sábado, 26 de abril de 2014

Paisaje naíf


Un nuevo mundo

Escribí mi opinión sobre las descargas ilegales de libros y la piratería informática en general en una entrada anterior. En Facebook, Lucila Rodriguez-Alarcón proporcionaba hace unos días un enlace acerca de este asunto que me parece oportuno comentar. Es conocido que, en 2011, la escritora Lucía Etxebarría dijo lo siguiente: "Dado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros". No es la única. Leemos a diario lamentaciones similares de otros escritores y editores. El enlace referido por Lucila nos lleva a la revista Orsai que edita el escritor argentino Hernán Casciari en la que, el 21 de diciembre de 2011, publicaba una carta abierta de contestación a Lucía Etxebarría. Me permito seleccionar algunos párrafos:

Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero le pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los .pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil.

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Para Casciari hay un mundo nuevo en el cual los libros físicos vendidos y los virtuales se suman y el autor piensa: "¡Qué bien, cuánta gente me lee!". Pero aún persiste un mundo viejo en el que los escritores dicen: "¡Qué espanto, cuánta gente no me compra!". Y añade:

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.


No cabe mayor claridad. Casciari está en el futuro; Etxebarría y otros siguen anclados en el viejo mundo. No comprenden que las descargas gratuitas  incrementan la compra de libros en papel. Si yo leo en internet a un autor y me gusta, y no encuentro en la red otros libros suyos, sin duda los buscaré en las librerías. Los perdedores nunca serán los escritores, ellos seguirán escribiendo y se adaptarán a todo lo nuevo; los perdedores son los editores que siempre se han llevado la parte del león y ahora se ven impotentes ante la oleada digital. Ellos también siguen anclados en el viejo mundo.

jueves, 24 de abril de 2014

Alambrada


Sobre el pasado

Toda buena novela es en parte autobiográfica. O algo así. Una de esas frases que se repiten de vez en cuando sin que nadie sepa a ciencia cierta quién la pronunció, si es que la pronunció alguien, porque estoy seguro que algunas frases surgen por generación espontanea de esa sabia vox populi que nos rodea. Y no es que los escritores nos cuenten  literalmente su vida, sino que siempre escribimos a partir del bagaje acumulado por nuestras percepciones a lo largo de la vida; y no importa si lo que uno escribe es una novela costumbrista, policiaca o de ciencia ficción, porque siempre habrá vivencias del escritor reflejadas en un personaje, una acción o un paisaje.

Las personas de mi edad, o sea los viejos, seamos escritores o no, tenemos cierta renuencia a contar cosas de nuestra vida, pensamos que nuestro pasado no interesa a los más jóvenes y que, aunque no lo digan, quizá piensen: "¡Qué coñazo el abuelo con sus batallitas!". Confieso que, a veces, yo mismo me siento cohibido al hablar de mis recuerdos. Pero es un error. Las novelas no envejecen porque sean antiguas, sino porque no son buenas novelas. El pasado nunca es despreciable, es la parte más sólida de nuestra vida, más que un presente efímero o un incierto futuro. A diferencia de otros animales, los humanos conservamos nuestro pasado y sobre él edificamos nuestra cultura. Y no se trata de decir "con Franco vivíamos mejor" o "cualquier tiempo pasado fue mejor". No se puede vivir en el pasado, pero es bueno recordarlo y recrearlo en nuestros pensamientos y en nuestras palabras. Vivir descontento con el presente y añorar el pasado no conduce a nada. Pero revivir los recuerdos o deleitarse en la nostalgia, no es un error. El que ese pasado pueda interesar o no a otras personas ya no es nuestro problema.


Hoy ha muerto Alfonso Sainz, uno de los fundadores de "Los Pekenikes", un conjunto que forma parte de mis recuerdos. Este tema era uno de mis favoritos.


jueves, 10 de abril de 2014

Ventanas azules


Verano del 59

El año en que Carlos conoció a Isabel, Fallet de Mar era un pueblo pequeño y desconocido, bañado por un suave mar azul. No verde, ni azul verdoso, ni gris, sino azul como el mar azul de las geografías, diría años más tarde el propio Carlos en una de aquellas cartas pretendidamente literarias que solía escribir a los amigos o a las chicas que intentaba deslumbrar. Jorge Remesal, que lo conocía de antiguo, decía que aquella fue su etapa de impacto mediterráneo y que fue entonces cuando comenzó a amar el mar. Mucho después habría intentado recuperar esa exaltación oceánica en otras playas -como un elemento más de la obsesiva recapitulación de momentos de plenitud a que se había entregado - sin lograr revivir aquella primitiva e irrepetible sensación, sea porque la vida cambia nuestra forma de percibir las cosas, sea porque los paisajes también cambian y mueren con el paso del tiempo. Entonces los veranos eran largos y uno llegaba a olvidarse de Madrid, y al regresar, las personas y las cosas nos parecían extrañas y alejadas. Fallet era un puñado de casas blancas encaramadas en un promontorio que se adentraba en el mar como la proa de un navío. Había una plaza en la parte alta donde se celebraban las fiestas del Carmen, con fuegos artificiales y baile hasta la madrugada y había una montaña protectora, cercana y distante, que estaba siempre presente en nuestros días. Hacia el norte, el pueblo descendía con suavidad hasta el mar a través de un entramado de callejas que se extinguía en la playa de La Asunción; hacia el sur finalizaba de modo abrupto en un semicírculo de acantilados y allí, al socaire de la roca, se había construido un mirador, lugar obligado para turistas y cobijo de parejas en las horas oscuras. Muchas noches vimos allí amanecer escuchando el fragor de la espuma.

sábado, 5 de abril de 2014

Mis flamencos azules. Cuadro de Ana Ordoñez


Epílogo (continuación)

Primero los obituarios; después los artículos evocativos ("Sí, aquel día nos tomamos un café...; yo fui testigo de su indignación...; pues a mí me dijo..."); los comentarios laudatorios y los levemente críticos; después o al mismo tiempo las tertulias televisivas y radiofónicas con los "expertos" habituales. Añadan un conglomerado de twitters y facebooks variopintos y tendrán la semblanza del héroe. Pero aún queda el plato fuerte: la novelización lucrativa del personaje. Son esos libros ya escritos y guardados en el congelador esperando de manera vultúrica el deceso del héroe. Libros de páginas milenarias escritos por narradores omniscientes que se atreven a decir lo que pensaba el protagonista en tal situación o el diálogo secreto que mantuvo en determinado momento. Puede que me lea alguno de esos biopics -como si me leyera una novela de ciencia-ficción-, pero solo si puedo descargar gratuitamente el libro.

 Omar Al Khayyam dijo: "¿De qué sirve resucitar si todos continúan viendo al muerto?"