Pedante, según la RAE: "Persona
engreída que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en
realidad".
Aunque es fácil distinguir a un
pedante por cómo actúa, por su forma de hablar y opinar sobre las cosas, justo
es decir que siempre es un juicio subjetivo, pues el pedante no se considerará él
mismo engreído y acusará de pedantería a otro que le supere en engreimiento. (Siempre
habrá quien califique de pedante lo que escribo). Este vano alarde de erudición
puede manifestarse en diversos aspectos de la cultura, pero sin duda es más
evidente en la literatura. En la música, por ejemplo, sería comprometido
afirmar que tal compositor o tal intérprete acusan este defecto, y otro tanto
podríamos decir de la pintura o de cualquier otra manifestación artística.
Como se sabe, a comienzos del
siglo XX las artes experimentaron grandes cambios que quebraron radicalmente la
ortodoxia secular. Así, en Música, la Segunda Escuela de Viena rompió con la
tonalidad y desarrolló formas nuevas como el dodecafonismo, el serialismo y la
música atonal. En la Pintura, la desestructuración de las formas clásicas fue
más amplia si cabe, con la aparición del cubismo y de la abstracción como estilos
más rompedores. También alcanzaron los vientos del cambio a la Literatura, y más
específicamente a la novela. Los escritores trataron de subvertir la rígida
estructura de la narración decimonónica creando la novela experimental. Estos
cambios, como siempre ocurre, fueron en principio incomprendidos por el gran
público. Pero el tiempo suaviza las aristas, y lo que ayer era vanguardia hoy
está incorporado a lo cotidiano o está olvidado. Así, vemos ahora coexistir en la
Pintura lo abstracto con lo figurativo y en la Música la tonalidad con su
ausencia, sin discordias dignas de mención entre sus representantes y sin que
ninguna tendencia se atribuya la autenticidad absoluta.
Con la novela no ha ocurrido lo
mismo. No ha habido género literario más vapuleado desde hace un siglo: cada
estilo ha tratado de aniquilar al anterior, se han creado idolatrías indiscutibles
y excluyentes, se ha hablado del resurgir, del hundimiento y hasta de la muerte
de la novela. Y en este "suburbio de la discordia", en palabras de
V.H.Auden, algunos escritores (ahora hablo de España) se han nombrado a sí
mismos depositarios de las más excelsas esencias literarias y paradigma de lo
único que merece la pena escribir, desautorizando y tratando como apestados a los
que escriben de otro modo. Ellos no advierten que es muy quebradiza la línea
sutil que separa la originalidad de la pedantería. Escribí en otra ocasión
sobre declaraciones públicas del escritor Vila-Matas y la escritora Marta Sanz.
Esta última, a propósito de si hay o no literatura en las series televisivas,
escribe lo siguiente:
Hace tiempo, el adjetivo literario se
utilizaba indistintamente para consagrar o denigrar una serie como Yo, Claudio.
También existían novelas cinematográficas. Ahora, cuando se dice de una novela
que es literaria —pleonasmo más bestia que el de los sus ojos tan fuertemente
llorando—, casi siempre el significado es peyorativo. En nuestra movediza
sociedad líquida, la sinestesia no se usa como instrumento crítico, sino que
los géneros se hibridan hasta el punto de que no nos extraña esa categorización
—ontológica— de lo audiovisual como literario. Mezcla y mistificación se
constituyen en eslóganes de un mundo en el que el tajo de la desigualdad es
hondo: el imaginario de lo líquido, ecléctico y lábil es eufemismo estético de
una ética de la globalización donde todo tiende a ser igual excepto los
capitales para adquirir bienes. La opacidad y lentitud de la palabra literaria,
y el espesor connotativo de un texto que no solo sea una historia, definen lo
literario. No obstante, prevalece la inmediatez del consumo televisivo
—normalmente de pago—, la anorexia expresiva, la supremacía de la trama y la
sintaxis de las narraciones frente al relieve semántico de esa literatura que
hace del esfuerzo crítico e imaginativo, del tiempo del lector, un ingrediente.
En una ceremonia in de la confusión entre lo popular y lo elitista, en un falso
difuminado de los límites, nos fascinan la banalización de la literatura
sometida a la superficialidad de ciertos lenguajes audiovisuales y la
metamorfosis seudointelectual del entretenimiento televisivo. La consideración
de las series como literatura resulta cuestionable académicamente y se vincula
con una corriente de desprestigio de la palabra literaria por parte de lectores
que experimentan cierto aburrimiento sine nobilitate, o que no se molestan en
leer y cubren su cuota de prestigio cultural con Mad Men. Yo prefiero la
adaptación televisiva de El comisario Montalbano. Esa me gusta de verdad.
(Marta Sanz Babelia
Desprestigio de la palabra 20/9/14)
¿Comprenden a qué me refiero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios siempre son bienvenidos y me ayudan a mejorar el blog