domingo, 16 de marzo de 2014

El cardenal Rouco Varela, en uno de sus discursos de despedida, ha denunciado “...una cultura mundana que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público”. Está en un error, porque para un hombre de occidente, en la actualidad, es muy difícil desprenderse del cristianismo. Toda nuestra cultura radica en esta doctrina: nuestro pensamiento, nuestra ética, nuestra moral, el arte, la política, la justicia o  cualquier forma de comportamiento se sustenta en las ideas cristianas. Incluso los no creyentes, los ateos, los agnósticos, aunque rechacen las religiones, no pueden dejar de ser culturalmente cristianos. “Sólo una cultura cristiana podía haber producido a Voltaire y a Nietzsche”, decía con cierta ironía T.S. Elliot.


Por tanto no debe afligirse el cardenal: el Dios de la religión es más útil en la intimidad de los personas, y lo público, quiérase o no, es culturalmente cristiano. Algo que Josep María Soler, Abad de Monserrat, entiende mejor: “Los cristianos no podemos pretender imponer nuestra visión antropológica en la sociedad plural, no podemos pretender que la moral cristiana se convierta en ley del Estado”.

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