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EL
MISTERIOSO SEÑOR A.S.
Hasta
muy avanzada la noche estuvimos analizando los hallazgos obtenidos y
discutiendo los pasos a seguir. El comienzo había sido en cierto modo alentador
y reinaba en el grupo un moderado optimismo. Orozco constituía sin duda el
elemento más valioso, era innegable que el arquitecto estaba involucrado en los
hechos. Itciar iba más allá: estaba convencida de que era el asesino de Artemisa.
Tal suposición, aunque fundada, fue rebatida enseguida por Jaime y Daniel, que
preferían trabajar sólo a partir de hechos objetivos. Tracy les dio la razón,
si bien manifestó que a Orozco había que sacarle más partido.
-Será
o no será el asesino, pero hemos de conseguir que se sienta acosado -dijo.
-¿Cómo?
-preguntó Itciar.
-De
la manera más simple. Acusándole, hablando con él, exponiéndole los hechos.
Jaime
expuso sus reservas a un plan tan audaz. Significaría descubrir nuestra
existencia y perder la posibilidad de continuar la investigación desde el
anonimato. (No estaba yo tan seguro de que en realidad fuéramos anónimos en
aquel momento). Jaime pensaba que era mejor agotar otras líneas de
investigación antes de meternos en la boca del lobo. Tracy no insistió.
Otra
cuestión era la actitud de la policía. No estaba claro por qué habían omitido
mi nombre, ofreciendo a la prensa sólo unas iniciales. Yo ignoraba si esa
reserva era un procedimiento normal o si, como defendía Itciar, era una evidencia
de que detrás de la muerte de Artemisa había intereses oscuros. De lo relatado
por la muchacha se deducía que en El Diario debían poseer información
reservada, y no era impensable que, a través de Rodrigo Cortés, pudiéramos
llegar a conocerla. Se comentó también la fotografía cedida por Anselmo: puesto
que, en teoría, Artemisa y Calabor actuaban en el mismo bando, no tenía nada de
extraño que estuvieran juntos. Pero ¿y los otros? ¿Estaban implicados o eran
compañeros circunstanciales? Itciar se propuso investigar en ese sentido.
Dalessio era un maduro y muy discreto actor y se le conocía más por sus
romances; la Scampi -al margen de sus desenfrenada vida social y sus
reconocidas tendencias sáficas- estaba casada con financiero español que había
sido ministro con el general Franco. Por último estaba el marido de Artemisa.
Había un acuerdo general -con la disidencia de Daniel, que siempre parecía
cargar con la parte negativa -en que el paso menos arriesgado sería hablar con
el taxidermista. Daniel aducía que si Artemisa estaba separada de su marido
desde hacía tiempo, era poco probable que éste aportase datos de interés. Pero
Tracy defendía lo contrario. Estaba convencido de que el Juan con el que
habíamos hablado por teléfono aquella mañana y el marido de Artemisa eran la
misma persona. Y en la conversación había demostrado una sospechosa reticencia.
Se decidió que, en cualquier caso, hablar con el taxidermista no ofrecía
riesgos y, si no una información decisiva, bien podía proporcionarnos otros
aspectos sobre la personalidad de Artemisa. Tracy dio el visto bueno final, no
sin antes recordarnos que ante una situación crítica, era preciso actuar con
audacia, y que antes o después tendríamos que presionar a Orozco.
-Si
al menos conociéramos el valor de la grabación -dijo Jaime.
Esto
nos llevaba al último y más singular hallazgo de la jornada: la casete que
Jaime había sustraído de la casa del arquitecto.
-Oigámosla
otra vez -pidió Daniel.
Habíamos
oído ya varias veces la cinta al comienzo de la noche, pero Tracy accedió a la
petición. Comenzó a oírse el "allegro" del Concierto para oboe número
11 en si bemol mayor de Tomaso Albinoni y la habitación se llenó de vibrante
alegría palaciega. Seguía un "adagio", más profundo, cuyo tema principal
era una melodía triste cantada con dulzura por el oboe y acompañada
pausadamente por las cuerdas. Hacia la mitad del movimiento la música se
interrumpía y comenzaba a oírse un sonido desconcertante. Parecía el chirriar
de una puerta o el graznido de un pájaro moribundo. El sonido ondulaba, se
hacía más agudo, luego grave y entrecortado, se extinguía y reaparecía; después
cesaba tan repentinamente como había empezado y retornaba la música.
Cuando
se hizo el silencio, Daniel murmuró:
-¡Esos
ruidos...! Tienen un significado, eso está claro, ¿pero cuál?
-¿Puede
ser algo grabado al revés? -preguntó Itciar.
-No,
no suena de ese modo. Es algo grabado de una determinada manera y para
interpretarlo debe reproducirse con la misma técnica. Parecido a cuando los
radioaficionados emiten sólo en los picos de frecuencia. Me llevaré la cinta y
la estudiaré en casa.
-Muy
bien -dijo Tracy -. Si lo desciframos, mejor, pero si no, no olvidemos lo más
importante: que tenemos la casete. No sabemos lo que significa, pero es seguro
que para ellos tiene valor.
-¿Crees
que el tipo de la barba se pondría nervioso al saber que la cinta está en
nuestro poder? -pregunté.
-Estoy
convencido, Parker. Pero por ahora sigamos con el plan previsto. Mañana
intentaremos hablar con Juan Blasco. Ahora debemos descansar.
El
silencio me devolvió a la realidad. Había sido un día largo, lleno de
acontecimientos, y apenas había tenido tiempo para pensar. Tenía una extraña
sensación de brevedad, como si el tiempo hubiera transcurrido más deprisa y
ahora, de pronto, se remansara ofreciéndome el lado real de las cosas. ¿Qué me
estaba ocurriendo? ¿Qué hacía yo allí? No encontraba una conexión lógica entre
lo que me sucedía y mi vida anterior: un charlatán con un ojo de vidrio, una
absurda misión, una mujer muerta, unos chicos extraños... Y, como una zarpa, la
precisa y angustiosa percepción del peligro que a cada minuto se cernía sobre
mí. Encontré una oportuna botella de ginebra y me dejé caer en un sillón.
-¿Cómo
te sientes, Parker? -Tracy me observaba sin que su rostro reflejase inquietud.
-No
lo sé. Todavía no creo que esto me esté pasando a mí. No sé lo que me ocurre ni
lo que debo hacer.
-Tal
vez no confías demasiado en nosotros.
-No,
no es eso. Confío en vosotros, aunque si quieres que te lo diga no sé muy bien
por qué. Pero veo que existe una tremenda desproporción de fuerza, nos
enfrentamos con algo desconocido y poderoso, eso es innegable, y, francamente,
desconfío de nuestra capacidad.
-Recuerda
que no estamos solos. En algún lugar está la organización de Calabor. Ellos
pueden ayudarnos.
-Puede
que ya no les interese el asunto.
-¿Cómo
puedes decir eso? -se exaltó Tracy -. Ésta no es una operación de trámite,
estoy convencido de que se juegan mucho. Todo indica que existe una estrategia
sutil, muy bien elaborada, y sería absurdo que abandonaran por un pequeño
contratiempo. En tu cerebro hay una información, un mensaje, un código, lo que
sea. Algo que debe ser vital para el éxito de una operación. ¡Y eso sigue ahí,
virgen, ignorado, dentro de tu cabeza! Eres muy valioso para ellos, Parker.
Moví
la cabeza dubitativo.
-Puede
ser, pero ¿cómo encontrarlos?
-Los
encontraremos, estoy seguro. ¿Qué hubiera hecho Kantor en esta situación?
-Bueno,
Kantor no es muy reflexivo. Supongo que emprendería una acción directa.
-Exacto.
Acosaría al arquitecto.
Me
encogí de hombros y me serví otro vaso de ginebra.
-Procuremos
dormir -dijo Tracy.
Dejó
una manta y una almohada sobre el diván y entró en su dormitorio. Con todo, el
sofá no era tan incómodo si uno le cogías las vueltas. Parecerá increíble, pero
me quedé dormido al instante y disfruté de eso que suele llamarse un sueño
reparador.
En
El Diario del día siguiente se informaba de la muerte de Artemisa en la sección
de noticias locales. Cortés había escrito:
Aparece
muerta una mujer en extrañas circunstancias. A las doce del mediodía de ayer
fue descubierto, en la habitación de un céntrico hotel, el cadáver de una mujer
que resultó ser Artemisa, una conocida modelo profesional. La mujer estaba
desnuda, pero no se encontraron en el cuerpo signos de violencia. No podrá
determinarse la causa de la muerte en tanto no sea practicada la autopsia, pero
algunos indicios apuntan a que la muerte podía haber sido provocada. La policía
ha revelado que en la habitación se alojaba un individuo cuyas iniciales son
A.S., del cual se desconoce el paradero. La policía no ha hecho declaraciones que
pudieran incriminar a A.S. ni se tiene constancia de si se encuentra en
realidad huido.Otras informaciones a las que ha tenido acceso este
periódico sugieren que este crimen podría estar relacionado con sucesos
similares, no totalmente aclarados. Artemisa, cuyo nombre real era Julia
Galván, gozaba de una creciente popularidad, tanto en el ámbito profesional,
como en los círculos sociales que frecuentaba con asiduidad.
En un recuadro, sin firma,
figuraba el siguiente texto:
EL
DESTINO DE ARTEMISA
No
es infrecuente que muchachas jóvenes y ambiciosas que tratan de alcanzar la
cima de una popularidad vinculada casi exclusivamente a su belleza física,
caigan en manos de agentes o promotores desaprensivos que explotan la
indefensión de estas chicas deslumbradas por el señuelo del éxito. No pocas
veces, en el curso de esa arriesgada ascensión, se ven envueltas en sórdidas
manipulaciones de las que, tristemente, son ellas las primeras víctimas. No
sería la primera vez que una de estas incautas starlets encuentra la muerte como única cosecha
de sus ilusionados esfuerzos. ¿Es éste el caso de Artemisa? No lo sabemos, pero
no hay duda de que sería la explicación más cómoda, la menos inquietante para
una sociedad culpable que mañana habrá olvidado su existencia. No era una
modelo desconocida; por el contrario, estaba considerada como una de las diez
más cotizadas del país y mantenía una relevante vida social.
Hace
no mucho, la prensa especializada nos descubría la relación sentimental de
Artemisa con Franco Dalessio, asiduo participante de todo evento social. Cabe
aquí recordar la no disimulada afinidad de Dalessio con grupos españoles e
italianos de la derecha más radical, así como su supuesta vinculación con La
Mandrágora, sociedad italiana semisecreta que adquirió gran notoriedad a raíz
de la quiebra del Banco Rossi. Recordemos también que la investigación judicial
aludió en su día a posibles ramificaciones de La Mandrágora en España,
concretamente a su relación con una poderosa empresa multinacional establecida
en nuestro país. Nada hay probado en este aspecto y nada más lejos de nuestra
intención que hacer otras sugerencias que las que entonces se hicieron públicas
en virtud del sumario. Señalemos por último la rara fatalidad que acompañó a
algunos de los más importantes testigos del caso Rossi que, en menos de un año,
hallaron la muerte en circunstancias aún no clarificadas.
Es
nuestro propósito que ninguna posibilidad quede ignorada y de ahí que
expongamos estos hechos como materia de reflexión. Cualquier cosa antes de
aceptar como inevitables esas muertes y desapariciones nunca resueltas, que son
secuela trágicamente habitual de algunos procesos o escándalos célebres que, de
vez en cuando, afloran a la luz pública. Es la justicia quien debe investigar
los hechos y determinar responsabilidades, tanto si Artemisa fue víctima de un
triste crimen pasional, como si existen en el caso conexiones más complejas.
Nuestro único deseo es que resplandezca la verdad: se lo debemos -se lo debe la
sociedad- a esa mujer hermosa e ilusionada que se llamó Artemisa.