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Gustav Klimt (1899) "Schubert tocando el piano". |
Que Franz Schubert terminara el Quinteto para cuerdas en Do
mayor tres meses antes de morir ha dado origen a molestas suposiciones oportunistas, como por ejemplo que en esta partitura el
compositor expresó la premonición de su muerte. Nada nuevo, son truculentas
leyendas sentimentales muy queridas por los biógrafos, semejantes al insufrible mito construido sobre el
Réquiem de Mozart, que pretenden acentuar de manera artificial la trascendencia
de la muerte de un genio. Es cierto que en determinadas circunstancias una persona puede
intuir que le queda poco tiempo de vida, pero en otras el deceso sobreviene sin
previo aviso. En todo caso no sabemos si Schubert intuyó o no la vecindad de la
muerte, ya que no dejó nada dicho o escrito al respecto, y a uno le parecen
innecesarias estas hipótesis mortuorias si de lo que se trata es de ensalzar la
música sublime del Quinteto en Do mayor. No es necesario: esta composición es,
sin lugar a dudas, la máxima expresión de la música de Franz Schubert y una de
las grandes obras maestras de la música de cámara de todos los tiempos.
Schubert compuso el quinteto de cuerda en el verano de 1828,
al mismo tiempo que sus tres últimas sonatas para piano y varias de las
canciones del ciclo Schwanengesang (El canto del cisne). Schubert presentó
estos trabajos para su examen a uno de sus editores, Heinrich Albert Probst. Escribió: "Por fin he escrito un quinteto para 2 violines, 1 viola, y 2
violonchelos. Si alguna de estas composiciones le parece adecuada, por favor
hágamelo saber." El cretino de Probst respondió pidiendo solo algunas de
las obras vocales y las partes de piano más populares, rechazando el quinteto
(y la última sonata para piano, D. 959, magistral composición avanzada para su
tiempo; si pueden oigan el adagio de
esta sonata: tiene una intensidad
semejante al andantino del quinteto).
De este modo la obra cumbre de Schubert permaneció inédita en el momento de su muerte, en noviembre de 1828. Se cuenta que la última obra musical que quiso oír el
compositor fue el cuarteto op. 131 de
Beethoven, otra cima de la música de cámara. Hubieron de transcurrir veintidós años antes de que el quinteto en
Do mayor fuera interpretado en público, el 17 de noviembre de 1850 en el
Musikverein de Viena.
Sería superfluo añadir algo más a todo lo que se ha escrito
sobre esta obra. Solo les pido que se entreguen a la hipnosis del andantino y quizás concluyan que,
a pesar de todo, ha habido seres humanos capaces de crear belleza.