Estoy
despierto. Aún no he abierto los ojos, las imágenes del sueño se baten en
retirada, se desdibujan, se sumergen en el olvido. Lentamente mi conciencia
empieza a funcionar. La conciencia siempre es lenta, necesita tiempo para
acomodarse a la realidad. Decimos: " Espera a que mis neuronas se
organicen". Y es verdad. No que las neuronas corran de un lado para otro
en busca de acomodo, pero sí que el cerebro se toma un tiempo para recobrar su
actividad. Abro los ojos. Claridad tenue, grisácea. Subir la persiana, calzarme
las zapatillas, tomar las píldoras que he dejado en el cuenco la noche
anterior, contestar a mi mujer. ¿Qué día hace? Sol, niebla, lluvia... Depende.
(Por cierto, la ventana por la que miro es la ventana de los mirlos. No siempre
hay mirlos, pero a veces están por ahí picoteando). Al abrir la puerta de la
cocina mi perro ladra y azota el aire con su rabo. No sé si se alegra de verme
o reclama su comida. O las dos cosas. Preparar el té y el café, exprimir las
naranjas. Vamos a despertar a mamá, le digo al perro. Corre por el pasillo y
salta sobre la cama, le lame las manos y la cara. Es su rutina.
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