El escritor británico Nike Cohn describía así el rock and roll: “Las letras eran casi inexistentes (…) constituían una especie de código teen, casi un lenguaje cifrado, que hacía del rock algo totalmente incomprensible para los adultos”. Esta música produjo por primera vez el fenómeno de adolescentes gritando como locos en un proceso de histeria colectiva. Mientras tanto sus ídolos aullaban y se descoyuntaban en los escenarios.
Sam Philips, el dueño de Sun Records, había dicho: “Si pudiera encontrar a un blanco que tuviera un sonido negro y un sentimiento negro, podría hacer mil millones de dólares”. Ese blanco fue Elvis Presley. Los primeros discos que grabó con Sun Records eran auténtico rock and roll, su voz era un cuchillo afilado y las guitarras eléctricas sonaban con un reconfortante estrépito. Enseguida fue contratado por la discográfica RCA, con la cual grabó la mayoría de sus éxitos, pero las guitarras eran ya menos salvajes y a veces le añadían un cuarteto coral (maldita la falta que le hacían los coros a un rock and roll). No obstante, Elvis seguía teniendo una fuerza incontenible y eclipsó casi por completo a otros roqueros de raza como Little Richard, Chuck Berry o Jerry Lee Lewis.
Little Richard era del sur y procedía de una familia muy pobre. Durante su adolescencia cantaba en coros religiosos y con sus amigos tocaba el piano y cantaba R&B. Tenía una voz estridente, como el chirrido de una motosierra oxidada, y se movía como si tuviera un ataque epiléptico. A los veinte años grabó Tutti Frutti, una composición suya, y vendió un millón de discos. A mediados de los 50 solo Elvis Presley estaba por delante de él. Inesperadamente, en 1957, dejó de grabar, renunció a la gloria y se fue a tocar el piano en una iglesia Adventista del Séptimo Día. Su renuncia a las vanidades humanas duró cinco años, al cabo de los cuales volvió al mundo del espectáculo y, aunque sus grabaciones no alcanzaron el mismo número de ventas, siguió siendo un mito del rock and roll.
La comunidad blanca no tuvo más remedio que aceptar los nuevos ritmos, aunque en muchos casos se hacían covers (versiones blancas de un tema negro), pero siempre inferiores al original, como los insoportables intentos de cantar rock and roll de Pat Boone y otros melifluos. Los únicos blancos que tenían nervio eran Jerry Lee Lewis, que machacaba el piano en sus actuaciones, Buddy Holly, de corta vida, y desde luego Elvis Presley.
Sin embargo había también una demanda de canciones lentas, ya que en las fiestas juveniles no solo había que dar saltos; los adolescentes requerían músicas en las que poder adosar el cuerpo a su pareja en una saludable mezcla de romanticismo y sensualidad. Esto dio origen al slow rock (que tenía más de slow que de rock) muy adecuado para los estrechamientos corporales. En este tipo de baladas también triunfó Elvis, quien después de dos años de servicio militar en Alemania decidió dar un giro a su repertorio. Dejó de vociferar y se dedicó a arrullar adolescentes con su increíble voz, pastosa y bien timbrada, sin perder un ápice de su morbo erótico.
Fue también la época de la música doo wop (du dua en español), onomatopeya derivada de los coros que acompañaban al solista del grupo. Los mejores fueron The Platters, unos negros blanqueados por su avispado promotor Buck Ram, el cual adaptó para ellos viejas melodías de los blancos, como Smoke get in your eyes, una melodía extraída de un musical de Broadway . Por cierto, la viuda de Jerome Kern, el compositor de la música, se negó en principio a que unos negros profanaran la inmortal canción. Pero accedió enseguida cuando Ram le aseguró que, con la versión de The Platters, multiplicaría por diez los derechos de autor que hasta ese momento había recibido por la obra del difunto.
Así fue, en líneas generales, la música pop en los años 50 y principios de los 60. Luego aparecieron los Beatles, pero esa ya es otra historia.
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