domingo, 7 de junio de 2015

LA MUERTE DE ARTEMISA (Novela) - CAPÍTULOS 18 Y 19




                                                                         18

                                                                 BLACKFIRE

Itciar había decidido recabar la ayuda de Rodrigo Cortés. No había comunicado a nadie su intención y eso la inquietaba; Tracy no veía con buenos ojos las improvisaciones. Pero pensaba que tener un contacto con El Diario podía resultar útil aunque comportase algún riesgo. Si actuaba con habilidad y conseguía información confidencial, su iniciativa sería elogiada por el grupo. No tenía una idea clara de cómo justificar ante su amigo Cortés el interés por la muerte de Artemisa sin revelar su implicación en los hechos. Pero confiaba en Rodrigo, al que le unía una franca amistad, por más que el periodista no ocultara su predisposición a transformar esa amistad en una relación más adulta. Propósito irrenunciable, a pesar de las repetidas negativas de Itciar, pero no peligroso, ya que ella sabía eludir sin aspereza los asaltos de Cortés.

A la misma hora que nosotros escuchábamos las confidencias de la amiga de Blasco, Itciar hacía sonar el timbre de la casa del periodista. Tras una larga espera, un Rodrigo Cortés en bata y con el pelo alborotado abría la puerta.

-¡San Pedro! Creí que se hundía el mundo. ¿Sabes qué hora es?
-Las once y media. ¿Me invitas a pasar?


-No me lo digas, adivino qué te trae. Al fin has decidido desprenderte de tu absurda virginidad. Sabía que tarde o temprano te decidirías, aunque escoges unas horas...
-No seas pelma, Rodrigo. Vengo por un asunto profesional.
-¿Profesional? -Rodrigo abrió desolado los brazos -. Me decepcionas. Bueno, pasa y rebusca por ahí. A lo mejor encuentras una revista pornográfica y te instruyes mientras me visto. ¿Quieres café?
-No, gracias, he desayunado hace horas -. Hizo una pausa y añadió -: He leído tu crónica sobre el crimen de la modelo. Está muy bien.
-Ah, eso -la voz de Cortés llegaba a través de la puerta medio abierta del dormitorio -. Para comentar eso podría haber venido a una hora más decente. ¿No sabes que los periodistas se acuestan tarde?

Itciar rebuscó en el hueco del salón que hacía las veces de cocina.

-Si me dices dónde está la cafetera te preparo café.
-De cafetera, nada -dijo Cortés asomando la cabeza -. La gente apresurada como yo toma café soluble. Calienta agua sin más.

Itciar puso agua a hervir y paseó por la habitación.

-Es muy curioso lo de la muerte de esa chica y el tipo ese que ha desaparecido. Me gustaría conocer más detalles.


-¿A qué viene ese repentino interés? -Cortés apareció, ya vestido, abrochándose el cinturón.
-Pues es que ayer me quedé intrigada y he hecho averiguaciones por mi cuenta.
-A ver, a ver. ¿Qué te traes entre manos?
-Bueno, el artículo de El Diario era muy sugerente y he estado en la hemeroteca buscando información sobre Franco Dalessio y todo ese rollo de la Mandrágora. Pensé que te podía interesar.

Le mostraba un cuaderno lleno de anotaciones. Cortés dejó la taza sobre la mesa y se rascó la cabeza.

-Un momento, pequeña, ¿a quién tratas de engañar? A Rodrigo Cortés no se le viene con esos cuentos. ¡Tu sabes algo!- La chica miró a su amigo sin saber qué decir y Cortés se echó las manos a la cabeza- ¡Hay que joderse! Mis jefes cogen un asunto vulgar y le dan una importancia desmesurada, pero, claro, sin explicarle nada a este inmundo reportero. ¡Y ahora resulta que hasta los estudiantes de periodismo saben más que yo del caso! Todo el mundo piensa que soy gilipollas, ¿o qué?
-Veras, Rodrigo -Itciar se mordió el labio vacilante -. Puedo decirte algo, pero no todo. Existe un pacto de silencio.



Cortés se desmadejó en una butaca con los ojos cerrados.

-Madre mía -murmuró.
-Resulta que un amigo mío -empezó Itciar-, alguien que yo conozco, sabe quién es el hombre que estaba con la modelo, el que ha desaparecido.
-¿Qué?
-Y sabemos, mi amigo sabe, que es inocente.

Cortés angustiado se inclinó hacia delante.

-¿Pero no se da cuenta Tracy del lío en que os estáis metiendo?
-Yo no he dicho que fuera Tracy -replicó Itciar sobresaltada.
-Vamos, vamos, Itciar, ¿tú también me tomas por tonto? Es evidente que tu insoportable amigo Tracy y ese absurdo grupito vuestro tiene algo que ver con lo que me cuentas.

La muchacha guardó silencio.

- Mira, pequeña -Cortés la apuntó con un dedo-, te diré lo que vas a hacer. Me vas a contar ahora mismo todo lo que sabes sin dejarte una coma, o si no ya sabes donde está la puerta. Te vas por donde has venido y aquí no ha pasado nada.



Itciar miró a Cortés con desaliento. Lo había hecho todo mal: no sólo no había sonsacado al periodista sino que había comprometido a sus amigos. Permanecer callada y dejar las cosas como estaban no resolvía nada y estimularía aún más la curiosidad de Cortés, pero si le hacía partícipe del asunto, tal vez pudiera evitar su indiscreción. Itciar optó por esto último y puso al tanto a su amigo de los acontecimientos. Al concluir había una luz de éxtasis en los ojos del reportero.

-¿Qué día es hoy? Tengo que consultar mi horóscopo. ¡Dios mío qué historia! No sé si creerte, es demasiado sublime. ¿Seguro que no te burlas de tu viejo amigo?
-Venga, Rodrigo, no hagas teatro. La cosa no es para tomarla a broma.
-¿A broma dices? Claro que no. De modo que tenéis escondido al señor A.S. Bueno, bueno, es inaudito. ¿Me dejaréis participar? ¿Crees que Tracy se opondrá?
-Prométeme ser discreto, Rodrigo.
-Claro, claro, no te preocupes. Ya sabes que soy zorro viejo.
-Bueno, ya te he contado todo. Ahora, dime tú lo que sepas.
-Pues el caso es que... -Cortés se detuvo cohibido- no sé mucho más. Los jefes no sueltan prenda. Ahora bien, a partir de ahora... Oye, pequeña, supongo que sois conscientes de que este es un asunto peligroso.
-Venga, Rodrigo, ¿no estarás asustado?
-¿Yo? No me conoces. No pararé hasta llegar al final. Soy un profesional. ¡Este puede ser el reportaje de mi vida!
-Rodrigo, te recuerdo que esta es mi historia.
-No te preocupes, criatura, aquí hay trabajo sobrado para dos. Una sola noticia lanzó a la fama a Woodward y Bernstein, recuérdalo. Ahora no perdamos tiempo y empecemos a trabajar.






Eran casi las seis cuando volví al estudio de Tracy. Estaba todo el grupo con excepción de Daniel. Itciar había hecho un buen trabajo de investigación sobre Dalessio y la Scampi. Franco Dalessio era un personaje sin edad: alto, atlético, de sonrisa cautivadora y cabellera encanecida, había comenzado como actor en películas italianas de escaso nivel. Saltó a la fama al protagonizar un escándalo que surtió durante meses a la prensa del corazón. Se casó en secreto, tras un rapto previo, con una menor, hija de un financiero español, y fueron perseguidos y detenidos por la policía. La historia terminó con la aceptación de Dalessio por parte de los padres de la novia y la pareja se estableció en España. Aunque el matrimonio duró poco, el italiano permaneció en nuestro país y se hizo asiduo de la alta sociedad, realizó dos o tres películas y se distinguió por sus romances con actrices jóvenes.



En 1982 se produjo la quiebra del Banco Rossi de Turín y salió a la luz la Mandrágora, organización semisecreta, que tras la aséptica denominación de Asesoría Financiera Internacional, ocultaba una extensa gama de actividades delictivas, desde sobornos a políticos a blanqueo de dinero a gran escala. Cayeron conocidas y respetadas cabezas; hubo huidas, desapariciones, suicidios y misteriosas muertes accidentales; pero nunca se supo quiénes eran los auténticos cerebros de la organización. Un periódico sugirió la existencia de un improbable consejo internacional de ancianos (los Grandes Padres), pero fue una mera conjetura. A otro nivel, el nombre de Dalessio fue mencionado, aunque nunca se le pudo probar nada. Entre las empresas presuntamente implicadas en el caso Rossi, estaba la Seymour & Davidson, una multinacional radicada en España, dato este a tener en cuenta, ya que García Conde, el marido de Silvana Scampi, era un alto ejecutivo de la firma. De esa época databa la amistad entre Dalessio y la Scampi. Aunque se les atribuyó un romance, los rumores sobre el lesbianismo de Silvana no disminuyeron. Otras versiones aseguraban que las chicas eran amigablemente compartidas por los dos italianos. En cuanto a la enigmática Silvana Scampi, poco o nada se conocía de su pasado. Salta a la popularidad con motivo de su boda y desde entonces es perseguida por fotógrafos y reporteros a causa de su desaforada actividad erótico-social. Su matrimonio no se ha visto afectado y se mantiene sin fisuras dentro de un clima de liberalidad y consenso mutuo.



Bajo mi punto de vista, después de lo que acababa de oír, me parecía evidente que mi asunto se relacionaba claramente con aquellas conspiraciones internacionales, y que Dalessio, Silvana, su marido, la multinacional y quién sabe cuánta gente más estaban implicados en el asesinato de Artemisa. Todo lo cual me producía una cierta euforia, la aparición de nuevos sospechosos  crearía dudas razonables acerca de mi presunta culpabilidad. Tracy y Jaime frenaron mi optimismo: había indicios, sí, de que esos personajes estuvieran implicados en historias turbias, pero no necesariamente en el crimen que nos afectaba. Carecíamos de pruebas. Mencioné entonces la foto de Anselmo, que probaba de manera incuestionable la relación entre los italianos, Artemisa y Calabor, pero según Jaime lo único que demostraba es que todos los de la foto eran amigos, lo cual no constituía delito alguno. Dije finalmente que si lo que habíamos conseguido hasta ese momento no valía para nada, para qué seguir jugándonos el pellejo, mejor abandonar y marcharnos todos a casa. Todos se opusieron: nadie hablaba de abandonar sino de perfilar adecuadamente una estrategia. Para contrarrestar mi actitud derrotista, los chicos admitieron en que en efecto los personajes investigados eran realmente sospechosos, pero que era imprescindible tener pruebas que fundamentaran cada paso adelante en nuestra investigación.

-Muy bien -dije en tono hosco, un poco harto de tanta filigrana-: ¿Cuál será entonces nuestro próximo movimiento?

El repentino sonido del timbre nos sobresaltó e impidió cualquier respuesta. Jaime atisbó por la mirilla.

-Es Daniel.

Daniel entró sonriente y se plantó en el centro del grupo.

-Esto está resuelto -dijo agitando en el aire la casete robada. Su rostro reflejaba satisfacción por la expectación despertada-. Debería haberlo adivinado antes. Anoche empecé a hacer pruebas con mis aparatos, pero sin resultado. La maldita cinta se resistía. Me fui a dormir y por la mañana continué haciendo pruebas. Nada. Todo parecía inútil. Desanimado me tumbé en la cama y, como dicen en las novelas, dejé que mi mirada vagara por la habitación. Entonces lo vi.
-¿Qué viste?


-Mi ordenador personal. Así de sencillo. Como es sabido estos pequeños ordenadores utilizan casetes normales y corrientes para almacenar programas, así que me dije: ¿Por qué no probar la cinta en el ordenador? Dicho y hecho, coloqué la cinta, la avancé hasta el comienzo de los ruidos y... ¡zas! En la pantalla empezaron a aparecer palabras perfectamente legibles. Ahora sabemos que las casetes de los Amigos del Barroco contienen mensajes camuflados, reproducibles mediante un ordenador.
-¿Pero cuál es el mensaje?
-Bueno, esa es otra -Daniel arrugó el entrecejo-. Descifrado está -nos mostraba una hoja de papel- Ahora falta saber que coño quiere decir esto.


SECTOR 217/B/45000
DENOMINACION: AMIGOS DE LA MUSICA BARROCA
CLAVE: BLACKFIRE
CONTINUA MENSAJE
ALCANCE INMINENTE NIVEL 3, PROBABILIDAD DE                                                     INTERCEPTACION NO SIGNIFICATIVA. PERMANEZCA                                                  DISPONIBLE.                                
 EVENTUALIDAD: UTILICE CODIGO 13/00/O1.
 FIN DEL MENSAJE



Todas las manos se disputaron el papel con excitación, hablaban todos a la vez y aventuraban interpretaciones sobre el críptico texto. Yo me recosté en mi asiento y dejé correr los pensamientos. Aquella nota me devolvía la fantasía, introducía de nuevo lo mágico, lo irreal, en mi aventura. Era un mensaje cifrado que maldito si sabía lo que podía significar, pero era auténtico: alguien enviaba mensajes encerrados en una inofensiva casete. Algo inconcebible, tanto como grabar un mensaje en un cerebro, pero también esperanzador porque suponía abrir una brecha en la organización de los poderosos, desvelar una pequeña parte de la trama. Además era una demostración de que no nos movíamos en un mundo imaginario. Paradójicamente, ese elemento fantástico nos confirmaba la realidad.

Analizamos palabra por palabra del mensaje y tratamos de encontrarle algún sentido. Pero el texto no aludía a nada concreto que pudiéramos relacionar con nuestra investigación. Se refería a algo inminente, algo que estaba a punto de ocurrir- todos presentíamos que era algo importante- y que alguien temía que no llegara a realizarse, aun cuando esa posibilidad fuese remota. Era suficiente para estimular nuestra imaginación, ¿por qué no suponer que esa acción estuviera relacionada con el mensaje del que yo era portador? Pero había algo objetivo, tangible, incuestionable: sabíamos el nombre en clave de la operación. Para nosotros BLACKFIRE sólo era un nombre, pero para ellos debía significar mucho.

-Ahora ya sabemos cuál será nuestro próximo paso -dijo Tracy con determinación-. Quiero ver la cara de Orozco cuando le hablemos de Blackfire. ¿Qué hora es? -miró su reloj-. Aún no son las ocho, perfecto, estará en su estudio. Iremos ahora mismo Adrián y yo.
-¿No sería mejor telefonearle antes? -apuntó a Itciar.
-Nos arriesgaremos, Itciar. Tenemos que jugar el factor sorpresa.

Esta vez nadie se opuso al plan de Tracy.



                                                                          
19

                                                  ¿QUIÉN MATO A ARTEMISA?

Tracy conducía ensimismado. Para romper el silencio le pregunté si, a su juicio, había hecho yo lo correcto al confiarme a Marta. Me dirigió una mirada rápida antes de contestar.



-Qué quieres que te diga, eso es asunto tuyo, puedes hacer lo que quieras. Tú mandas en todo esto, esta es tu historia.

Como ya lo iba conociendo, esperé con paciencia a que respondiese a mi pregunta.

-Ahora, si quieres saber mi opinión -dijo un poco después-, me preocupa que nuestra existencia se divulgue demasiado, hace más difícil actuar por sorpresa. Pero por otra parte, cuanta más gente esté al tanto de nuestro embrollo, más difícil será negar su existencia, si alguien se empeña en negarlo. Por cierto, te ha sentado bien estar con tu mujer.
-¿Por qué lo dices?
-Pareces otro, Parker. Hasta se diría que le has cogido gusto a la investigación.

Visto que no existía ironía en el comentario de Tracy, reflexioné un momento.

-Tal vez estás en lo cierto. No es que haya perdido el miedo, ni que confíe ciegamente en el éxito, es que todo esto está ocurriendo muy deprisa y mi capacidad de respuesta está muy sobrepasada. Entonces sólo puedo pensar en la acción por la acción en sí misma. No sé si me explico.
-Te explicas muy bien.


-Esta no es una situación normal para mí, ni para nadie, claro, pero estoy metido en ella hasta las cejas y necesito tener una inusual rapidez de decisión que nada tiene que ver con mis esquemas habituales de conducta. Entonces descubro que soy capaz de comportarme de forma adecuada a las circunstancias, incluso con cierta soltura, ¿comprendes? Y de alguna manera esto es satisfactorio.
-Quizás esto es lo que querías vivir.
-Sí, puede ser. Aunque nada podía estar previsto. No sé lo que hubiera hecho sin vuestra ayuda, hora es ya de decirlo.
-Vamos, Parker.
-No, escucha, no es palabrería. Estoy comprobando que en eso que llamamos situaciones límite -y esta no hay duda de que lo es- las valoraciones, digamos más intelectuales, son perfectamente inútiles. Sólo cuenta la solidaridad, el recurso primario de la mano a que agarrarse.
-Entiendo. En alguna medida también ha contribuido Marta, ¿no?
-Quizá... Hoy he descubierto en mi ex-mujer cosas que desconocía.

No volvimos a hablar hasta llegar a nuestro destino.



La luz oblicua del crepúsculo arrancaba reflejos rojizos de los muebles y creaba una atmósfera de sosiego en el despacho del arquitecto. Orozco escuchaba con aire profesional mientras se tironeaba discretamente de la barba. Las orejas puntiagudas, el cráneo liso y la tupida barba le asemejaban a un gnomo. Visto de cerca se advertía que la calvicie le hacía aparentar más edad. Sentado en un sillón de enorme respaldo y tras aquel gran escritorio, comunicaba una curiosa sensación de insignificancia. Habíamos vuelto sobre el tema de la firma catalana -esta vez se trataba de edificar una planta de cosméticos- sin que por el momento el hombre mostrase ningún recelo. Yo tenía los ojos ocultos por unas gafas de sol, ya que cabía la posibilidad de que mi cara le resultase familiar, pero el pequeño gnomo no daba muestras de reconocerme.

Tracy prolongó su interpretación de nieto del Sr. Calafell hasta que Orozco pidió detalles concretos. Entonces cambió su actitud de manera radical.

-Veo que está usted interesado. Es una lástima, porque el proyecto es totalmente imaginario -dijo con desparpajo el muchacho .
-¿Perdón? -parpadeó el arquitecto, quizás sorprendido más que nada por el cambio de acento de Tracy.
-En realidad hemos venido a negociar.
-Me temo que no comprendo.
-Lo comprenderá enseguida. Queremos hablar de Artemisa.

Le observamos con atención, pero Orozco no hizo ningún gesto revelador.

-Sigo sin entender -dijo con voz neutra.
-Estoy seguro de que comprende.
-Bien -dijo levantándose a medias-. Es evidente que se trata de una confusión. Por lo tanto...
-No hay confusión. Hablemos de Artemisa. ¿O prefiere que hablemos de los Amigos de la Música Barroca?

Orozco abrió la boca, la cerró y volvió a sentarse.



-¿Pero qué demonios...? -murmuró.

En ese crítico instante se abrió una puerta y se asomó a la habitación un hombre en mangas de camisa.

-Ah, perdona, Pepe. No sabía que estabas ocupado.

Orozco pareció que iba a decir algo, pero se limitó a asentir con la cabeza.  El otro individuo nos saludó con un gesto y desapareció, pero Orozco había aprovechado la pequeña pausa para recuperarse. Nos contempló despectivamente y dijo con voz tranquila:

-Son de la prensa, claro -. Casi esbozó una sonrisa y continuó-: Claro, periodistas. Lo que no me explico es a qué viene toda esa invención del principio. Desde luego emplean unos métodos... Pues bien, están perdiendo el tiempo. Yo ya he hecho una declaración sobre la muerte de esa modelo y no tengo nada más que añadir. Ahora, si no tienen inconveniente...

Casi había recuperado el dominio de sí mismo, aunque le delataban las gotitas de sudor que brillaban en su calva. Tracy no se movió y le miró impasible.

-¿Hablamos entonces de los Amigos del Barroco? ¿También ha hecho ya una declaración al respecto?


-¿Por qué insisten? -se alteró el arquitecto-. ¿Con qué derecho investigan mi vida privada? -Luego, más calmado, añadió-: Soy... soy miembro de una asociación musical perfectamente legal.
-¿Legal? Es posible, aunque realizan unas curiosas grabaciones que convenientemente descifradas... -Tracy se inclinó hacia delante y le espetó-: ¡Blackfire! ¿Quiere que hablemos de eso?

Orozco palideció y se pasó la mano por la calva. Súbitamente extendió una mano hacia el teléfono. Tracy, con audacia, sujetó el auricular.

-¿Qué trata de hacer?
-¡Voy a llamar a la policía!
-¡Hágalo! -Tracy se cruzó de brazos-. A la policía le gustará examinar determinada cinta encontrada en su casa. Y a propósito, no somos periodistas.

La mano de Orozco, siguió engarfiada, inmóvil, sobre el teléfono y Tracy aprovechó su indecisión:



-Vamos a ver si es posible hablar con tranquilidad. Le diré como están las cosas. Hay una mujer muerta y nos consta que usted sabe más de lo que ha dicho. Es evidente, por otra parte, que usted está mezclado en asuntos poco claros, como lo demuestra la casete que está en nuestro poder. Sabemos que ambos asuntos están relacionados. Por lo que se refiere al crimen, hay un presunto culpable: este hombre-. A una seña de Tracy me quité las gafas oscuras-. Nosotros sabemos que no es culpable y usted también lo sabe. Por tanto, podemos negociar. Usted nos ayuda y nosotros le ayudamos. ¿Qué me dice?

De pronto advertí que la argumentación de Tracy era inconexa y no resistiría el más mínimo análisis. Pero para Orozco las cosas estaban bastante más claras.

-¿Qué quieren saber? -dijo retirando la mano del teléfono.
-Así es mejor. Sólo queremos saber una cosa: ¿quién mató a Artemisa?
-No lo sé.- El hombre se retorcía las manos con nerviosismo.
-Vamos, Orozco, es evidente que sí lo sabe. Quizás fue usted mismo.
-¡No!
-¿Quién, entonces?
-No... no puedo decir nada.
-Mire, no queremos perjudicarle ni entrometernos en sus asuntos. Pero queremos entregar a la policía al asesino. ¿Quiere ayudarnos? En caso contrario nos veríamos en la necesidad de divulgar lo que sabemos.
-Pero ustedes no saben... no comprenden en donde se están metiendo. ¡Juegan con fuego! ¡Les aseguro que corren un gran peligro!
-Me parece que usted si está en peligro. Sobre todo si se descubren las torpezas que ha cometido.

El arquitecto miró a Tracy con los ojos muy abiertos y casi sonrió.



-Están locos. Por un momento me han desconcertado. Se creen muy fuertes porque conocen algunos datos dispersos. ¡Qué estupidez! Eso no vale nada. Nada, se lo aseguro. Los aniquilarán, se desharán de ustedes sin el menor esfuerzo. Y además vienen aquí amenazándome. ¡Podría hacer que los detuvieran ahora mismo!
-No, Orozco, usted no va a hacer eso -dijo Tracy imperturbable-. Va a cooperar, porque si a nosotros nos ocurre algo, usted también va a salir perjudicado. Ahora - Tracy se puso en pie- nos vamos, pero queda advertido. Tiene tiempo de pensarlo hasta mañana. Nosotros le llamaremos.

El arquitecto se quedó quieto mientras salíamos de la habitación. No cruzamos palabra hasta llegar a la calle y subir al coche. Tracy se alejó con rapidez.

-¿Has pasado miedo? -preguntó.
-Bastante.
-Yo también -sonrió Tracy-, sobre todo al final.
-¿Crees que sus amenazas pueden ser ciertas?
-Es muy posible, Parker. Debemos estar atentos.
-Pero le has presionado al máximo. ¿Crees que dará resultado?
-Una cosa es cierta, él también estaba asustado.
-Sí, pero sospecho que no es de nosotros de quien tiene miedo –dije y Tracy asintió con la cabeza.



El grupo estaba en silencio y había en el aire un clima de ansiedad. Tracy observaba la calle en sombras a través de la ventana oval, Daniel comía con desgana una hamburguesa, Itciar y Jaime estaban callados y quietos, y yo ojeaba sin interés los libros de Tracy. El tiempo transcurría con lentitud y yo hubiera dado algo por tener un poco de acción: sólo la imprescindible para no tener que pensar. No es imposible actuar en el absurdo, pero reflexionar dentro de él puede volverlo a uno loco. El problema era que, por el momento, habíamos agotado todos los posibles caminos y sólo cabía esperar. El teléfono causó un momentáneo sobresalto. Era Marta. Le dije que estaba bien y que por teléfono no me atrevía a ser más explícito. Entonces me pidió que pasara la noche en su casa. Tracy no puso objeción y Daniel se ofreció a llevarme. Cuando salimos llovía y por alguna razón me sentí melancólico.





Estaba solo cuando desperté. El despertador marcaba las 10,35. Marta debía haberse levantado mucho antes para acudir al trabajo. Aún soñoliento, recorrí el cuarto con la mirada. Había también allí una dolorosa mezcla de cosas nuevas y antiguas, pero, por encima de cualquier pasado o presente, se percibía en el ambiente la presencia de Marta. La situación era anómala: me había convertido en el amante de mi propia esposa. Era una curiosa combinación la de sentir celos de que mi mujer viviera con otro hombre y, al tiempo, satisfacción porque le hubiera traicionado conmigo. Por la noche no había obtenido de Marta demasiadas justificaciones, ninguna para ser exacto. Insistió en su libre albedrío para manejar su vida, sin querer sacar conclusiones de nuestro encuentro y, mucho menos, oír hablar de proyectos. Mi actitud fue exactamente la contraria: la conmoción que para mi precario equilibrio había supuesto volver a hacer el amor con Marta, demandaba con un urgencia un análisis de sentimientos, una cuota de explicaciones razonadas. Ante el fracaso, y como al parecer en los tiempos que corrían nadie estaba dispuesto a aportar un mínimo de cordura, me desentendí del problema y me dispuse -ya tenía hecho el hábito- a esperar acontecimientos.

Después de ducharme fui a la cocina a preparar café. Allí encontré una nota de Marta en la que sugería comer juntos y que, en cualquier caso, la llamara a la oficina. Se despedía con un beso y añadía instrucciones para hacer funcionar la cafetera. Había también una llave del piso. Encontré un cierto aire conyugal en la nota y un solapado intento de recuperar pasados dirigismos.

Aún no había terminado de desayunar cuando llamó Tracy.

-¿Adrián?
-Sí, Tracy. Buenos días. ¿Alguna novedad?
-Sólo una: Orozco se ha suicidado.





La consternación se había apoderado del grupo. Sólo Cortés estaba excitado y desbordaba vitalidad. Nada más conocer el suceso había telefoneado a Itciar y ésta a los demás. Nos hallábamos reunidos en una cafetería próxima a El Diario. La noticia había saltado temprano. Una asistenta había entrado en el chalet de Orozco a las ocho de la mañana, como solía hacer a diario, y había comenzado su tarea por las habitaciones principales. Al penetrar en uno d los cuartos de baño había notado una sombra en la bañera y al descorrer la cortina casi se desmaya. El cuerpo sin vida del arquitecto colgaba de la ducha: se había ahorcado con el cinturón de su albornoz. Cuando pudo recuperarse la asistenta llamó al 091 y la policía avisó a Peña, el socio de Orozco, quien reconoció el cadáver y se encargó de avisar a la familia del arquitecto que se encontraba en una playa de Levante. Por lo que Cortés pudo saber, Orozco llevaba varias horas muerto y al no haber signos de violencia ni desorden en la casa, la policía descartaba, en una primera impresión, que hubiera habido intervención de otra persona. Parecía que José Orozco se había quitado la vida; la ausencia de una carta explicativa no era, a juicio de Cortés, razón suficiente para dudar del suicidio.

-Y sin embargo yo no creo que se haya suicidado -afirmó Tracy.
-¿Por qué? -quiso saber Daniel-. La concatenación es perfecta: Orozco fracasa en eliminar a Adrián y es amonestado por ello, nosotros lo oímos. Luego vosotros le presionáis con la casete y  la palabra Blackfire. El hombre se encuentra entre la espada y la pared y es un pusilánime que no sabe por donde salir. Conclusión: se quita de en medio.


-No digo que no, Daniel, pero esa es precisamente la cuestión: que era un hombre débil y temeroso. ¿Cómo reacciona cuando le amonestan? Se va corriendo a reunirse con esa tal Luzdivina, su amante, su amiga o lo que sea. Es decir, se siente desvalido y busca protección. Ayer, después de hablar con nosotros, es posible que buscara de nuevo a esa mujer. ¿Qué puede hacer entonces? Pienso que trataría de huir, de escapar, y si piensa en el suicidio, ¿cómo hacerlo? ¿Colgándose de la ducha? ¡Jamás! ¿Habéis pensado lo difícil que es ahorcarse así? La altura es escasa y en caso de arrepentimiento es muy fácil apoyar los pies en los bordes de la bañera o sujetarse en algún lado. Se han encontrado suicidas colgados de sitios inverosímiles con los pies encogidos para acelerar la muerte, pero eran locos, esquizofrénicos, fanáticos decididos a morir. Orozco hubiera buscado una muerte sin sufrimiento, con narcóticos, por ejemplo, o se hubiera arrojado al vacío.

El silencio acogió la disertación de Tracy.

-El razonamiento es bueno –dije yo-, pero no nos ayuda mucho. La cuestión es que nos hemos quedado sin la gallina de los huevos de oro. Lo único que se me ocurre es hablar con su amante antes de que lo haga la policía.

Los muchachos aprobaron mi idea y Daniel y Jaime se ofrecieron para ir aquella noche al club Malibú. Cortés, por su parte, reclamaba para sí algún protagonismo e intentaba paliar el desánimo general afirmando que ahora contábamos con el poder de la prensa. Tracy le cortó con brusquedad:

-No seas ingenuo, Cortés. ¿Dónde crees que estamos? En este país a los poderosos les da igual lo que publiquen los periódicos. Además nadie publicaría algo sin pruebas y ese es nuestro caso.



El periodista reconoció que sus jefes, tras el aparente interés inicial, se habían mostrado remisos a que Cortés investigara una presunta relación entre la muerte de Artemisa y la del arquitecto. Otra sugerencia de Rodrigo fue aceptada: entraría en contacto con confidentes habituales de la policía a los que él tenía acceso. Itciar se brindó a acompañarle.

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