Dijeron sus detractores que Giuseppe
Di Stefano cantaba con la voz abierta en el registro agudo, lo que afeaba el
sonido y perjudicaba la voz del cantante; sin embargo el siciliano llenaba los
teatros y entusiasmaba a multitudes. Dijeron los musicólogos que la dinámica de
su canto no era fruto del análisis musical sino a menudo un ejercicio de
hedonismo y seducción; pero nadie echaba en falta esos requisitos técnicos ante
la cautivadora sensualidad de su voz. Dijeron los críticos que perjudicó y
acortó la vida de su voz cuando incorporó el verismo a su repertorio; pero su
inigualable fraseo y la belleza de su "timbre luciferino" (Celletti)
le mantuvieron en el escenario durante treinta años. Di Stefano debutó en el
Met con la ópera Fausto, de Gounod. En el aria Salut! demeure chaste et pure atacó en forte el do de pecho (do4) y luego atenuó la voz hasta un pianissimo sobrenatural. Sir Rudolf Bing
dijo en sus memorias que fue el más bello sonido emitido por una garganta
humana que había oído en sus muchos años como manager general del Metropolitan
Opera House. Sin embargo el director de orquesta Leone Magiera dejó dicho que la
voz de Di Stefano era imperfecta porque, en contra de la técnica ortodoxa, cantaba
demasiado abierto por encima del passaggio.
No podemos evitarlo, nos encanta
erigirnos en jueces y decirle a la gente cómo tiene que hacer lo que hace. Lo
hacemos todos, pero de un modo más profesional y dogmático lo hacen los
críticos, verdaderos expertos en decirle a los artistas cómo deben ejercer su
talento. Hace años yo compraba y leía con fruición las publicaciones mensuales
dedicadas a la música clásica, sobre todo las revistas Ritmo y Scherzo, que
incluían una amplia sección de crítica discográfica. Aún lo hago de vez en
cuando. Estas dos revistas tenían en algunos temas criterios discrepantes que
siempre me sorprendieron. Por ejemplo, ninguna ponía en duda que Daniel
Barenboim era un pianista genial, pero en su faceta como director de orquesta
Scherzo oponía reparos; por el contrario para Ritmo el argentino era excelso en
ambos cometidos. Curiosamente ambas revistas coincidían en calificar el estilo del famoso director Herbert von Karajan como ampuloso, manierista y superficial; no obstante
reconocían que la referencia discográfica insuperable de la ópera La Bohéme era la
firmada por este director.
Uno podría preguntarse si en la música
-o en la vida en general- es preferible no desbordar lo establecido y ajustarse
a una supuesta perfección, o por el contrario dar rienda suelta a la inspiración,
a esa vibrante espontaneidad que nos arrebata aunque esté llena de defectos. En
1975 un jovencísimo Josep Carreras visitó a Giuseppe Di Stefano con motivo de
su debut en La Scala de Milan con la ópera de Verdi Un ballo in maschera. Carreras le confesó su preocupación, ya que
había una nota que no conseguía emitir de la manera adecuada. Di Stefano meditó
un momento y luego sonrió: "No tienes que preocuparte. ¿Sabes por qué?
Porque esa nota nunca sale bien". El viejo maestro no quiso darle un frio
consejo técnico al joven discípulo. Prefirió infundirle confianza y dejar que
fluyera libremente su espontaneidad.
Les propongo ahora ver y oír tres
vídeos. El primero, de 1944, es posiblemente la primera grabación de Di
Stefano, en la que interpreta Una furtiva
lagrima con una voz fresca y juvenil. No se distraigan con los crujidos y
ruidos parásitos de la grabación, propios de los discos de 78 rpm. El segundo
vídeo es de 1950 y proviene de un recital en la Ópera de San Francisco.
Giuseppe canta el aria de Fausto que fascinó a Rudolf Bing en el Met y
ejecuta-suponemos- un diminuendo
similar. Si el aria les resulta un poco larga, vayan directamente al minuto 4,
45. El tercer vídeo es de 1974, el año en que se retiró. Juzguen ustedes mismos
si la voz de Giuseppe Di Stefano, obviamente avejentada, había perdido un ápice
de su belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios siempre son bienvenidos y me ayudan a mejorar el blog