sábado, 11 de octubre de 2014

La voz solar (2)

Dijeron sus detractores que Giuseppe Di Stefano cantaba con la voz abierta en el registro agudo, lo que afeaba el sonido y perjudicaba la voz del cantante; sin embargo el siciliano llenaba los teatros y entusiasmaba a multitudes. Dijeron los musicólogos que la dinámica de su canto no era fruto del análisis musical sino a menudo un ejercicio de hedonismo y seducción; pero nadie echaba en falta esos requisitos técnicos ante la cautivadora sensualidad de su voz. Dijeron los críticos que perjudicó y acortó la vida de su voz cuando incorporó el verismo a su repertorio; pero su inigualable fraseo y la belleza de su "timbre luciferino" (Celletti) le mantuvieron en el escenario durante treinta años. Di Stefano debutó en el Met con la ópera Fausto, de Gounod. En el aria Salut! demeure chaste et pure atacó en forte el do de pecho (do4) y luego atenuó la voz hasta un pianissimo sobrenatural. Sir Rudolf Bing dijo en sus memorias que fue el más bello sonido emitido por una garganta humana que había oído en sus muchos años como manager general del Metropolitan Opera House. Sin embargo el director de orquesta Leone Magiera dejó dicho que la voz de Di Stefano era imperfecta porque, en contra de la técnica ortodoxa, cantaba demasiado abierto por encima del passaggio.
No podemos evitarlo, nos encanta erigirnos en jueces y decirle a la gente cómo tiene que hacer lo que hace. Lo hacemos todos, pero de un modo más profesional y dogmático lo hacen los críticos, verdaderos expertos en decirle a los artistas cómo deben ejercer su talento. Hace años yo compraba y leía con fruición las publicaciones mensuales dedicadas a la música clásica, sobre todo las revistas Ritmo y Scherzo, que incluían una amplia sección de crítica discográfica. Aún lo hago de vez en cuando. Estas dos revistas tenían en algunos temas criterios discrepantes que siempre me sorprendieron. Por ejemplo, ninguna ponía en duda que Daniel Barenboim era un pianista genial, pero en su faceta como director de orquesta Scherzo oponía reparos; por el contrario para Ritmo el argentino era excelso en ambos cometidos. Curiosamente ambas revistas coincidían en calificar el estilo del famoso director Herbert von Karajan como  ampuloso, manierista y superficial; no obstante reconocían que la referencia discográfica insuperable de la ópera La Bohéme era la firmada por este director.
Uno podría preguntarse si en la música -o en la vida en general- es preferible no desbordar lo establecido y ajustarse a una supuesta perfección, o por el contrario dar rienda suelta a la inspiración, a esa vibrante espontaneidad que nos arrebata aunque esté llena de defectos. En 1975 un jovencísimo Josep Carreras visitó a Giuseppe Di Stefano con motivo de su debut en La Scala de Milan con la ópera de Verdi Un ballo in maschera. Carreras le confesó su preocupación, ya que había una nota que no conseguía emitir de la manera adecuada. Di Stefano meditó un momento y luego sonrió: "No tienes que preocuparte. ¿Sabes por qué? Porque esa nota nunca sale bien". El viejo maestro no quiso darle un frio consejo técnico al joven discípulo. Prefirió infundirle confianza y dejar que fluyera libremente su espontaneidad.


Les propongo ahora ver y oír tres vídeos. El primero, de 1944, es posiblemente la primera grabación de Di Stefano, en la que interpreta Una furtiva lagrima con una voz fresca y juvenil. No se distraigan con los crujidos y ruidos parásitos de la grabación, propios de los discos de 78 rpm. El segundo vídeo es de 1950 y proviene de un recital en la Ópera de San Francisco. Giuseppe canta el aria de Fausto que fascinó a Rudolf Bing en el Met y ejecuta-suponemos- un diminuendo similar. Si el aria les resulta un poco larga, vayan directamente al minuto 4, 45. El tercer vídeo es de 1974, el año en que se retiró. Juzguen ustedes mismos si la voz de Giuseppe Di Stefano, obviamente avejentada, había perdido un ápice de su belleza.



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