Camille Pissarro. Avenue de l'Opera. 1898. Colección privada.
La voz de tenor lírico es la más frecuente y
la mayoría de los compositores románticos escribieron sus óperas
para este tipo de tenor. Es una voz más ancha y más potente que la del tenor
ligero, adecuada para hacerse oír con orquestaciones de mayor envergadura. Su
extensión es similar a la del tenor ligero, aunque con mayor dificultad para
alcanzar notas sobreagudas y ejecutar las agilidades del bel canto. El talón de
Aquiles del tenor lírico es el passagio
o registro de paso, una frontera
imaginaria entre las notas bajas y altas. Canónicamente, el cantante emite el
registro más bajo usando el pecho como resonador, la llamada voz de pecho, y a partir de ciertas notas, variables en cada
cantante, debe cambiar la resonancia a la cabeza (voce in maschera) para alcanzar el registro alto. Un passagio correcto es imperceptible para
el oyente, y ocurre cuando la voz consigue
pasar pasar de un registro a otro sin perder el timbre. Muchas arias de Verdi
se desarrollan en torno a esta frontera, de ahí que el canto verdiano haya
entrañado siempre una dificultad añadida para los tenores. Un tenor modélico en
este aspecto fue Carlo Bergonzi, y también Alfredo Kraus, aunque este último
empleó en casi todas las notas la voz de cabeza. Por supuesto cada tenor ha
solventado este escollo a su manera. Giusseppe Distefano siempre tuvo
dificultades en el passagio por lo
que solía cantar todo el registro con voz de pecho. Según los musicólogos esto
acortó la vida de su voz, pero no su carrera, que fue dilatada, ya que el público
olvidaba estos tecnicismos subyugado por la belleza deslumbrante de su voz.
El papel más emblemático de tenor lírico es probablemente
el de Rodolfo en La Boheme, de
Puccini. Ha habido grandes intérpretes de Rodolfo, pero sobre todo ha habido dos
tenores que han alcanzado la excelencia: Beniamino Gigli, en los años
40 y 50, y
Luciano Pavarotti en los años 70 hasta casi el final de su vida. Quien esto
escribe, tuvo la fortuna de escuchar a Pavarotti en 1989, en el Metropolitan de
Nueva York, cantando Rigoletto. Fue una experiencia irrepetible (ese mismo día
los periódicos anunciaban la caída del Muro de Berlín). Grandes tenores líricos
han sido Miguel Fleta, Jussi Björling, Giusseppe Distefano, Francisco Araiza,
Jaume Aragall y Nicolai Gedda, por citar algunos.
En el primer vídeo oiremos a Luciano Pavarotti cantando Che gelida manina, de La Bohème, de Giacomo Puccini, en la grabación de 1973, con la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert von Karajan. Una interpretación, para mí, insuperable.
Una variedad dentro de esta categoría es el
tenor lírico-spinto. Spinto viene del verbo italiano spingere, empujar, en este caso empujar la voz. Esta voz fue
necesaria para interpretar la ópera verista, aplicación del verismo literario
de Zola o Ibsen al género lírico, con obras tan características como Carmen, de Bizet, o Cavallería Rusticana, de Leoncavallo. Estos papeles exigían pasión
e impulso dramático al tenor, cuyo canto discurría sobre todo en el registro
medio, siendo necesario empujar o forzar la voz para no ser tapado por la
orquesta. Uno de los primeros spintos fue Enrico Caruso, probablemente el tenor
más carismático de la historia. Otros spintos famosos han sido el mencionado
Bergonzi, Plácido Domingo y en la actualidad el alemán Jonas Kaufmann.
Pero sí no el mejor, sí el más
extraordinario tenor lirico-spinto fue Franco Corelli (1921-2003). Venía de la
escuela baritonal y tenía la voz más extensa que se recuerde en un tenor. Fue
en parte autodidacta y su voz, según los musicólogos, tenía graves defectos. Pero
la belleza de su timbre y la arrolladora pasión de su canto compensaba
cualquier deficiencia técnica. Era además un hombre apuesto y aceptable actor,
aunque le perdía un miedo escénico irrefrenable que nunca llegó a controlar. Se
cuenta que en una representación de Il Trovatore, de Giuseppe Verdi, advirtió,
en un palco contiguo al escenario, un
gesto de desagrado en un espectador. Con gran indignación Corelli saltó al
palco y acometió al espectador con su espada. De attrezzo,
claro. El 28 de septiembre de 1968 debía cantar en el Metropolitan de
Nueva York la ópera Adriana Lecouvreur,
de Cilea. Debido a una indisposición (o por miedo, quién sabe) no pudo actuar y
fue sustituido por un cantante, poco conocido entonces, llamado Plácido
Domingo.
Escuchemos a Franco Corelli, en una grabación de 1962, cantando Nessun dorma, de Turandot, también de Puccini. Admirables sus diminuendi y un fiatto al final del aria casi sobrenatural.
Tengo predilección por esos tenores que le ponen alma a la voz, quizás no los que más voz tienen, pero sí aquellos que expresan de una forma tan sensible las arias de cada ópera. En la actualidad, mis preferidos Florez, Alagna y Villazón. Qué genios!. Gracias, Manuel por el espléndido post.
Buena elección de voces, Elisenda. Florez es el número uno de tenores ligeros y además se cuida la voz no aceptando roles demasiado pesados. Villazón también, pero la voz de de Alagna se ha deteriorado últimamente, lo que es una pena porque el color de su voz es precioso.
Tengo predilección por esos tenores que le ponen alma a la voz, quizás no los que más voz tienen, pero sí aquellos que expresan de una forma tan sensible las arias de cada ópera.
ResponderEliminarEn la actualidad, mis preferidos Florez, Alagna y Villazón. Qué genios!.
Gracias, Manuel por el espléndido post.
Buena elección de voces, Elisenda. Florez es el número uno de tenores ligeros y además se cuida la voz no aceptando roles demasiado pesados. Villazón también, pero la voz de de Alagna se ha deteriorado últimamente, lo que es una pena porque el color de su voz es precioso.
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