viernes, 26 de septiembre de 2014

Paradise


Ciurlionis. Paradise (1909)
Mikalojus Konstantinas Čiurlionis (22 de septiembre de 1875 – 10 de abril de 1911) fue un pintor y compositor lituano.

Los pedantes

Pedante, según la RAE: "Persona engreída que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad".
Aunque es fácil distinguir a un pedante por cómo actúa, por su forma de hablar y opinar sobre las cosas, justo es decir que siempre es un juicio subjetivo, pues el pedante no se considerará él mismo engreído y acusará de pedantería a otro que le supere en engreimiento. (Siempre habrá quien califique de pedante lo que escribo). Este vano alarde de erudición puede manifestarse en diversos aspectos de la cultura, pero sin duda es más evidente en la literatura. En la música, por ejemplo, sería comprometido afirmar que tal compositor o tal intérprete acusan este defecto, y otro tanto podríamos decir de la pintura o de cualquier otra manifestación artística.

Como se sabe, a comienzos del siglo XX las artes experimentaron grandes cambios que quebraron radicalmente la ortodoxia secular. Así, en Música, la Segunda Escuela de Viena rompió con la tonalidad y desarrolló formas nuevas como el dodecafonismo, el serialismo y la música atonal. En la Pintura, la desestructuración de las formas clásicas fue más amplia si cabe, con la aparición del cubismo y de la abstracción como estilos más rompedores. También alcanzaron los vientos del cambio a la Literatura, y más específicamente a la novela. Los escritores trataron de subvertir la rígida estructura de la narración decimonónica creando la novela experimental. Estos cambios, como siempre ocurre, fueron en principio incomprendidos por el gran público. Pero el tiempo suaviza las aristas, y lo que ayer era vanguardia hoy está incorporado a lo cotidiano o está olvidado. Así, vemos ahora coexistir en la Pintura lo abstracto con lo figurativo y en la Música la tonalidad con su ausencia, sin discordias dignas de mención entre sus representantes y sin que ninguna tendencia se atribuya la autenticidad absoluta.
Con la novela no ha ocurrido lo mismo. No ha habido género literario más vapuleado desde hace un siglo: cada estilo ha tratado de aniquilar al anterior, se han creado idolatrías indiscutibles y excluyentes, se ha hablado del resurgir, del hundimiento y hasta de la muerte de la novela. Y en este "suburbio de la discordia", en palabras de V.H.Auden, algunos escritores (ahora hablo de España) se han nombrado a sí mismos depositarios de las más excelsas esencias literarias y paradigma de lo único que merece la pena escribir, desautorizando y tratando como apestados a los que escriben de otro modo. Ellos no advierten que es muy quebradiza la línea sutil que separa la originalidad de la pedantería. Escribí en otra ocasión sobre declaraciones públicas del escritor Vila-Matas y la escritora Marta Sanz. Esta última, a propósito de si hay o no literatura en las series televisivas, escribe lo siguiente:
 Hace tiempo, el adjetivo literario se utilizaba indistintamente para consagrar o denigrar una serie como Yo, Claudio. También existían novelas cinematográficas. Ahora, cuando se dice de una novela que es literaria —pleonasmo más bestia que el de los sus ojos tan fuertemente llorando—, casi siempre el significado es peyorativo. En nuestra movediza sociedad líquida, la sinestesia no se usa como instrumento crítico, sino que los géneros se hibridan hasta el punto de que no nos extraña esa categorización —ontológica— de lo audiovisual como literario. Mezcla y mistificación se constituyen en eslóganes de un mundo en el que el tajo de la desigualdad es hondo: el imaginario de lo líquido, ecléctico y lábil es eufemismo estético de una ética de la globalización donde todo tiende a ser igual excepto los capitales para adquirir bienes. La opacidad y lentitud de la palabra literaria, y el espesor connotativo de un texto que no solo sea una historia, definen lo literario. No obstante, prevalece la inmediatez del consumo televisivo —normalmente de pago—, la anorexia expresiva, la supremacía de la trama y la sintaxis de las narraciones frente al relieve semántico de esa literatura que hace del esfuerzo crítico e imaginativo, del tiempo del lector, un ingrediente. En una ceremonia in de la confusión entre lo popular y lo elitista, en un falso difuminado de los límites, nos fascinan la banalización de la literatura sometida a la superficialidad de ciertos lenguajes audiovisuales y la metamorfosis seudointelectual del entretenimiento televisivo. La consideración de las series como literatura resulta cuestionable académicamente y se vincula con una corriente de desprestigio de la palabra literaria por parte de lectores que experimentan cierto aburrimiento sine nobilitate, o que no se molestan en leer y cubren su cuota de prestigio cultural con Mad Men. Yo prefiero la adaptación televisiva de El comisario Montalbano. Esa me gusta de verdad. (Marta Sanz  Babelia Desprestigio de la palabra 20/9/14)

¿Comprenden a qué me refiero?