jueves, 7 de noviembre de 2013

La Ventana de los Mirlos


  Estoy despierto. Aún no he abierto los ojos, las imágenes del sueño se baten en retirada, se desdibujan, se sumergen en el olvido. Lentamente mi conciencia empieza a funcionar. La conciencia siempre es lenta, necesita tiempo para acomodarse a la realidad. Decimos: " Espera a que mis neuronas se organicen". Y es verdad. No que las neuronas corran de un lado para otro en busca de acomodo, pero sí que el cerebro se toma un tiempo para recobrar su actividad. Abro los ojos. Claridad tenue, grisácea. Subir la persiana, calzarme las zapatillas, tomar las píldoras que he dejado en el cuenco la noche anterior, contestar a mi mujer. ¿Qué día hace? Sol, niebla, lluvia... Depende. (Por cierto, la ventana por la que miro es la ventana de los mirlos. No siempre hay mirlos, pero a veces están por ahí picoteando). Al abrir la puerta de la cocina mi perro ladra y azota el aire con su rabo. No sé si se alegra de verme o reclama su comida. O las dos cosas. Preparar el té y el café, exprimir las naranjas. Vamos a despertar a mamá, le digo al perro. Corre por el pasillo y salta sobre la cama, le lame las manos y la cara. Es su rutina.

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