lunes, 11 de agosto de 2014

Invierno del 62

Tiempo atrás solían definir los límites del mundo. El norte lo constituía la calle Diego de León, desde su arranque cuesta arriba en Serrano, un repecho en el que renqueaban los tranvías, hasta su disolución en una falsa plaza donde confluían Francisco Silvela y Conde de Peñalver. Esta última calle -antes Torrijos- descendía hacia el sur hasta entroncar con Goya, que era el contorno oriental del mundo, camino obligado para alcanzar uno de los más frecuentados puntos de encuentro, la intersección Torrijos-Goya-Alcalá. Allí, en la boca del Metro, junto a unas pañerías desaparecidas, se citaban con sus novias y sus amigos, haciendo frente al cierzo invernal que corría en aquella esquina. Torrijos o Conde de Peñalver fue siempre una calle de invierno y en Navidad se llenaba de casetas que vendían musgo y figuras para el belén. Frente a esa esquina, formando el vértice entre Alcalá y Goya, se alzaba majestuosa la cervecería de La Cruz Blanca, en cuya segunda planta se reunían a tomar café desde tiempo inmemorial. La calle de Goya delimitaba el mundo en su extremo sur y siempre fue muy frecuentada. Por último, el mundo se cerraba al oeste por la calle Serrano, que tenía su propio universo y sus propios habitantes. Fuera estaba el espacio exterior, aunque en ocasiones viajasen a otros mundos, como el planeta Fuencarral o el planeta Gran Vía.



¿Y dónde encontraremos cobijo
para la alegría o el simple bienestar
cuando apenas queda nada en pie
más que los suburbios de la discordia?
W. H. AUDEN

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