte en supernova y estalla, el carbono y otros elementos pesados se difunden por el espacio y pueden alcanzar un planeta. Si el Big Bang se produjo hace 13.800 millones de años, y la vida, según los últimos cálculos, empezó en la Tierra hace 4000 millones de años, y el Homo Sapiens existió hace tan solo 130.000 años, somos como quien dice unos recién llegados. Se podría asumir por tanto que otras civilizaciones, si las hay, hayan empezado un poco antes o un poco después que la nuestra. ¿Pero habrá sido su evolución semejante a la nuestra? 

Se puede pensar que los procesos que han llevado a la aparición de la vida estaban determinados por las leyes de la naturaleza. La formación de átomos, moléculas y compuestos químicos cumplen estas leyes. Pero después, quizá desde que se reprodujo el primer ser unicelular, ha entrado en juego la selección natural, la cual, partiendo de las premisas ambientales básicas que permiten el desarrollo de la vida, ha sido responsable de la evolución de los seres vivos en la Tierra. Sin embargo, así como las leyes de la naturaleza es probable que sean válidas en cualquier lugar del universo, la selección natural puede haber actuado de manera muy distinta sobre las hipotéticas vidas surgidas en otros planetas. 

La evolución no depende únicamente de la adaptación al medio, sino que gran parte de mutaciones han sido aleatorias o provocadas por catástrofes: glaciaciones, sequías, colisión de meteoritos (extinción de los dinosaurios), etc. El paleontólogo Stephen Jay Gould dejó dicho que si por azar recomenzara la vida en la Tierra, la evolución nunca seguiría los mismos caminos. Por tanto, si ha habido evolución en otros planetas es prácticamente imposible que se asemeje a la nuestra. De esta manera, podríamos imaginar seres vivos que aún no hubieran alcanzado la inteligencia, o tener una inteligencia incomprensible para nosotros, o ser inteligentes con una anatomía totalmente distinta. 

En un viejo cuento de ciencia ficción los humanos establecen contacto con una nave extraterrestre que viaja hacia la Tierra, y no tienen problemas para entenderse con ellos por radio. Un nutrido grupo de personas aguarda su aterrizaje, pero pasa el tiempo y la nave no aparece. En realidad los alienígenas han aterrizado ya, pero su nave se ha hundido en un charco de lluvia porque sus tripulantes son del tamaño de bacterias.