domingo, 24 de mayo de 2015

EL RINCÓN DE LA ÓPERA - TENORES LÍRICOS

Camille Pissarro. Avenue de l'Opera. 1898. Colección privada.

La voz de tenor lírico es la más frecuente y la mayoría de los compositores románticos escribieron sus óperas para este tipo de tenor. Es una voz más ancha y más potente que la del tenor ligero, adecuada para hacerse oír con orquestaciones de mayor envergadura. Su extensión es similar a la del tenor ligero, aunque con mayor dificultad para alcanzar notas sobreagudas y ejecutar las agilidades del bel canto. El talón de Aquiles del tenor lírico es el passagio  o registro de paso, una frontera imaginaria entre las notas bajas y altas. Canónicamente, el cantante emite el registro más bajo usando el pecho como resonador, la llamada voz de pecho,  y a partir de ciertas notas, variables en cada cantante, debe cambiar la resonancia a la cabeza (voce in maschera) para alcanzar el registro alto. Un passagio correcto es imperceptible para el oyente,  y ocurre cuando la voz consigue pasar pasar de un registro a otro sin perder el timbre. Muchas arias de Verdi se desarrollan en torno a esta frontera, de ahí que el canto verdiano haya entrañado siempre una dificultad añadida para los tenores. Un tenor modélico en este aspecto fue Carlo Bergonzi, y también Alfredo Kraus, aunque este último empleó en casi todas las notas la voz de cabeza. Por supuesto cada tenor ha solventado este escollo a su manera. Giusseppe Distefano siempre tuvo dificultades en el passagio por lo que solía cantar todo el registro con voz de pecho. Según los musicólogos esto acortó la vida de su voz, pero no su carrera, que fue dilatada, ya que el público olvidaba estos tecnicismos subyugado por la belleza deslumbrante de su voz.

El papel más emblemático de tenor lírico es probablemente el de Rodolfo en La Boheme, de Puccini. Ha habido grandes intérpretes de Rodolfo, pero sobre todo ha habido dos tenores que han alcanzado la excelencia: Beniamino Gigli, en los años

40 y 50, y Luciano Pavarotti en los años 70 hasta casi el final de su vida. Quien esto escribe, tuvo la fortuna de escuchar a Pavarotti en 1989, en el Metropolitan de Nueva York, cantando Rigoletto. Fue una experiencia irrepetible (ese mismo día los periódicos anunciaban la caída del Muro de Berlín). Grandes tenores líricos han sido Miguel Fleta, Jussi Björling, Giusseppe Distefano, Francisco Araiza, Jaume Aragall y Nicolai Gedda, por citar algunos.

En el primer vídeo oiremos a Luciano Pavarotti cantando Che gelida manina, de La Bohème, de Giacomo Puccini, en la grabación de 1973, con la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert von Karajan. Una interpretación, para mí, insuperable.




Una variedad dentro de esta categoría es el tenor lírico-spinto. Spinto viene del verbo italiano spingere, empujar, en este caso empujar la voz. Esta voz fue necesaria para interpretar la ópera verista, aplicación del verismo literario de Zola o Ibsen al género lírico, con obras tan características como Carmen, de Bizet, o Cavallería Rusticana, de Leoncavallo. Estos papeles exigían pasión e impulso dramático al tenor, cuyo canto discurría sobre todo en el registro medio, siendo necesario empujar o forzar la voz para no ser tapado por la orquesta. Uno de los primeros spintos fue Enrico Caruso, probablemente el tenor más carismático de la historia. Otros spintos famosos han sido el mencionado Bergonzi, Plácido Domingo y en la actualidad el alemán Jonas Kaufmann.

Pero sí no el mejor, sí el más extraordinario tenor lirico-spinto fue Franco Corelli (1921-2003). Venía de la escuela baritonal y tenía la voz más extensa que se recuerde en un tenor. Fue en parte autodidacta y su voz, según los musicólogos, tenía graves defectos. Pero la belleza de su timbre y la arrolladora pasión de su canto compensaba cualquier deficiencia técnica. Era además un hombre apuesto y aceptable actor, aunque le perdía un miedo escénico irrefrenable que nunca llegó a controlar. Se cuenta que en una representación de Il Trovatore, de Giuseppe Verdi, advirtió, en un palco contiguo al escenario,  un gesto de desagrado en un espectador. Con gran indignación Corelli saltó al palco y acometió al espectador con su espada. De attrezzo, claro. El 28 de septiembre de 1968 debía cantar en el Metropolitan de Nueva York la ópera Adriana Lecouvreur, de Cilea. Debido a una indisposición (o por miedo, quién sabe) no pudo actuar y fue sustituido por un cantante, poco conocido entonces, llamado Plácido Domingo.

Escuchemos a Franco Corelli, en una grabación de 1962, cantando Nessun dorma, de Turandot, también de Puccini. Admirables sus diminuendi y un fiatto al final del aria casi sobrenatural.