domingo, 14 de septiembre de 2014

Minol


Cielo Inmenso

Simulación informática de Laniakea

El astrofísico británico Stephen Hawking ha asegurado que durante toda su vida ha intentando comprender el Universo, aunque "ahora mismo no sé todavía por qué existe". Frente al arrogante dogmatismo que suele caracterizar a los científicos, la desconcertada afirmación de Hawkins implica una reconfortante humildad. No dijo, o no quiso decir, que además de no saber por qué existe el Universo, es muy poco lo que se sabe sobre él.

 Un grupo de astrónomos ha descubierto ahora que las galaxias no están distribuidas al azar en todo el Universo, sino que se encuentran en grupos que contienen docenas de galaxias, y en cúmulos masivos que poseen cientos de galaxias, todas interconectadas en una red de filamentos (?) en la que las galaxias se ensartan como perlas. Han bautizado al supercúmulo donde se encuentra la Vía Lactea con el nombre de "Laniakea ("cielo inmenso" en hawaiano). Calculan que su diámetro es de 500 millones de años luz y contiene 100.000 galaxias. Estos descubrimientos le transportan a uno a la ciencia ficción de los años 50, y es de agradecer que estos astrónomos, como aquellos escritores, describan con palabras poéticas sus hallazgos. 

Además Laniakea parece estar avanzando hacia lo que se llama el Gran Atractor, un gran valle gravitatorio en las proximidades de los racimos Centaurus, Norma e Hydra, a unos 160 millones de años luz de distancia de nosotros. Lo de Gran Atractor, más que pertenecer a la literatura mencionada,  parece recién salido de una película fantástica de serie B.

No sabemos por qué existe el Universo y es improbable que lleguemos a saberlo alguna vez. Pero preguntar "por qué existe" es más importante que preguntar "cómo se originó". En general, a los científicos les importa descubrir cómo suceden las cosas, no por qué suceden, ya que ese por qué implica una causalidad que a menudo niegan. Creen estar razonablemente seguros de que el Universo se originó en un fenómeno cuántico singular, conocido popularmente como Big Bang, pero si se les pregunta por qué se produjo ese estallido, afirman que no existe ninguna razón: ocurrió por azar. El azar es el gran comodín de la argumentación científica y filosófica en nuestro tiempo, hace caer una cortina sobre lo que se desconoce y previene explicaciones no aceptables por la razón. Por ejemplo, la ciencia explica que la vida se originó cuando unas proteínas inertes aprendieron a replicarse, lo cual es altamente probable, pero si uno indaga por qué sucedió, la respuesta siempre es la misma: ocurrió por azar. Otro ejemplo. Aceptamos que, desde ese primer momento, los seres vivos han evolucionado según las leyes de Darwin, pero nadie nos explica por qué empezó a actuar la evolución.


Es sorprendente que a lo largo de la historia solo haya habido dos respuestas al misterio de nuestra existencia. La más antigua y generalizada es la hipótesis creacionista que, en sus diferentes versiones,  se apoya en criterios sobrenaturales no verificables. La segunda hipótesis es el azar, que por su propia naturaleza tampoco es verificable, pero parece ser actualmente la respuesta más adecuada para la ciencia. ¿No puede haber otras hipótesis que no sean teístas o basadas en la incertidumbre? 

Stephen Hawking ha escrito que no es necesario invocar ningún dios para explicar el origen del Universo, pero, si los periodistas han interpretado bien las palabras del científico británico, tampoco parece gustarle el azar. Ha preguntado "por qué".

Si usted piensa en el Universo incomprensible, es bueno escuchar a Bach, cuya música intemporal y también incomprensible nos ayuda a perdernos entre esas miríadas de estrellas. Escuche el Kyrie de la Misa en Si menor, si es posible sin ninguna connotación religiosa, y deje volar su pensamiento por la inmensidad del espacio.