Ahora
resulta que mantener en España una Sanidad Pública de calidad no es posible y,
según algunos economistas, nunca lo fue, incluso en los años de esplendor
previos a la crisis. Ahora nos enteramos también de que, en el futuro, sostener
el Sistema Público sin dinero privado será inviable, porque hasta ahora el
Sistema no solo se ha financiado con los impuestos que pagamos usted y yo, sino
de impuestos y deuda. Y no es que este criterio sea patrimonio de la derecha,
sino que, según los expertos, un futuro gobierno socialdemócrata tendría que
aceptar los mismos postulados. También pasarían por el aro los Izquierdistas
Unitarios o los Poderosos de Iglesias, en el caso improbable de que llegaran a
gobernar. De no hacerlo así unos y otros, la actual Sanidad Pública degeneraría
en poco tiempo en la antigua Beneficencia General del Estado. O sea, en la
Medicina para pobres de comienzos del siglo XX.
Quien
esto escribe, que ha vivido desde dentro el ascenso y declive de nuestra
Sanidad Pública, le gustaría decir un par de cosas a esos esotéricos
economistas que cada día ofrecen una solución diferente para sanear la
economía. Antes de nada, un poco de historia. Puede decirse, salvo error u
omisión, que el germen de la Sanidad Pública nace con la Ley de Coordinación
Sanitaria promulgada en 1934 por la República. Y miren lo que son las cosas,
los vencedores de la Guerra Civil respetaron esta ley y desarrollaron sus
competencias en la Ley de Bases de 1944. Nació así la Seguridad Social y hacia
1965 se inició en España la construcción de grandes hospitales y se instauró el
sistema de Médicos Internos y Residentes y la vinculación de estos centros
sanitarios a la Universidad. Alcanzó la Medicina Pública tal esplendor en esos
años, que los mandamases y gerifaltes del régimen se operaban o curaban sus
males en los hospitales públicos, en la cama o habitación contigua a la del más
humilde obrero. Yo no sé cómo se financiaba entonces la Sanidad, pero sí sé que
fue una gran obra social, muy costosa tal vez, pero con seguridad más rentable
que construir aeropuertos sin aviones o autopistas de peaje vacías. Uno no
quiere colgarse medallas, pero durante unos años en este país se respiró un
aire social que mantuvo una Medicina Pública de alto nivel, un periodo en el
que médicos extranjeros venían a aprender a España.
Un día
llegó la democracia, y todos los demócratas españoles, que eran muchísimos a
pesar de que hasta entonces no habían hecho acto de presencia, dijeron: ¡qué
alivio, llegó la libertad! Y los que trabajábamos en la Sanidad Pública
dijimos: si con los fascistas esto iba bien, con los socialistas ni te cuento.
Grave decepción. Los sucesivos y democráticos gobiernos, fueran socialistas,
centristas o derechistas, multiplicaron la burocracia y restringieron los
presupuestos sanitarios. Pero sobre todo cometieron un terrible error:
transferir las competencias sanitarias a las Comunidades Autónomas.
Miren,
planificar la Sanidad de un país no es fácil, pero en principio es una cuestión
estadística. Por ejemplo: primero se determina cuántos trasplantes de corazón
por número de habitantes es necesario realizar en un año. Después se calcula
cuántas intervenciones anuales debe realizar un equipo quirúrgico para que sus
miembros adquieran la máxima destreza y el gasto sea proporcionado. Con estos
datos es fácil determinar el número exacto de centros de trasplante cardíaco
que necesita un país en un momento dado. ¿Han tenido en cuenta estos sencillos
cálculos nuestros sucesivos ministros de Sanidad? No. Cada consejero de Sanidad
de su respectiva autonomía ha dicho que no va ser menos que el de al lado. Si
ese trasplanta, yo también. Conclusión: se han cuadruplicado o quintuplicado
los centros dedicados a lo mismo, con un aumento desmesurado del gasto público
y, lo que es peor, centros que operan la quinta parte de lo que deberían
operar. La Sanidad no debió transferirse NUNCA, como no se transfirió la moneda
o el ejército; o al menos haberlo hecho de forma sensata.
De
manera que no nos vengan ahora con milongas los economistas dictaminando que
aquella Sanidad Pública de alto nivel es irrepetible. Antes de recurrir al
capital privado, que como es lógico quiere hacer negocio, nuestros políticos
deberían resolver el despilfarro sanitario de las Autonomías y estructurar una
ÚNICA Sanidad Pública para todo el Estado español. Esto les restará votos, pero
conseguirán dos cosas: profesionales mejor formados y una Medicina Pública
menos costosa y más eficaz. De no hacerse así, los ministros franquistas (que
no necesitaban ser demagogos porque en una dictadura no se discute lo que
ordena un ministro) seguirán siendo un ejemplo, por vergonzoso que resulte,
para los insolventes gobernantes que nos ha tocado padecer.
No es porque sea yo tu hijo, pero joder que caña!
ResponderEliminarMándaselo como carta al director de El País o de El Mundo, sería divertido.