Andan
muy revueltos los opinadores mediáticos y demás custodios de las buenas
costumbres con el asunto de la privacidad en Internet. Se quejan de la
manipulación de nuestros datos personales por parte de las redes sociales y
reclaman regulaciones legislativas. Cuesta creer que esos sabios comentaristas
no hayan comprendido aún el significado de las nuevas tecnologías. Internet- y
todas sus aplicaciones subsidiarias- es un mundo nuevo que ha barrido los
esquemas sociales, los derechos y las leyes, vigentes hasta hace unos años; es
un cambio en nuestra percepción del mundo tan grande como el que supuso el
descubrimiento de la Teoría de la Relatividad o la Física Cuántica. Y sin
embargo es algo mucho más simple: Internet es información. Trillones y
trillones de bits de información. Lo cual no es ninguna novedad: toda la
cultura del ser humano, desde el Paleolítico hasta ayer, está basada en la
información; desde las pinturas rupestres hasta el último wassap, todo es
información transmitida durante milenios en distintos soportes físicos.
Si usted
quiere preservar su intimidad, bórrese de Facebook, de Twitter y de su cuenta
de correo electrónico, no utilice su tarjeta de crédito y sobre todo no navegue
por la red, porque allá donde entre dejará huellas indelebles de su identidad.
O si quiere ser más drástico, tire a la basura su ordenador y regale su
smartphone. Miren, por poner una analogía, Internet es como una playa nudista:
si usted la frecuenta no se queje de que le vean el culo.
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