Solo puedo
pensar en mi pasado. No puedo pensar en el tuyo, ni en el de aquel, ni en el de
nadie. Los pasados son el silencio, lo que se amó o se perdió. O lo que aún se
mantiene, pero ya como una rama cortada que amarillea y se queda sin hojas.
Solo puedes pensar en tu pasado aunque solo sean escenas fugaces, soplos de
vida, un dolor que no se olvida, un cuerpo que abrazaste, un instante de
tristeza. Todas esas cosas que un día guardaste en un rincón de tu ser ahora
son solo son fragmentos, relámpagos, caminos sin recorrer, días sin final, que
de improviso surgen en tu memoria. Son tu pasado, eres tú en aquel tiempo
remoto que se diluye entre las brumas del día que empieza.
En Granada hay una cueva donde hace
30.000 años vivió el segundo Homo Sapiens más antiguo de Europa. Parece una
constante en nuestro modo de pensar, siempre pensamos quién fue el primero en
casi todo: el primero en el deporte, el primero en el arte, o el primero en
saltar una valla. Vivimos un mundo de primeros desde niños. Quién no hubiera
querido ser el primero de la clase. Está muy bien ser el segundo, pero la gente
se olvida enseguida de los segundos. Incluso ser último puede tener una
resonancia parcial, pero nadie recuerda a los segundos. Es una injusticia
porque al primero todo se le va en honores y agasajos, pero el que ha trabajado
en serio ha sido el segundo. No habría primeros sin segundos y así nos va en
casi todo. Ahora hemos encontrado en Granada un diente del segundo Homo Sapiens
de Europa, pero seguro que se olvidará enseguida. He estado buscando dónde se
encontró el primero y resulta ¡que fue en Cataluña y se encontró una mandíbula
completa! Seguro que ya es un motivo independentista más que añadir a la lista.
En estas circunstancias lo tiene mal el
Homo Sapiens de Granada que solo tiene un diente. No se puede ser segundo.
Pues no, la
poesía no es de un día, la poesía se esparce por el tiempo como una lluvia
lenta. La poesía no es escribir algo que parezca un poema: la poesía es un
espacio inalcanzable entre la literatura y la música.
Por qué importan los árboles? Y los caminos, ¿adónde llevan los caminos? Y el agua, ¿por qué es dulce en los arroyos? ¿De dónde viene el agua? ¿Y el viento? Las calles estrechas donde suspiran las casas. Un sillón, donde pienso lo que pienso. ¿No es absurdo decir me gusta la vida o no me gusta la vida? La vida no es para gustar, es para seguir. ¿Solo se vive una vez? Falso, cada minuto, cada segundo se vive una vida, infinitos instantes de vida. ¿Y la música? ¿Por qué se vuelve recuerdo? ¿Se piensa la música o solo estremece? ¿Y qué es la belleza? ¿Es bello caminar? ¿Y pensar? Se ha callado el paisaje y los mirlos están en sus nidos.
Jugábamos con
espadas cuando las espadas ya habían caído en desuso, nos matábamos con
inocencia sin dejar de reír, hacíamos las espadas con un palo o una tabla y
encarnábamos héroes, como los que en el cine interpretaban Douglas Fairbanks o
Erroll Flynn, o personificábamos los corsarios de Emilio Salgari o los
aventureros de Jack London. Nos batíamos con torpeza entrechocando las maderas,
en las calles vacías de coches o en azoteas aisladas que escogíamos como
refugio. Otras veces el combate era con pistolas cuya detonación simulábamos
con la voz y eran luchas interminables, luchas felices, que solo terminaban con
el cansancio o, más a menudo, con la voz de las madres invocando deberes o
comidas. Y dormíamos como duermen los héroes, cansados y soñando con la próxima
contienda.