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"La noche de Varennes". Ettore Scola, 1982. |
Con frecuencia se olvida que Don
Juan es un personaje inexistente. Es un mito, como lo es Fausto, surgido del
inconsciente colectivo y posteriormente moldeado por diversos autores, según su
propio criterio o atendiendo a los convencionalismos éticos y morales de cada
época. Así, lo que la filosofía, la literatura o la música nos ofrecen sobre
este personaje, no debería ser atribuido a una personalidad simbólica, a un
icono definido, como es lo habitual, sino al imaginario popular, que es el que
crea a Don Juan con sus virtudes y sus defectos, no como persona sino como
expresión de un sentimiento colectivo. No se debe, por tanto, comparar a la
figura de Don Juan con libertinos vivos o extintos, como Giacomo Casanova, ya que éste y otros actúan a nivel personal, inspirándose o
no en el mito. (Se dice que el caballero Casanova ayudó a Da Ponte en la
elaboración del libreto de Don Giovanni).
Tanto Don Juan como Fausto son
mitos relacionados con el sexo, aunque una mínima reflexión basta para
preguntarse si hay algún mito en el que no exista subyacente esta poderosa
fuerza vital. Don Juan, un depredador del amor, se caracteriza por la cantidad
(muchas conquistas), mientras que Fausto lo hace por la calidad (consagra su
pasión a una sola mujer), pero en los dos hay una rebelión frente a lo
establecido, una lucha contra Dios, cuyo antecedente inequívoco es el mito de
Prometeo. Foucault lo explica: "Los dos grandes sistemas de reglas que
Occidente ha concebido para regir el sexo -la ley de la alianza y el orden de
los deseos- son destruidos por la existencia de Don Juan". Se ha
equiparado el instinto del poder con el instinto sexual, y etiquetado a ambos
como los grandes motores de la humanidad. Pero no son fuerzas independientes,
porque desde la más remota antigüedad se sabe que quien controla el sexo
controla el poder. No hay instinto biológico más penalizado que el sexo, y no
solo por las religiones, sino también por las diferentes normas éticas y
sociológicas que han regulado las sociedades humanas. Aún hoy, no nos hemos
desprendido de esa lacra.
El mito de Don Juan entraña una
contradicción aparente. Es una figura que a pesar de su manifiesta depravación,
gusta al pueblo, y, más aún si cabe, a grandes dramaturgos, novelistas y músicos
que reeditan el personaje a través de los años, sea para condenarlo o
ensalzarlo. ¿Cómo se explica que un individuo detestable, a menudo tachado de
insensible y carente de inteligencia, se haya convertido en fuente de
inspiración intelectual desde su origen hasta nuestros días? Quizás, en vez de
estudiar la supuesta psicología de Don Juan, habría que mirar los deseos
ocultos o reprimidos- sin distinción de género- de ese imaginario colectivo que es, a la postre, el que ha
originado y hecho perdurar el mito.
Visto de esta manera, Don Juan es un
malvado, pero al ser también un luchador contra la represión y despreciar lo
establecido, sintoniza con el sentir popular que se mimetiza en él para ser
desagraviado. De Tirso a Mozart, la gran mayoría de los autores que retoman
el mito lo condenan y, aun así, en el imaginario popular sigue siendo un héroe.Pero con una condición: que al
final su maldad sea castigada. Esta es la contradicción, que no lo es en
realidad, porque más que contradicción es un proceso complementario: bien está
que el gran seductor se burle de lo divino y de lo humano, pero la conciencia
religiosa del pueblo debe quedar ilesa, no se puede
permitir que un redomado pecador escape del infierno, porque si el
héroe-pecador se salva, ¿para qué sirve la sacrificada vida que lleva un buen
cristiano con objeto de salvar su alma?
El
Romanticismo trata de dulcificar un poco las cosas, dándole al abyecto
personaje la posibilidad de redimirse por amor, pero al hacerlo destruye
el mito: Don Juan no es nadie sin su orgullo desmedido, sin su sensualidad sin
límite, sin su desprecio de la muerte. Don Juan se humaniza al aproximarse a un
nuevo gusto popular: como el más común de los mortales goza, peca, sufre, se
arrepiente y se salva. Pero deja de ser un mito.
¿Qué queda del personaje en la actualidad? Muy poco. Para
que Don Juan exista, tienen que existir a su vez mujeres incautas que se dejen
seducir y comendadores que quieran vengar su honor mancillado. Estos últimos,
escasean, y la mujer actual ya no teme a los seductores, si no es ella misma la
seductora. Los seductores modernos envejecen, forman una familia y tienen
hijos, como previó Kierkegaard en "Diario de un seductor".
En “La
noche de Varennes” (Ettore Scola, 1982), un Casanova ya viejo, interpretado por
Mastroianni, se encuentra con una mujer joven que queda prendada de él, o
quizás de su fama, y el eterno seductor, ya vencido, le dice: “te encontré
demasiado tarde en la vida y tú me encontraste demasiado temprano”.