Qué bello es vivir (It's a wonderful life). Frank Capra, 1946 |
Cuando era pequeño, la primera vez que vi "Qué bello es
vivir", en la escena final -cuando suena la campanilla- se me llenaron los
ojos de lágrimas y tuve que mirar hacia otro lado para que mis amigos no lo
notaran. En ese tiempo no juzgaba las películas ni buscaba intenciones
escondidas, solo sabía disfrutar del cine, unas veces más, otras veces menos. En
algunas películas me enamoraba de la chica, en otras del chico o del caballo
del bueno, y en ocasiones se repetía el vergonzoso lagrimeo a que antes me he
referido. Los niños, y los adolescentes y jóvenes no contaminados, si los hay,
son el mejor público para un director de cine porque contemplan la película con
absoluta imparcialidad, sin conocer o dejarse llevar por lo que otros han dicho
sobre la técnica, la credibilidad del argumento o la inclinación política del
film. Aunque luego, en la sombría edad adulta, al revisitar esa película,
digan: "Cómo pudo gustarme esta tontería" o "Qué mal ha
envejecido esta película". Cuando yo he pronunciado esas o parecidas palabras,
en algún momento me he preguntado si no sería yo el que había envejecido mal.
Años después, en los años 70, "Qué bello es vivir"
la daban en televisión todas las Navidades, lo cual parecía adecuado ya que las
secuencias finales ocurren en Navidad, en la película se respira un ambiente de
solidaridad y además sale Clarence, que es un ángel. La causa de que esta
película se proyectara tan asiduamente, en España y en otros países, es mucho
más prosaica. En 1974, Republic Pictures se olvidó de renovar el copyright y el
film quedó exento de derechos. Circunstancia que aprovecharon de inmediato los canales
de televisión, primero en USA y luego en el resto del mundo. Ocurrió entonces
algo extraño que sorprendió al propio Frank Capra. Cuando la película se
estrenó en 1946 no obtuvo un gran éxito, y aunque fue nominada para varios
premios de la Academia, no ganó ninguno; se los arrebató todos "Los mejores
años de nuestra vida", de William Wyler. Sin embargo, en su reposición
televisiva, alcanzó altísimos índices de audiencia que se repitieron cada año.
(Fenómeno viral diría, si no me disgustara tanto esa expresión).
Cuando volví a verla en esa época, y a pesar de que
conservaba virtudes cinematográficas y buenas interpretaciones- Donna Reed-, me
pareció una película maniquea, sentimentaloide, en la que el bien se
representaba con iglesias y bibliotecas y el mal con sex shops y rótulos de
neón. Paradójicamente me volvió a gustar, y la volví a ver en años sucesivos, y
debo confesar con sonrojo que en la escena de la campanilla volvían a
humedecerse mis ojos. Ahora ya no la vemos porque en 1993 Republic Pictures
recuperó sus derechos.
¿Por qué me gusta "Qué bello es vivir"? No estoy
muy seguro, pero aventuraré una explicación. A uno puede indignarle el
puritanismo de Capra y su defensa de un falso american way of life; puede parecerle pueril que un ángel te
muestre cómo sería tu ciudad si tú no hubieras existido; o pensar que nadie se
hubiera sacrificado tanto como George
Bailey; y, más aún, que al volver a su casa esa noche de invierno, no hubiese
experimentado el almibarado recibimiento de sus convecinos; ni la campanita
hubiera hecho tilín.
Pero si despojamos la película de estos aspectos negativos,
¿qué nos queda? Nos queda un hombre que renuncia a sus ilusiones por convicciones
cívicas y desde su mediocridad financiera se enfrenta al poder. No hubiera
ganado nunca, claro, porque el poder aplasta, pero, como dice John Berger, en
el hecho de protestar ya hay una pequeña victoria. No es maravillosa la vida,
como dice el título original de la película, pero definitivamente sí es bello
vivir. En este detestable mundo en que vivimos, no es malo idealizar a un
George Bailey de vez en cuando. Aunque no haya campanitas.