Stalag VIII-A en 1941 |
En la primavera de 1940 un tren de mercancías lleno de prisioneros de guerra atravesaba Europa con destino a Stalag VIII-A, un campo de prisioneros cercano a la ciudad de Görlitz. Sentado en el suelo, recostado contra una pared del vagón, el clarinetista franco-argelino Henri Akoka extraía de su instrumento algunas notas desganadas del Quinteto para clarinete de Mozart. Un joven delgado, de frente amplia y gafas redondas de gruesos cristales, se le acercó sonriente:
- ¿Serías capaz de interpretar el canto de los pájaros?
- ¿Por qué no? -replicó Henri encogiendo escéptico los hombros.
- Los pájaros son los mejores instrumentistas del mundo -dijo el joven con entusiasmo, y sacó del bolsillo una arrugada partitura-. Lee esto, por favor.
El músico interpretó las primeras notas y miró con sorpresa al joven. Éste amplió su sonrisa y le animó a continuar.
El joven era el compositor francés Oliver Messiaen y y la música que sonó en aquel vagón de carga, mezclada con el monótono traqueteo del tren, se convertiría más tarde en el tercer movimiento ("El abismo de los pájaros") del "Cuarteto para el fin de los tiempos".
Oliver Messiaen (1908-1992) siempre dijo que para él la música y la ornitología eran inseparables. Los cronistas creen que su amor por los pájaros fue debido a su encuentro con la naturaleza el verano de 1911, cuando su familia se trasladó al pequeño pueblo de Ambert, junto al Parque Natural de Livradois-Forez. "Soy un francés de la montaña, como Berlioz", diría años más tarde el compositor. Otras opiniones lo atribuyen a la elevada educación espiritual que recibió de su madre, la poetisa Cécile Sauvage, y otros, en fin, simplemente piensan que su profunda miopía agudizó en él la percepción de los sonidos.
Quizá no sea necesario tener una razón precisa para deleitarse con
Oropéndola. |
Olivier Massiaen era sinestésico y profundamente católico, y ambas cosas influyeron decisivamente en su obra. Pero también se interesó por los ritmos y modos musicales de la Grecia clásica y de Japón, y posteriormente incorporó a sus orquestaciones instrumentos exóticos como el Gamelan indonesio y las Ondas Martenot.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de su miopía, fue llamado a filas como auxiliar sanitario. En mayo de 1940 cayó prisionero de los alemanes y enviado a Görlitz en el tren de carga que ya conocemos. Stalag VIII-A era un campo de prisioneros, donde se sometía a los soldados capturados a un estricto régimen militar, muy diferente de los terribles campos de exterminio nazis. En el campo existía una orquesta de prisioneros, lo que implicaba una cierta tolerancia, pero a pesar de ello a Messiaen le fueron confiscadas todas sus partituras y su pluma al llegar. Durante semanas vagó por el campo imaginando la música sin poder plasmarla. Se reunía con Henri Akoka, el clarinetista, y con otros dos músicos, el joven violonchelista Étienne Pasquier y.el violinista Jean le Boulaire, pertenecientes a la orquesta del campo, y les hablaba de su proyecto de escribir un trío para sus instrumentos.
Orquesta de prisioneros del campo Stalag VIII - A. |
Por fortuna, Carl-Albert Brüll, un guardián alemán que había estudiado música, se interesó por Messiaen y le facilitó un cuaderno sin pautar y un lápiz. El compositor comenzó rápidamente a escribir las partituras del trío imaginado, que al final se transformó en cuarteto al añadirse él mismo, tocando en un desvencijado piano vertical que nadie usaba. Así nació "El cuarteto para el fin de los tiempos". Oliver Messiaen se inspiró en el Libro del Apocalipsis, por sus creencias religiosas o porque, en aquel tiempo, el incontenible avance de los nazis presagiaba un próximo apocalipsis, el fin del mundo en que Messiaen había vivido.
Escena del Apocalipsis. Tapices de Angers. Siglo XIV. |
El 15 de enero de 1941, un día frío en que la nieve cubría el campo, tuvo lugar el estreno del cuarteto. El mecenas carcelario compuso incluso un cartel anunciador. En el barracón principal se apiñaban los 400 prisioneros en silencio. Todos escucharon religiosamente la difícil música y aplaudieron con fervor al final . El compositor dijo: "Nunca se escucharía esta música con tan absorta atención y una comprensión tan plena".
Estos son los comentarios que Olivier Messiaen escribió antes de cada movimiento.
Entre las tres y las cuatro de la mañana, el despertar de los pájaros: un mirlo solitario, puede que un ruiseñor, rodeados por un resplandor sonoro, un halo de trinos perdido en lo alto de los árboles. El silencio armonioso del Cielo.
2º Movimiento. «Vocalise para el ángel que anuncia el fin de los tiempos»
La primera y la tercera parte evocan el poder de un colosal ángel. Con arco iris sobre su cabeza y vestido de nubes; un pie en el mar y el otro en tierra. La sección central son las armonías impalpables del cielo. En el piano, cascadas dulces de acordes azules-anaranjados, que encierran en sus lejanas campanadas la canción imperceptible y llana del violín y del chelo.
3er Movimiento. «Abismo de los pájaros»
El abismo es el Tiempo, Con su tristeza, con su cansancio. Los pájaros son lo opuesto al Tiempo; son nuestro deseo de luz, de estrellas, de arco iris y de canciones jubilosas.
4º Movimiento. «Interludio»
5º Movimiento. «Loa a la eternidad de Jesús»
Jesús es la Palabra. Infinitamente lenta, una frase del chelo magnifica, con amor y reverencia la eternidad de la Palabra, tan delicada y tan poderosa, cuyo tiempo nunca termina. La melodía se extiende, se estira con majestad en una suerte de caricia distante pero inabarcable. "En el principio estaba la Palabra. Y la Palabra estaba con Dios. Y la Palabra era Dios".
6º Movimiento. «Danza de la furia para las siete trompetas»
Los cuatro instrumentos al unísono, imitan trompetas y gongs (las seis primeras trompetas del Apocalipsis seguidas de sus terribles desastres. Después, la trompeta del séptimo ángel, anunciando la consumación del misterio de Dios). Valores agregados, ritmos aumentados y disminuidos. La música de la piedra, el formidable sonido del granito. Irresistibles movimientos de acero, monumentales bloques de rabia púrpura y borracheras de hielo. Hacia el final de la pieza, se escucha especialmente el terrible fortissimo en el tema aumentado y los cambios de registro de las notas.
7º Movimiento. «Red de arcoíris, para el ángel que anuncia el fin de los tiempos»
Aquí aparecen ciertos pasajes recurrentes del segundo movimiento. El ángel aparece con toda su fuerza, y en especial el arcoíris que le cubre (el arcoíris, símbolo de paz y sabiduría, con toda su vibración luminiscente y sonora). En mis sueños, oigo y veo acordes y armonías ordenados, formas y colores reconocibles; después, tras esta etapa de transición, paso a través de lo irreal y sufro, en éxtasis, una batalla; una compenetración espiral de colores y sonidos sobrehumanos. Las espadas de fuego, la lava azul y naranja, las estrellas imprevistas: ¡ahí está la red!, ¡ahí están los arcoíris!
8º Movimiento. «Loa a la inmortalidad de Jesús»
Largo solo de violín, contraparte del solo de violoncelo del quinto movimiento. ¿Por qué esta segunda alabanza? Se refiere especialmente al segundo aspecto de Jesús, Jesús el Hombre, la Palabra hecha carne, la inmortalidad alzada tras la comunicación de su vida. Es todo amor. Su lento ascenso hacia el agudo más extremo es el ascenso del hombre hacia su dios, el hijo de Dios hacia su Padre, el ser hecho divino hacia el Paraíso.
Muchas gracias por tus enseñanzas en este terreno musical e histórico !! Un saludo, amigo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, José Luis, pero tengo poco que enseñar. Soy solo un aficionado.
EliminarMe encanta Messiaen, Manuel. Y este artículo profundiza en un momento crucial de su historia. Qué bien lo has plasmado.
ResponderEliminarNo suele gustar de entrada la música de Messiaen, pero ya veo que en esto somos cómplices, Txaro. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarQué maravilla, Manuel. La música y la historia. Y qué angustia produce la idea de ver al compositor merodeando por el campo sin posibilidad de componer. Afortunadamente, a veces, el destino o el azar (qué dilema) consigue superar las circunstancias adversas.
ResponderEliminarGracias por tan bella aportación.
Un beso.
Otras veces la guerra no perdona. Aunque Messiaen disfrutó de una cierta libertad, en esa música hay mucho dolor y mucha angustia. Un abrazo, Rosa.
EliminarA menudo me he preguntado si el fulgor de la belleza –el canto de un pájaro, un color, la luz de un atardecer- en un campo de concentración podía aliviar de algún modo a los prisioneros o, por el contrario, acrecentaba su desdicha. Anoche, Viktor Frankl me dio su respuesta: les ayudaba a seguir vivos. Una tarde todos salieron del barracón para contemplar un bellísimo ocaso. Un prisionero dijo a otro: “¡Qué bello podría ser el mundo!”. Me hizo pensar en Messiaen y en tu texto.
ResponderEliminarSupongo que cuando uno está privado de libertad, y aún más si ve cercana la muerte, cualquier estímulo ajeno a la rutina carcelaria es un hueco de luz y de pequeña esperanza. Aun en la aburguesada vida que ahora disfrutamos es posible decir "¡Qué bello podría ser el mundo!"
EliminarGracias por tu comentario, Carmen.
Vaya historia Manuel! Me ha encantado.
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