Simplicidad |
Qué especie animal más rara somos los
humanos. Cuando tiembla la Tierra y mueren miles de personas la humanidad se
desvive por ayudar a las víctimas. Hay una idea única: ayudar. Por encima de
las ideas, las políticas o las economías, las naciones se apuntan a una idea
única, solidaria y compartida: ayudar. Los países se movilizan, envían
alimentos, medicinas, bomberos, soldados, cooperantes, incluso mandamos
ministros de asuntos exteriores, aunque no se entienda para qué coño vale un
ministro en medio del desastre. Los terremotos, los tsunamis, los huracanes, las
inundaciones, cualquier catástrofe natural despierta en nosotros ese altruismo,
dormido la mayor parte del tiempo, acaso porque reconocemos en estos fenómenos
un común enemigo ancestral: la Tierra.
Pero si el hambre, la enfermedad o la miseria afecta a unos cientos o miles de inmigrantes
que huyen de países inhóspitos, pero no son víctimas de una catástrofe natural,
entonces la cosa cambia. ¿Inmigrantes? No, gracias. Que no crucen el Mediterráneo,
hay que bombardear sus embarcaciones, y si llegan los devolvemos por SEUR para que se mueran en
su país de origen, que en nuestras ciudades ahuyentan al turismo, como dice
Esperanza Aguirre. Y si hay un grupo enloquecido en África que mata, secuestra
y viola a mansalva, decimos: Oiga usted, qué burrada, pero, claro, no es asunto
nuestro. Y si hay guerras por ahí, en Siria, en Libia, con su goteo incesante
de muertos, pues según: hay que ver primero si esas guerras son buenas o malas
para el capital, porque si son buenas, qué Dios los ampare. Y si hay epidemias
de Ebola qué le vamos a hacer, que se pudran, eso les pasa por jugar con
murciélagos, porque las farmacéuticas no pueden sostener un sobrecoste, y lo
que hay que hacer es no mandar sacerdotes, que luego se infectan y nos traen el
bicho. Leila Guerriero, en una columna en que habla de estas cosas, sintetiza
muy bien el espíritu solidario de nuestros gobernantes: "muéranse en sus países, víctimas de la
guerra, el hambre y las pestes, pero no vengan aquí a dar –a darnos- su
horrendo espectáculo".
Ya sabemos que la Hipótesis Gaia, que
desarrolló el meteorólogo James Lovelock, no es muy aceptada en el mundo
científico. Según Lovelock, la Tierra (Gaia) es un sistema autorregulado que
fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma y su entorno. Este
equilibrio se ha mantenido más o menos bien, hasta que nosotros los humanos
hemos empezado a ponerle trabas a Gaia. Lovelock dice que en ciertos aspectos,
los seres humanos se comportan como un organismo patógeno o un tumor, incluso
les da un nombre de plaga: Primatemaia
disseminata. Por tanto, los terremotos y demás catástrofes naturales no
serían otra cosa que ajustes del planeta, aunque nuestro inconsciente las
interprete como una venganza de Gaia y haga aflorar nuestra escondida solidaridad.
Sean o no ciertas la teorías de Lovelock, habrá que convenir que el género
humano es en efecto una plaga, capaz de crear destrucción a sí mismo y a su entorno. Lo cual supone un
progreso real con respecto a otras especies, porque, hasta la fecha, y por muy
animales que sean, no consta que ninguna otra especie haya cometido genocidios. Que
Gaia nos proteja.
ResponderEliminarSiempre ha ocurrido así, pero no creo que se deba a la especie a la que pertenecemos, sino la clase a la que pertenecemos. Unos prefieren ignorar y otros no pueden evitar ayudar. El capital, seguro, prefiere barrer para casa (y tener la casa en orden), los profesionales de la política se preocupan de las apariencias, además de cumplir con su representación (¿a quien representan? esa es otra pregunta) y las personas solidarias, bueno, lo son porque están más cerca de lo que sucede y porque precisamente tienen sus propios problemas.
Marx decía que el ser humano es, en el sentido más literal, un animal político, un animal que solo puede individualizarse dentro de la sociedad. Y la política es, ante todo, percepción, pero no tiene que estar reñida necesariamente con los impulsos personales. El ser humano, ya se decante hacia el lado de la codicia o de la solidaridad, de la guerra o la construcción, siempre estará obedeciendo a sus instintos y siempre lo hará dentro de lo que nosotros hemos venido a llamar naturaleza.
Discrepo en tres puntos:
ResponderEliminar1º. Eres demasiado piadoso con la especie.
2º. Animal político: animal ciudadano. Del griego polis=ciudad. Es lo que deberían ser los políticos, ciudadanos (no confundir con Ciudadanos) En efecto, no esta reñido con los impulsos personales.
3º. Que un humano sea codicioso o solidario no depende del instinto (cerebro inconsciente). Porque tiene libre albedrío, o sea capacidad de ELECCIÓN.
Pero también somos parte de ese equilibrio al que tu haces referencia. No somos tan diferentes de otras especies animales, en tanto que obedecemos a nuestra naturaleza y aunque seamos destructivos y las otras especies no, es posible que esta sea nuestra función.
ResponderEliminarEn cuanto a nuestra libertad: sí, somos únicos al ser conscientes de nosotros mismos y nos satisface pensar que tenemos capacidad de elección, pero no parece que eso nos libere de nuestros comportamientos más básicos (instintos, impulsos, etc) Esto es, creo, lo que conforma nuestra personalidad: primero, lo que dice nuestra naturaleza y segundo, lo que elegimos ser.
Que destruir sea nuestra función, está en la línea de Lovelock. Puede ser.
ResponderEliminarEn cuanto a la libertad de elección, te contradices: o bien el libre albedrío es una falacia, como quieren los reduccionistas, o bien no lo es, como yo pienso, en cuyo caso sí puede liberarnos de nuestros instintos básicos. Aunque a veces fracasemos.
Apasionante debate en todo caso, Manuel.