La Nuit étoilée. Vicent Van Gogh |
Algunos científicos y pensadores se preguntan si el universo evolucionó como lo hizo para permitir la aparición de vida inteligente. Dicho de otra manera: ¿podría haber comenzado la evolución antes de que se formaran las estrellas y terminar -por el momento- en el inteligente ser humano? Esto es lo que sostienen los partidarios del llamado Principio Antrópico, hipótesis muy discutida y no universalmente aceptada por los cosmólogos. El físico Brandon Carter lo enunció así: "Para que en este momento del tiempo haya mentes capaces de observar el universo, tienen que verificarse un número determinado de sucesos".
Claramente esos sucesos se han producido. La primera crítica de este principio es puramente semántica, ya que parece una clara tautología: ya que existimos, es necesario que se den las condiciones para que existamos. O sea: si las condiciones hubiesen sido diferentes, las cosas serían diferentes. Pero la cuestión que permanece es por qué se originaron esas condiciones y qué leyes guiaron esa secuencia.
El físico Paul Davies también se lo pregunta. “La expresión más refinada de la inteligibilidad racional del cosmos se encuentra en las leyes de la física. Pero ¿de dónde vienen estas leyes? y ¿por qué funcionan de la forma que lo hacen?" Que las leyes existan sin razón alguna es para Davies profundamente irracional. Pero para gran parte de la comunidad científica esta es una pregunta inadecuada: las leyes son simplemente las que son porque así se ha demostrado experimentalmente. Los físicos tienen una respuesta: el universo surgió por azar y también la vida, y a partir de ahí se hizo cargo de todo la evolución darwiniana. Hoy sabemos que la selección natural se ocupa sobre todo de la supervivencia y la reproducción y que muchas mutaciones no son debidas a la selección natural, sino a algo que se llama deriva genética y que es en realidad otra versión del azar. Según esto la inteligencia, la conciencia de ser, podría no estar en absoluto prefijada desde el origen de los tiempos y ser solo la consecuencia de una mutación aleatoria.
Confiar todo al azar es muy práctico para la ciencia, así se cierra el paso a cualquier otra interpretación, como por ejemplo el creacionismo religioso. Y no solo el cristiano, claro, en todas las mitologías actuales o extintas hay un relato de la creación más o menos sofisticado. Para los creyentes este tipo de explicación suele ser suficiente, pero a los que no creen les gustaría tener una respuesta racional de estos asuntos. No obstante, los cosmólogos, aunque nieguen el principio antrópico, no dejan de tener en cuenta las sorprendentes "coincidencias" de esta hipótesis cuando afirman que determinado planeta extrasolar se sitúa en la "zona habitable" de su sistema.
Como se sabe las órbitas planetarias en torno al Sol son elípticas (Newton demostró que las órbitas circulares son inestables). Ahora bien, la excentricidad de las órbitas planetarias es variable, de manera que los planetas presentan notables diferencias en sus respectivos puntos orbitales de mayor o menor acercamiento al sol. La órbita de la Tierra es casi circular, es decir, tiene una excentricidad próxima a cero (exactamente del 2%), debido a lo cual las variaciones de temperatura en su mayor o menor acercamiento al Sol no son significativas, y lo que causa el ciclo de las estaciones, y por tanto las variaciones de temperatura en nuestro planeta, es la inclinación del eje de rotación de la Tierra con respecto al Sol. Pero si la excentricidad de la órbita terrestre fuese sólo del 20%, como le ocurre a Mercurio, las diferencias de temperatura entre el punto más cercano y el más alejado del Sol, serían de unos 110º C, circunstancia poco compatible con la vida. También es significativa la relación entre la masa del Sol y su distancia a la Tierra, ya que si nuestro Sol fuera tan solo un 20% más o menos masivo, la Tierra sería más caliente que Venus o más fría que Marte. Parece por tanto que hemos tenido suerte y la Tierra orbita en una zona habitable. No sabemos por ahora si los exoplanetas candidatos a albergar extraterrestres, cumplen con el resto de los parámetros además de orbitar en una zona habitable.
El hecho de que existamos no sólo impone restricciones con respecto a nuestro entorno, sino también sobre la forma y contenido de las leyes de la naturaleza. Volvemos a encontrarnos con las famosas leyes y esto es más difícil de digerir, porque ya no se trata de circunstancias locales, más o menos comprensibles, sino de aceptar que las leyes y constantes físicas que regulan la inmensidad del universo de principio a fin, también podrían estar diseñadas para que la vida pueda existir. Ya sabemos que el carbono proviene de las estrellas, pero para que se formaran esas estrellas fue necesario que el universo evolucionara según unos determinados parámetros, los mismos que luego las harían estallar.
De la materia estelar resultante se formarían nuevas estrellas y planetas y aparecería por fin el insustituible carbono. ¿Qué hubiera ocurrido si las leyes y constantes físicas fueran diferentes? Simulaciones con ordenador demuestran que una variación de sólo un 0,5 % en la intensidad de la fuerza nuclear fuerte o de un 4% en la fuerza electromagnética destruirían toda posibilidad de que se formasen carbono y oxígeno en las estrellas, con lo que la vida, tal y como la conocemos, no podría haber surgido. Lo mismo ocurriría si los valores de las constantes fueran diferentes, por ejemplo si la masa del protón y la del electrón tuvieran otros valores.
¿Qué se puede pensar de todas estas extrañas coincidencias? Se podría decir con cautela que éste es un universo bien ajustado y se podría suponer que algo o alguien ha realizado un exquisito diseño. Es comprensible, por tanto, que los creyentes piensen que ese diseñador ha sido una deidad; es la solución más fácil desde un punto de vista emocional. Otra cosa es que los fundamentalistas religiosos traten de manipular a su conveniencia estos conceptos. La expresión diseño inteligente (que a priori parecería adecuada para referirse al universo) ha sido adoptada por los extremistas cristianos para reivindicar una interpretación literal del Génesis, negar la teoría de la evolución y rechazar los avances de la ciencia.
No obstante, y por descontado excluyendo los mitos religiosos, la negación de cualquier forma de diseño en la formación del universo parece cuanto menos una limitación intelectual. Sobre este punto, los científicos argumentan que si el universo no fuese como es (o no hubiese evolucionado como evolucionó) nosotros no existiríamos y que, por lo tanto, preguntarse cómo es que existimos (o por qué no "no existimos") no tiene sentido.
En fin, que me perdonen los físicos, pero si hemos de creer que el universo se formó de manera accidental, resulta difícil concebir que de ese absurdo surgiera una prodigiosa organización, regida por ajustadísimas leyes, que entre otras cosas permitió la aparición de la vida.
Ahora viajen un poco a través del universo con la estupenda versión de Scorpions del clásico de Lennon y McCartney.
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