18
BLACKFIRE
Itciar
había decidido recabar la ayuda de Rodrigo Cortés. No había comunicado a nadie
su intención y eso la inquietaba; Tracy no veía con buenos ojos las
improvisaciones. Pero pensaba que tener un contacto con El Diario podía
resultar útil aunque comportase algún riesgo. Si actuaba con habilidad y
conseguía información confidencial, su iniciativa sería elogiada por el grupo.
No tenía una idea clara de cómo justificar ante su amigo Cortés el interés por
la muerte de Artemisa sin revelar su implicación en los hechos. Pero confiaba
en Rodrigo, al que le unía una franca amistad, por más que el periodista no
ocultara su predisposición a transformar esa amistad en una relación más
adulta. Propósito irrenunciable, a pesar de las repetidas negativas de Itciar,
pero no peligroso, ya que ella sabía eludir sin aspereza los asaltos de Cortés.
A
la misma hora que nosotros escuchábamos las confidencias de la amiga de Blasco,
Itciar hacía sonar el timbre de la casa del periodista. Tras una larga espera,
un Rodrigo Cortés en bata y con el pelo alborotado abría la puerta.
-¡San
Pedro! Creí que se hundía el mundo. ¿Sabes qué hora es?
-Las
once y media. ¿Me invitas a pasar?
-No
me lo digas, adivino qué te trae. Al fin has decidido desprenderte de tu
absurda virginidad. Sabía que tarde o temprano te decidirías, aunque escoges
unas horas...
-No
seas pelma, Rodrigo. Vengo por un asunto profesional.
-¿Profesional?
-Rodrigo abrió desolado los brazos -. Me decepcionas. Bueno, pasa y rebusca por
ahí. A lo mejor encuentras una revista pornográfica y te instruyes mientras me
visto. ¿Quieres café?
-No,
gracias, he desayunado hace horas -. Hizo una pausa y añadió -: He leído tu
crónica sobre el crimen de la modelo. Está muy bien.
-Ah,
eso -la voz de Cortés llegaba a través de la puerta medio abierta del
dormitorio -. Para comentar eso podría haber venido a una hora más decente. ¿No
sabes que los periodistas se acuestan tarde?
Itciar
rebuscó en el hueco del salón que hacía las veces de cocina.
-Si
me dices dónde está la cafetera te preparo café.
-De
cafetera, nada -dijo Cortés asomando la cabeza -. La gente apresurada como yo
toma café soluble. Calienta agua sin más.
Itciar
puso agua a hervir y paseó por la habitación.
-Es
muy curioso lo de la muerte de esa chica y el tipo ese que ha desaparecido. Me
gustaría conocer más detalles.
-¿A
qué viene ese repentino interés? -Cortés apareció, ya vestido, abrochándose el
cinturón.
-Pues
es que ayer me quedé intrigada y he hecho averiguaciones por mi cuenta.
-A
ver, a ver. ¿Qué te traes entre manos?
-Bueno,
el artículo de El Diario era muy sugerente y he estado en la hemeroteca
buscando información sobre Franco Dalessio y todo ese rollo de la Mandrágora.
Pensé que te podía interesar.
Le
mostraba un cuaderno lleno de anotaciones. Cortés dejó la taza sobre la mesa y
se rascó la cabeza.
-Un
momento, pequeña, ¿a quién tratas de engañar? A Rodrigo Cortés no se le viene
con esos cuentos. ¡Tu sabes algo!- La chica miró a su amigo sin saber qué decir
y Cortés se echó las manos a la cabeza- ¡Hay que joderse! Mis jefes cogen un
asunto vulgar y le dan una importancia desmesurada, pero, claro, sin explicarle
nada a este inmundo reportero. ¡Y ahora resulta que hasta los estudiantes de
periodismo saben más que yo del caso! Todo el mundo piensa que soy gilipollas,
¿o qué?
-Veras,
Rodrigo -Itciar se mordió el labio vacilante -. Puedo decirte algo, pero no
todo. Existe un pacto de silencio.
Cortés
se desmadejó en una butaca con los ojos cerrados.
-Madre
mía -murmuró.
-Resulta
que un amigo mío -empezó Itciar-, alguien que yo conozco, sabe quién es el
hombre que estaba con la modelo, el que ha desaparecido.
-¿Qué?
-Y
sabemos, mi amigo sabe, que es inocente.
Cortés
angustiado se inclinó hacia delante.
-¿Pero
no se da cuenta Tracy del lío en que os estáis metiendo?
-Yo
no he dicho que fuera Tracy -replicó Itciar sobresaltada.
-Vamos,
vamos, Itciar, ¿tú también me tomas por tonto? Es evidente que tu insoportable
amigo Tracy y ese absurdo grupito vuestro tiene algo que ver con lo que me
cuentas.
La
muchacha guardó silencio.
-
Mira, pequeña -Cortés la apuntó con un dedo-, te diré lo que vas a hacer. Me
vas a contar ahora mismo todo lo que sabes sin dejarte una coma, o si no ya
sabes donde está la puerta. Te vas por donde has venido y aquí no ha pasado
nada.
Itciar
miró a Cortés con desaliento. Lo había hecho todo mal: no sólo no había
sonsacado al periodista sino que había comprometido a sus amigos. Permanecer
callada y dejar las cosas como estaban no resolvía nada y estimularía aún más
la curiosidad de Cortés, pero si le hacía partícipe del asunto, tal vez pudiera
evitar su indiscreción. Itciar optó por esto último y puso al tanto a su amigo
de los acontecimientos. Al concluir había una luz de éxtasis en los ojos del
reportero.
-¿Qué
día es hoy? Tengo que consultar mi horóscopo. ¡Dios mío qué historia! No sé si
creerte, es demasiado sublime. ¿Seguro que no te burlas de tu viejo amigo?
-Venga,
Rodrigo, no hagas teatro. La cosa no es para tomarla a broma.
-¿A
broma dices? Claro que no. De modo que tenéis escondido al señor A.S. Bueno,
bueno, es inaudito. ¿Me dejaréis participar? ¿Crees que Tracy se opondrá?
-Prométeme
ser discreto, Rodrigo.
-Claro,
claro, no te preocupes. Ya sabes que soy zorro viejo.
-Bueno,
ya te he contado todo. Ahora, dime tú lo que sepas.
-Pues
el caso es que... -Cortés se detuvo cohibido- no sé mucho más. Los jefes no
sueltan prenda. Ahora bien, a partir de ahora... Oye, pequeña, supongo que sois
conscientes de que este es un asunto peligroso.
-Venga,
Rodrigo, ¿no estarás asustado?
-¿Yo?
No me conoces. No pararé hasta llegar al final. Soy un profesional. ¡Este puede
ser el reportaje de mi vida!
-Rodrigo,
te recuerdo que esta es mi historia.
-No
te preocupes, criatura, aquí hay trabajo sobrado para dos. Una sola noticia
lanzó a la fama a Woodward y Bernstein, recuérdalo. Ahora no perdamos tiempo y
empecemos a trabajar.
Eran
casi las seis cuando volví al estudio de Tracy. Estaba todo el grupo con
excepción de Daniel. Itciar había hecho un buen trabajo de investigación sobre
Dalessio y la Scampi. Franco Dalessio era un personaje sin edad: alto,
atlético, de sonrisa cautivadora y cabellera encanecida, había comenzado como
actor en películas italianas de escaso nivel. Saltó a la fama al protagonizar
un escándalo que surtió durante meses a la prensa del corazón. Se casó en
secreto, tras un rapto previo, con una menor, hija de un financiero español, y
fueron perseguidos y detenidos por la policía. La historia terminó con la
aceptación de Dalessio por parte de los padres de la novia y la pareja se
estableció en España. Aunque el matrimonio duró poco, el italiano permaneció en
nuestro país y se hizo asiduo de la alta sociedad, realizó dos o tres películas
y se distinguió por sus romances con actrices jóvenes.
En
1982 se produjo la quiebra del Banco Rossi de Turín y salió a la luz la
Mandrágora, organización semisecreta, que tras la aséptica denominación de
Asesoría Financiera Internacional, ocultaba una extensa gama de actividades
delictivas, desde sobornos a políticos a blanqueo de dinero a gran escala.
Cayeron conocidas y respetadas cabezas; hubo huidas, desapariciones, suicidios
y misteriosas muertes accidentales; pero nunca se supo quiénes eran los
auténticos cerebros de la organización. Un periódico sugirió la existencia de
un improbable consejo internacional de ancianos (los Grandes Padres), pero fue
una mera conjetura. A otro nivel, el nombre de Dalessio fue mencionado, aunque
nunca se le pudo probar nada. Entre las empresas presuntamente implicadas en el
caso Rossi, estaba la Seymour & Davidson, una multinacional radicada en
España, dato este a tener en cuenta, ya que García Conde, el marido de Silvana
Scampi, era un alto ejecutivo de la firma. De esa época databa la amistad entre
Dalessio y la Scampi. Aunque se les atribuyó un romance, los rumores sobre el
lesbianismo de Silvana no disminuyeron. Otras versiones aseguraban que las
chicas eran amigablemente compartidas por los dos italianos. En cuanto a la
enigmática Silvana Scampi, poco o nada se conocía de su pasado. Salta a la
popularidad con motivo de su boda y desde entonces es perseguida por fotógrafos
y reporteros a causa de su desaforada actividad erótico-social. Su matrimonio
no se ha visto afectado y se mantiene sin fisuras dentro de un clima de
liberalidad y consenso mutuo.
Bajo
mi punto de vista, después de lo que acababa de oír, me parecía evidente que mi
asunto se relacionaba claramente con aquellas conspiraciones internacionales, y
que Dalessio, Silvana, su marido, la multinacional y quién sabe cuánta gente
más estaban implicados en el asesinato de Artemisa. Todo lo cual me producía
una cierta euforia, la aparición de nuevos sospechosos crearía dudas razonables acerca de mi
presunta culpabilidad. Tracy y Jaime frenaron mi optimismo: había indicios, sí,
de que esos personajes estuvieran implicados en historias turbias, pero no
necesariamente en el crimen que nos afectaba. Carecíamos de pruebas. Mencioné
entonces la foto de Anselmo, que probaba de manera incuestionable la relación
entre los italianos, Artemisa y Calabor, pero según Jaime lo único que
demostraba es que todos los de la foto eran amigos, lo cual no constituía
delito alguno. Dije finalmente que si lo que habíamos conseguido hasta ese
momento no valía para nada, para qué seguir jugándonos el pellejo, mejor
abandonar y marcharnos todos a casa. Todos se opusieron: nadie hablaba de
abandonar sino de perfilar adecuadamente una estrategia. Para contrarrestar mi
actitud derrotista, los chicos admitieron en que en efecto los personajes
investigados eran realmente sospechosos, pero que era imprescindible tener
pruebas que fundamentaran cada paso adelante en nuestra investigación.
-Muy
bien -dije en tono hosco, un poco harto de tanta filigrana-: ¿Cuál será
entonces nuestro próximo movimiento?
El
repentino sonido del timbre nos sobresaltó e impidió cualquier respuesta. Jaime
atisbó por la mirilla.
-Es
Daniel.
Daniel
entró sonriente y se plantó en el centro del grupo.
-Esto
está resuelto -dijo agitando en el aire la casete robada. Su rostro reflejaba
satisfacción por la expectación despertada-. Debería haberlo adivinado antes.
Anoche empecé a hacer pruebas con mis aparatos, pero sin resultado. La maldita
cinta se resistía. Me fui a dormir y por la mañana continué haciendo pruebas.
Nada. Todo parecía inútil. Desanimado me tumbé en la cama y, como dicen en las
novelas, dejé que mi mirada vagara por la habitación. Entonces lo vi.
-¿Qué
viste?
-Mi
ordenador personal. Así de sencillo. Como es sabido estos pequeños ordenadores
utilizan casetes normales y corrientes para almacenar programas, así que me
dije: ¿Por qué no probar la cinta en el ordenador? Dicho y hecho, coloqué la
cinta, la avancé hasta el comienzo de los ruidos y... ¡zas! En la pantalla
empezaron a aparecer palabras perfectamente legibles. Ahora sabemos que las
casetes de los Amigos del Barroco contienen mensajes camuflados, reproducibles
mediante un ordenador.
-¿Pero
cuál es el mensaje?
-Bueno,
esa es otra -Daniel arrugó el entrecejo-. Descifrado está -nos mostraba una
hoja de papel- Ahora falta saber que coño quiere decir esto.
SECTOR
217/B/45000
DENOMINACION:
AMIGOS DE LA MUSICA BARROCA
CLAVE:
BLACKFIRE
CONTINUA
MENSAJE
ALCANCE
INMINENTE NIVEL 3, PROBABILIDAD DE INTERCEPTACION NO
SIGNIFICATIVA. PERMANEZCA DISPONIBLE.
EVENTUALIDAD: UTILICE CODIGO 13/00/O1.
FIN DEL MENSAJE
Todas
las manos se disputaron el papel con excitación, hablaban todos a la vez y
aventuraban interpretaciones sobre el críptico texto. Yo me recosté en mi
asiento y dejé correr los pensamientos. Aquella nota me devolvía la fantasía,
introducía de nuevo lo mágico, lo irreal, en mi aventura. Era un mensaje
cifrado que maldito si sabía lo que podía significar, pero era auténtico:
alguien enviaba mensajes encerrados en una inofensiva casete. Algo
inconcebible, tanto como grabar un mensaje en un cerebro, pero también
esperanzador porque suponía abrir una brecha en la organización de los
poderosos, desvelar una pequeña parte de la trama. Además era una demostración
de que no nos movíamos en un mundo imaginario. Paradójicamente, ese elemento
fantástico nos confirmaba la realidad.
Analizamos
palabra por palabra del mensaje y tratamos de encontrarle algún sentido. Pero
el texto no aludía a nada concreto que pudiéramos relacionar con nuestra
investigación. Se refería a algo inminente, algo que estaba a punto de ocurrir-
todos presentíamos que era algo importante- y que alguien temía que no llegara
a realizarse, aun cuando esa posibilidad fuese remota. Era suficiente para
estimular nuestra imaginación, ¿por qué no suponer que esa acción estuviera
relacionada con el mensaje del que yo era portador? Pero había algo objetivo,
tangible, incuestionable: sabíamos el nombre en clave de la operación. Para
nosotros BLACKFIRE sólo era un nombre, pero para ellos debía significar
mucho.
-Ahora
ya sabemos cuál será nuestro próximo paso -dijo Tracy con determinación-.
Quiero ver la cara de Orozco cuando le hablemos de Blackfire. ¿Qué hora es?
-miró su reloj-. Aún no son las ocho, perfecto, estará en su estudio. Iremos
ahora mismo Adrián y yo.
-¿No
sería mejor telefonearle antes? -apuntó a Itciar.
-Nos
arriesgaremos, Itciar. Tenemos que jugar el factor sorpresa.
Esta
vez nadie se opuso al plan de Tracy.
19
¿QUIÉN
MATO A ARTEMISA?
Tracy
conducía ensimismado. Para romper el silencio le pregunté si, a su juicio,
había hecho yo lo correcto al confiarme a Marta. Me dirigió una mirada rápida
antes de contestar.
-Qué
quieres que te diga, eso es asunto tuyo, puedes hacer lo que quieras. Tú mandas
en todo esto, esta es tu historia.
Como
ya lo iba conociendo, esperé con paciencia a que respondiese a mi pregunta.
-Ahora,
si quieres saber mi opinión -dijo un poco después-, me preocupa que nuestra
existencia se divulgue demasiado, hace más difícil actuar por sorpresa. Pero
por otra parte, cuanta más gente esté al tanto de nuestro embrollo, más difícil
será negar su existencia, si alguien se empeña en negarlo. Por cierto, te ha
sentado bien estar con tu mujer.
-¿Por
qué lo dices?
-Pareces
otro, Parker. Hasta se diría que le has cogido gusto a la investigación.
Visto
que no existía ironía en el comentario de Tracy, reflexioné un momento.
-Tal
vez estás en lo cierto. No es que haya perdido el miedo, ni que confíe
ciegamente en el éxito, es que todo esto está ocurriendo muy deprisa y mi
capacidad de respuesta está muy sobrepasada. Entonces sólo puedo pensar en la
acción por la acción en sí misma. No sé si me explico.
-Te
explicas muy bien.
-Esta
no es una situación normal para mí, ni para nadie, claro, pero estoy metido en
ella hasta las cejas y necesito tener una inusual rapidez de decisión que nada
tiene que ver con mis esquemas habituales de conducta. Entonces descubro que
soy capaz de comportarme de forma adecuada a las circunstancias, incluso con
cierta soltura, ¿comprendes? Y de alguna manera esto es satisfactorio.
-Quizás
esto es lo que querías vivir.
-Sí,
puede ser. Aunque nada podía estar previsto. No sé lo que hubiera hecho sin
vuestra ayuda, hora es ya de decirlo.
-Vamos,
Parker.
-No,
escucha, no es palabrería. Estoy comprobando que en eso que llamamos
situaciones límite -y esta no hay duda de que lo es- las valoraciones, digamos
más intelectuales, son perfectamente inútiles. Sólo cuenta la solidaridad, el
recurso primario de la mano a que agarrarse.
-Entiendo.
En alguna medida también ha contribuido Marta, ¿no?
-Quizá...
Hoy he descubierto en mi ex-mujer cosas que desconocía.
No
volvimos a hablar hasta llegar a nuestro destino.
La
luz oblicua del crepúsculo arrancaba reflejos rojizos de los muebles y creaba
una atmósfera de sosiego en el despacho del arquitecto. Orozco escuchaba con
aire profesional mientras se tironeaba discretamente de la barba. Las orejas
puntiagudas, el cráneo liso y la tupida barba le asemejaban a un gnomo. Visto
de cerca se advertía que la calvicie le hacía aparentar más edad. Sentado en un
sillón de enorme respaldo y tras aquel gran escritorio, comunicaba una curiosa
sensación de insignificancia. Habíamos vuelto sobre el tema de la firma
catalana -esta vez se trataba de edificar una planta de cosméticos- sin que por
el momento el hombre mostrase ningún recelo. Yo tenía los ojos ocultos por unas
gafas de sol, ya que cabía la posibilidad de que mi cara le resultase familiar,
pero el pequeño gnomo no daba muestras de reconocerme.
Tracy
prolongó su interpretación de nieto del Sr. Calafell hasta que Orozco pidió
detalles concretos. Entonces cambió su actitud de manera radical.
-Veo
que está usted interesado. Es una lástima, porque el proyecto es totalmente
imaginario -dijo con desparpajo el muchacho .
-¿Perdón?
-parpadeó el arquitecto, quizás sorprendido más que nada por el cambio de
acento de Tracy.
-En
realidad hemos venido a negociar.
-Me
temo que no comprendo.
-Lo
comprenderá enseguida. Queremos hablar de Artemisa.
Le
observamos con atención, pero Orozco no hizo ningún gesto revelador.
-Sigo
sin entender -dijo con voz neutra.
-Estoy
seguro de que comprende.
-Bien
-dijo levantándose a medias-. Es evidente que se trata de una confusión. Por lo
tanto...
-No
hay confusión. Hablemos de Artemisa. ¿O prefiere que hablemos de los Amigos de
la Música Barroca?
Orozco
abrió la boca, la cerró y volvió a sentarse.
-¿Pero
qué demonios...? -murmuró.
En
ese crítico instante se abrió una puerta y se asomó a la habitación un hombre
en mangas de camisa.
-Ah,
perdona, Pepe. No sabía que estabas ocupado.
Orozco
pareció que iba a decir algo, pero se limitó a asentir con la cabeza. El otro individuo nos saludó con un gesto y
desapareció, pero Orozco había aprovechado la pequeña pausa para recuperarse.
Nos contempló despectivamente y dijo con voz tranquila:
-Son
de la prensa, claro -. Casi esbozó una sonrisa y continuó-: Claro, periodistas.
Lo que no me explico es a qué viene toda esa invención del principio. Desde
luego emplean unos métodos... Pues bien, están perdiendo el tiempo. Yo ya he
hecho una declaración sobre la muerte de esa modelo y no tengo nada más que
añadir. Ahora, si no tienen inconveniente...
Casi
había recuperado el dominio de sí mismo, aunque le delataban las gotitas de
sudor que brillaban en su calva. Tracy no se movió y le miró impasible.
-¿Hablamos
entonces de los Amigos del Barroco? ¿También ha hecho ya una declaración al
respecto?
-¿Por
qué insisten? -se alteró el arquitecto-. ¿Con qué derecho investigan mi vida
privada? -Luego, más calmado, añadió-: Soy... soy miembro de una asociación
musical perfectamente legal.
-¿Legal?
Es posible, aunque realizan unas curiosas grabaciones que convenientemente
descifradas... -Tracy se inclinó hacia delante y le espetó-: ¡Blackfire!
¿Quiere que hablemos de eso?
Orozco
palideció y se pasó la mano por la calva. Súbitamente extendió una mano hacia
el teléfono. Tracy, con audacia, sujetó el auricular.
-¿Qué
trata de hacer?
-¡Voy
a llamar a la policía!
-¡Hágalo!
-Tracy se cruzó de brazos-. A la policía le gustará examinar determinada cinta
encontrada en su casa. Y a propósito, no somos periodistas.
La
mano de Orozco, siguió engarfiada, inmóvil, sobre el teléfono y Tracy aprovechó
su indecisión:
-Vamos
a ver si es posible hablar con tranquilidad. Le diré como están las cosas. Hay
una mujer muerta y nos consta que usted sabe más de lo que ha dicho. Es
evidente, por otra parte, que usted está mezclado en asuntos poco claros, como
lo demuestra la casete que está en nuestro poder. Sabemos que ambos asuntos
están relacionados. Por lo que se refiere al crimen, hay un presunto culpable: este
hombre-. A una seña de Tracy me quité las gafas oscuras-. Nosotros sabemos
que no es culpable y usted también lo sabe. Por tanto, podemos negociar. Usted
nos ayuda y nosotros le ayudamos. ¿Qué me dice?
De
pronto advertí que la argumentación de Tracy era inconexa y no resistiría el
más mínimo análisis. Pero para Orozco las cosas estaban bastante más claras.
-¿Qué
quieren saber? -dijo retirando la mano del teléfono.
-Así
es mejor. Sólo queremos saber una cosa: ¿quién mató a Artemisa?
-No
lo sé.- El hombre se retorcía las manos con nerviosismo.
-Vamos,
Orozco, es evidente que sí lo sabe. Quizás fue usted mismo.
-¡No!
-¿Quién,
entonces?
-No...
no puedo decir nada.
-Mire,
no queremos perjudicarle ni entrometernos en sus asuntos. Pero queremos
entregar a la policía al asesino. ¿Quiere ayudarnos? En caso contrario nos
veríamos en la necesidad de divulgar lo que sabemos.
-Pero
ustedes no saben... no comprenden en donde se están metiendo. ¡Juegan con
fuego! ¡Les aseguro que corren un gran peligro!
-Me
parece que usted si está en peligro. Sobre todo si se descubren las torpezas
que ha cometido.
El
arquitecto miró a Tracy con los ojos muy abiertos y casi sonrió.
-Están
locos. Por un momento me han desconcertado. Se creen muy fuertes porque conocen
algunos datos dispersos. ¡Qué estupidez! Eso no vale nada. Nada, se lo aseguro.
Los aniquilarán, se desharán de ustedes sin el menor esfuerzo. Y además vienen
aquí amenazándome. ¡Podría hacer que los detuvieran ahora mismo!
-No,
Orozco, usted no va a hacer eso -dijo Tracy imperturbable-. Va a cooperar,
porque si a nosotros nos ocurre algo, usted también va a salir perjudicado.
Ahora - Tracy se puso en pie- nos vamos, pero queda advertido. Tiene tiempo de
pensarlo hasta mañana. Nosotros le llamaremos.
El
arquitecto se quedó quieto mientras salíamos de la habitación. No cruzamos
palabra hasta llegar a la calle y subir al coche. Tracy se alejó con rapidez.
-¿Has
pasado miedo? -preguntó.
-Bastante.
-Yo
también -sonrió Tracy-, sobre todo al final.
-¿Crees
que sus amenazas pueden ser ciertas?
-Es
muy posible, Parker. Debemos estar atentos.
-Pero
le has presionado al máximo. ¿Crees que dará resultado?
-Una
cosa es cierta, él también estaba asustado.
-Sí,
pero sospecho que no es de nosotros de quien tiene miedo –dije y Tracy asintió
con la cabeza.
El
grupo estaba en silencio y había en el aire un clima de ansiedad. Tracy
observaba la calle en sombras a través de la ventana oval, Daniel comía con
desgana una hamburguesa, Itciar y Jaime estaban callados y quietos, y yo ojeaba
sin interés los libros de Tracy. El tiempo transcurría con lentitud y yo
hubiera dado algo por tener un poco de acción: sólo la imprescindible para no
tener que pensar. No es imposible actuar en el absurdo, pero reflexionar dentro
de él puede volverlo a uno loco. El problema era que, por el momento, habíamos
agotado todos los posibles caminos y sólo cabía esperar. El teléfono causó un
momentáneo sobresalto. Era Marta. Le dije que estaba bien y que por teléfono no
me atrevía a ser más explícito. Entonces me pidió que pasara la noche en su
casa. Tracy no puso objeción y Daniel se ofreció a llevarme. Cuando salimos
llovía y por alguna razón me sentí melancólico.
Estaba
solo cuando desperté. El despertador marcaba las 10,35. Marta debía haberse
levantado mucho antes para acudir al trabajo. Aún soñoliento, recorrí el cuarto
con la mirada. Había también allí una dolorosa mezcla de cosas nuevas y
antiguas, pero, por encima de cualquier pasado o presente, se percibía en el
ambiente la presencia de Marta. La situación era anómala: me había convertido
en el amante de mi propia esposa. Era una curiosa combinación la de sentir
celos de que mi mujer viviera con otro hombre y, al tiempo, satisfacción porque
le hubiera traicionado conmigo. Por la noche no había obtenido de Marta demasiadas
justificaciones, ninguna para ser exacto. Insistió en su libre albedrío para
manejar su vida, sin querer sacar conclusiones de nuestro encuentro y, mucho
menos, oír hablar de proyectos. Mi actitud fue exactamente la contraria: la
conmoción que para mi precario equilibrio había supuesto volver a hacer el amor
con Marta, demandaba con un urgencia un análisis de sentimientos, una cuota de
explicaciones razonadas. Ante el fracaso, y como al parecer en los tiempos que
corrían nadie estaba dispuesto a aportar un mínimo de cordura, me desentendí
del problema y me dispuse -ya tenía hecho el hábito- a esperar acontecimientos.
Después
de ducharme fui a la cocina a preparar café. Allí encontré una nota de Marta en
la que sugería comer juntos y que, en cualquier caso, la llamara a la oficina.
Se despedía con un beso y añadía instrucciones para hacer funcionar la
cafetera. Había también una llave del piso. Encontré un cierto aire conyugal en
la nota y un solapado intento de recuperar pasados dirigismos.
Aún
no había terminado de desayunar cuando llamó Tracy.
-¿Adrián?
-Sí,
Tracy. Buenos días. ¿Alguna novedad?
-Sólo
una: Orozco se ha suicidado.
La
consternación se había apoderado del grupo. Sólo Cortés estaba excitado y
desbordaba vitalidad. Nada más conocer el suceso había telefoneado a Itciar y
ésta a los demás. Nos hallábamos reunidos en una cafetería próxima a El Diario.
La noticia había saltado temprano. Una asistenta había entrado en el chalet de
Orozco a las ocho de la mañana, como solía hacer a diario, y había comenzado su
tarea por las habitaciones principales. Al penetrar en uno d los cuartos de
baño había notado una sombra en la bañera y al descorrer la cortina casi se
desmaya. El cuerpo sin vida del arquitecto colgaba de la ducha: se había ahorcado
con el cinturón de su albornoz. Cuando pudo recuperarse la asistenta llamó al
091 y la policía avisó a Peña, el socio de Orozco, quien reconoció el cadáver y
se encargó de avisar a la familia del arquitecto que se encontraba en una playa
de Levante. Por lo que Cortés pudo saber, Orozco llevaba varias horas muerto y
al no haber signos de violencia ni desorden en la casa, la policía descartaba,
en una primera impresión, que hubiera habido intervención de otra persona.
Parecía que José Orozco se había quitado la vida; la ausencia de una carta
explicativa no era, a juicio de Cortés, razón suficiente para dudar del
suicidio.
-Y
sin embargo yo no creo que se haya suicidado -afirmó Tracy.
-¿Por
qué? -quiso saber Daniel-. La concatenación es perfecta: Orozco fracasa en
eliminar a Adrián y es amonestado por ello, nosotros lo oímos. Luego vosotros
le presionáis con la casete y la palabra
Blackfire. El hombre se encuentra entre la espada y la pared y es un pusilánime
que no sabe por donde salir. Conclusión: se quita de en medio.
-No
digo que no, Daniel, pero esa es precisamente la cuestión: que era un hombre
débil y temeroso. ¿Cómo reacciona cuando le amonestan? Se va corriendo a
reunirse con esa tal Luzdivina, su amante, su amiga o lo que sea. Es decir, se
siente desvalido y busca protección. Ayer, después de hablar con nosotros, es
posible que buscara de nuevo a esa mujer. ¿Qué puede hacer entonces? Pienso que
trataría de huir, de escapar, y si piensa en el suicidio, ¿cómo hacerlo?
¿Colgándose de la ducha? ¡Jamás! ¿Habéis pensado lo difícil que es ahorcarse
así? La altura es escasa y en caso de arrepentimiento es muy fácil apoyar los
pies en los bordes de la bañera o sujetarse en algún lado. Se han encontrado
suicidas colgados de sitios inverosímiles con los pies encogidos para acelerar
la muerte, pero eran locos, esquizofrénicos, fanáticos decididos a morir.
Orozco hubiera buscado una muerte sin sufrimiento, con narcóticos, por ejemplo,
o se hubiera arrojado al vacío.
El
silencio acogió la disertación de Tracy.
-El
razonamiento es bueno –dije yo-, pero no nos ayuda mucho. La cuestión es que
nos hemos quedado sin la gallina de los huevos de oro. Lo único que se me
ocurre es hablar con su amante antes de que lo haga la policía.
Los
muchachos aprobaron mi idea y Daniel y Jaime se ofrecieron para ir aquella
noche al club Malibú. Cortés, por su parte, reclamaba para sí algún
protagonismo e intentaba paliar el desánimo general afirmando que ahora
contábamos con el poder de la prensa. Tracy le cortó con brusquedad:
-No
seas ingenuo, Cortés. ¿Dónde crees que estamos? En este país a los poderosos
les da igual lo que publiquen los periódicos. Además nadie publicaría algo sin
pruebas y ese es nuestro caso.
El
periodista reconoció que sus jefes, tras el aparente interés inicial, se habían
mostrado remisos a que Cortés investigara una presunta relación entre la muerte
de Artemisa y la del arquitecto. Otra sugerencia de Rodrigo fue aceptada:
entraría en contacto con confidentes habituales de la policía a los que él
tenía acceso. Itciar se brindó a acompañarle.
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