sábado, 2 de mayo de 2015

LA MUERTE DE ARTEMISA (Novela) - CAPÍTULOS 14 Y 15



14

                                                  EL MISTERIOSO SEÑOR A.S.

Hasta muy avanzada la noche estuvimos analizando los hallazgos obtenidos y discutiendo los pasos a seguir. El comienzo había sido en cierto modo alentador y reinaba en el grupo un moderado optimismo. Orozco constituía sin duda el elemento más valioso, era innegable que el arquitecto estaba involucrado en los hechos. Itciar iba más allá: estaba convencida de que era el asesino de Artemisa. Tal suposición, aunque fundada, fue rebatida enseguida por Jaime y Daniel, que preferían trabajar sólo a partir de hechos objetivos. Tracy les dio la razón, si bien manifestó que a Orozco había que sacarle más partido.

-Será o no será el asesino, pero hemos de conseguir que se sienta acosado -dijo.


-¿Cómo? -preguntó Itciar.
-De la manera más simple. Acusándole, hablando con él, exponiéndole los hechos.

Jaime expuso sus reservas a un plan tan audaz. Significaría descubrir nuestra existencia y perder la posibilidad de continuar la investigación desde el anonimato. (No estaba yo tan seguro de que en realidad fuéramos anónimos en aquel momento). Jaime pensaba que era mejor agotar otras líneas de investigación antes de meternos en la boca del lobo. Tracy no insistió.



Otra cuestión era la actitud de la policía. No estaba claro por qué habían omitido mi nombre, ofreciendo a la prensa sólo unas iniciales. Yo ignoraba si esa reserva era un procedimiento normal o si, como defendía Itciar, era una evidencia de que detrás de la muerte de Artemisa había intereses oscuros. De lo relatado por la muchacha se deducía que en El Diario debían poseer información reservada, y no era impensable que, a través de Rodrigo Cortés, pudiéramos llegar a conocerla. Se comentó también la fotografía cedida por Anselmo: puesto que, en teoría, Artemisa y Calabor actuaban en el mismo bando, no tenía nada de extraño que estuvieran juntos. Pero ¿y los otros? ¿Estaban implicados o eran compañeros circunstanciales? Itciar se propuso investigar en ese sentido. Dalessio era un maduro y muy discreto actor y se le conocía más por sus romances; la Scampi -al margen de sus desenfrenada vida social y sus reconocidas tendencias sáficas- estaba casada con financiero español que había sido ministro con el general Franco. Por último estaba el marido de Artemisa. Había un acuerdo general -con la disidencia de Daniel, que siempre parecía cargar con la parte negativa -en que el paso menos arriesgado sería hablar con el taxidermista. Daniel aducía que si Artemisa estaba separada de su marido desde hacía tiempo, era poco probable que éste aportase datos de interés. Pero Tracy defendía lo contrario. Estaba convencido de que el Juan con el que habíamos hablado por teléfono aquella mañana y el marido de Artemisa eran la misma persona. Y en la conversación había demostrado una sospechosa reticencia. Se decidió que, en cualquier caso, hablar con el taxidermista no ofrecía riesgos y, si no una información decisiva, bien podía proporcionarnos otros aspectos sobre la personalidad de Artemisa. Tracy dio el visto bueno final, no sin antes recordarnos que ante una situación crítica, era preciso actuar con audacia, y que antes o después tendríamos que presionar a Orozco.

-Si al menos conociéramos el valor de la grabación -dijo Jaime.

Esto nos llevaba al último y más singular hallazgo de la jornada: la casete que Jaime había sustraído de la casa del arquitecto.

-Oigámosla otra vez -pidió Daniel.



Habíamos oído ya varias veces la cinta al comienzo de la noche, pero Tracy accedió a la petición. Comenzó a oírse el "allegro" del Concierto para oboe número 11 en si bemol mayor de Tomaso Albinoni y la habitación se llenó de vibrante alegría palaciega. Seguía un "adagio", más profundo, cuyo tema principal era una melodía triste cantada con dulzura por el oboe y acompañada pausadamente por las cuerdas. Hacia la mitad del movimiento la música se interrumpía y comenzaba a oírse un sonido desconcertante. Parecía el chirriar de una puerta o el graznido de un pájaro moribundo. El sonido ondulaba, se hacía más agudo, luego grave y entrecortado, se extinguía y reaparecía; después cesaba tan repentinamente como había empezado y retornaba la música.

Cuando se hizo el silencio, Daniel murmuró:

-¡Esos ruidos...! Tienen un significado, eso está claro, ¿pero cuál?
-¿Puede ser algo grabado al revés? -preguntó Itciar.
-No, no suena de ese modo. Es algo grabado de una determinada manera y para interpretarlo debe reproducirse con la misma técnica. Parecido a cuando los radioaficionados emiten sólo en los picos de frecuencia. Me llevaré la cinta y la estudiaré en casa.
-Muy bien -dijo Tracy -. Si lo desciframos, mejor, pero si no, no olvidemos lo más importante: que tenemos la casete. No sabemos lo que significa, pero es seguro que para ellos tiene valor.
-¿Crees que el tipo de la barba se pondría nervioso al saber que la cinta está en nuestro poder? -pregunté.
-Estoy convencido, Parker. Pero por ahora sigamos con el plan previsto. Mañana intentaremos hablar con Juan Blasco. Ahora debemos descansar.



El silencio me devolvió a la realidad. Había sido un día largo, lleno de acontecimientos, y apenas había tenido tiempo para pensar. Tenía una extraña sensación de brevedad, como si el tiempo hubiera transcurrido más deprisa y ahora, de pronto, se remansara ofreciéndome el lado real de las cosas. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Qué hacía yo allí? No encontraba una conexión lógica entre lo que me sucedía y mi vida anterior: un charlatán con un ojo de vidrio, una absurda misión, una mujer muerta, unos chicos extraños... Y, como una zarpa, la precisa y angustiosa percepción del peligro que a cada minuto se cernía sobre mí. Encontré una oportuna botella de ginebra y me dejé caer en un sillón.

-¿Cómo te sientes, Parker? -Tracy me observaba sin que su rostro reflejase inquietud.
-No lo sé. Todavía no creo que esto me esté pasando a mí. No sé lo que me ocurre ni lo que debo hacer.
-Tal vez no confías demasiado en nosotros.
-No, no es eso. Confío en vosotros, aunque si quieres que te lo diga no sé muy bien por qué. Pero veo que existe una tremenda desproporción de fuerza, nos enfrentamos con algo desconocido y poderoso, eso es innegable, y, francamente, desconfío de nuestra capacidad.
-Recuerda que no estamos solos. En algún lugar está la organización de Calabor. Ellos pueden ayudarnos.
-Puede que ya no les interese el asunto.


-¿Cómo puedes decir eso? -se exaltó Tracy -. Ésta no es una operación de trámite, estoy convencido de que se juegan mucho. Todo indica que existe una estrategia sutil, muy bien elaborada, y sería absurdo que abandonaran por un pequeño contratiempo. En tu cerebro hay una información, un mensaje, un código, lo que sea. Algo que debe ser vital para el éxito de una operación. ¡Y eso sigue ahí, virgen, ignorado, dentro de tu cabeza! Eres muy valioso para ellos, Parker.

Moví la cabeza dubitativo.

-Puede ser, pero ¿cómo encontrarlos?
-Los encontraremos, estoy seguro. ¿Qué hubiera hecho Kantor en esta situación?
-Bueno, Kantor no es muy reflexivo. Supongo que emprendería una acción directa.
-Exacto. Acosaría al arquitecto.

Me encogí de hombros y me serví otro vaso de ginebra.

-Procuremos dormir -dijo Tracy.

Dejó una manta y una almohada sobre el diván y entró en su dormitorio. Con todo, el sofá no era tan incómodo si uno le cogías las vueltas. Parecerá increíble, pero me quedé dormido al instante y disfruté de eso que suele llamarse un sueño reparador.



En El Diario del día siguiente se informaba de la muerte de Artemisa en la sección de noticias locales. Cortés había escrito:


Aparece muerta una mujer en extrañas circunstancias. A las doce del mediodía de ayer fue descubierto, en la habitación de un céntrico hotel, el cadáver de una mujer que resultó ser Artemisa, una conocida modelo profesional. La mujer estaba desnuda, pero no se encontraron en el cuerpo signos de violencia. No podrá determinarse la causa de la muerte en tanto no sea practicada la autopsia, pero algunos indicios apuntan a que la muerte podía haber sido provocada. La policía ha revelado que en la habitación se alojaba un individuo cuyas iniciales son A.S., del cual se desconoce el paradero. La policía no ha hecho declaraciones que pudieran incriminar a A.S. ni se tiene constancia de si se encuentra en realidad huido.Otras informaciones a las que ha tenido acceso este periódico sugieren que este crimen podría estar relacionado con sucesos similares, no totalmente aclarados. Artemisa, cuyo nombre real era Julia Galván, gozaba de una creciente popularidad, tanto en el ámbito profesional, como en los círculos sociales que frecuentaba con asiduidad.

                En un recuadro, sin firma, figuraba el siguiente texto:


                                      EL DESTINO DE ARTEMISA

No es infrecuente que muchachas jóvenes y ambiciosas que tratan de alcanzar la cima de una popularidad vinculada casi exclusivamente a su belleza física, caigan en manos de agentes o promotores desaprensivos que explotan la indefensión de estas chicas deslumbradas por el señuelo del éxito. No pocas veces, en el curso de esa arriesgada ascensión, se ven envueltas en sórdidas manipulaciones de las que, tristemente, son ellas las primeras víctimas. No sería la primera vez que una de estas incautas starlets encuentra la muerte como única cosecha de sus ilusionados esfuerzos. ¿Es éste el caso de Artemisa? No lo sabemos, pero no hay duda de que sería la explicación más cómoda, la menos inquietante para una sociedad culpable que mañana habrá olvidado su existencia. No era una modelo desconocida; por el contrario, estaba considerada como una de las diez más cotizadas del país y mantenía una relevante vida social.

Hace no mucho, la prensa especializada nos descubría la relación sentimental de Artemisa con Franco Dalessio, asiduo participante de todo evento social. Cabe aquí recordar la no disimulada afinidad de Dalessio con grupos españoles e italianos de la derecha más radical, así como su supuesta vinculación con La Mandrágora, sociedad italiana semisecreta que adquirió gran notoriedad a raíz de la quiebra del Banco Rossi. Recordemos también que la investigación judicial aludió en su día a posibles ramificaciones de La Mandrágora en España, concretamente a su relación con una poderosa empresa multinacional establecida en nuestro país. Nada hay probado en este aspecto y nada más lejos de nuestra intención que hacer otras sugerencias que las que entonces se hicieron públicas en virtud del sumario. Señalemos por último la rara fatalidad que acompañó a algunos de los más importantes testigos del caso Rossi que, en menos de un año, hallaron la muerte en circunstancias aún no clarificadas.

Es nuestro propósito que ninguna posibilidad quede ignorada y de ahí que expongamos estos hechos como materia de reflexión. Cualquier cosa antes de aceptar como inevitables esas muertes y desapariciones nunca resueltas, que son secuela trágicamente habitual de algunos procesos o escándalos célebres que, de vez en cuando, afloran a la luz pública. Es la justicia quien debe investigar los hechos y determinar responsabilidades, tanto si Artemisa fue víctima de un triste crimen pasional, como si existen en el caso conexiones más complejas. Nuestro único deseo es que resplandezca la verdad: se lo debemos -se lo debe la sociedad- a esa mujer hermosa e ilusionada que se llamó Artemisa.