jueves, 26 de noviembre de 2020

Trenes, abstracción, distancia


No hace falta que el día sea lluvioso para imaginar estaciones vacías, ni que sea una noche oscura para sentir el temblor de los raíles de un tren nocturno. Estas imágenes evocan la soledad y la huída, dos cosas que forman parte de la vida, de cualquier vida. 






Marta Zamarska debe pensar de forma parecida porque ha dicho: “La pintura es, en cierto sentido, un viaje. El viaje resume la búsqueda y la introspección”. Y ese viaje y esa soledad se perciben en los cuadros de esta joven pintora polaca. Dicen sus críticos que “compone obras que se centran en la captura de movimiento, emoción, textura y luz. Saltando de lo abstracto a lo figurativo, también busca representar un fuerte sentido de la musicalidad en cada pintura: colores y líneas que trabajan juntas en ritmo y armonía”. 









Todo esto es verdad, pero debo confesar que lo que me enamoró de esta artista y me hizo sentir una afinidad cálida e inmediata por sus pinturas fueron sus trenes, el color intenso de las formas y las vastas llanuras y mares vacíos que, a veces, se desvanecen en la pura abstracción. 






Servidor siempre ha sentido emoción por los trenes, por las estaciones y las vías que se entrecruzan, por las señales y las luces cambiantes, por todas esas estructuras que forman el universo cerrado de los ferrocarriles. Y también uno de mis sueños más antiguos, sumergirme en la dulce melancolía de pensar en el viaje interminable, en la escapada hacia un destino desconocido, lo he visto reflejado en estos cuadros que no necesitan superfluas descripciones porque se expresan por sí mismos y solo hay que adentrarse en ellos y absorberlos sin palabras. 






Un crítico describió así la obra de Marta Zamarska: “Monet conoce a Edward Hopper”. Es verdad que estos cuadros recuerdan a Hopper, un pintor que se ha convertido en paradigma de la soledad. Pero no estoy muy de acuerdo, es una impresión superficial, en realidad no tienen nada que ver. Hopper es estático y sus colores mitigados acentúan una forma de soledad. En esta pintora hay huida, convergencia, raíles que se juntan en el infinito, y colores sólidos que convierten la aparente soledad en pasión reprimida. Como a Dufy, le gustan los enlaces ferroviarios. 








 No solo yo creo que los trenes son poesía. Oigan a Jorge Teillier: “El silbato del conductor es un guijarro cayendo al pozo gris de la tarde. El tren parte con resoplidos de boxeador fatigado”. 
Y a Pablo Neruda: “Un penacho perdido, el plumero de una locomotora fugitiva con un tren arrastrando cosas vagas”. 
Y por supuesto a Julio Cortazar: "La vida había sido eso, trenes que se iban llevándose y trayéndose a la gente mientras uno se quedaba en la esquina con los pies mojados, oyendo un piano mecánico y carcajadas manoseando las vitrinas amarillentas de la sala donde no siempre se tenía dinero para entrar". 







Ahora, con permiso de Marta, voy a subir a uno de sus trenes.