El honor es un concepto abstracto y subjetivo difícil de
definir. Los diccionarios hablan de "Cualidad moral que lleva al
cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo". Definición
insuficiente, a mi juicio, ya que la
moral es en sí misma ambigua y cambiante. Creo que lo más cercano al
honor puede ser la dignidad, acaso porque la dignidad es un sentimiento instintivo
que no se atiene a normas ni a deberes. Es más fácil entender lo
que son el deshonor y la indignidad, por lo que suponen de agresión a uno mismo.
Cien años después de la Primera Guerra Mundial, los
historiadores nos hablan del deshonor de los oficiales de ambos bandos: "Con la única excepción de la joven
oficialidad británica, las bajas de esos años revelan una completa ausencia de
oficiales en combate. Mientras, la tropa era diezmada". (Gabriel Albiac, ABC). Según Eric
Hobsbawn en su Historia del siglo XX "los
únicos oficiales que cayeron en las trincheras del 14 fueron los británicos. Gran
Bretaña perdió una generación, medio millón de hombres, en su mayor parte de
las capas altas, cuyos jóvenes, obligados a dar ejemplo en su condición de
oficiales, avanzaban al frente de sus hombres y eran, por tanto, los primeros
en caer". Esto es honor o dignidad, o ambas cosas. Albiac recuerda a Freud,
quien en los juicios de postguerra (a los vencidos, claro está, nadie juzgó a
los vencedores) describe el trato que recibían los heridos: "Se trataba de
que en el hospital sufrieran más que en el frente, para que así pidieran
retornar al combate". ¿Tendrán que cumplirse otros cien años para que se conozca
el deshonor de la Segunda Guerra Mundial?
Ahora no hay guerra, pero sí deshonor.
¿No os recuerda este relato lo que está ocurriendo en este momento? ¿Quién
está pagando el tremendo precio
económico de esta crisis? Otra vez los oficiales no están sufriendo bajas, muy
al contrario, están aprovechando la crisis para aumentar su poder.
El deshonor sigue siendo la lacra
de la clase dirigente de esta vieja Europa.
Puede que ningún pueblo nos haya demostrado de una forma tan clara y significativa el concepto del honor como el japonés. En el Japón feudal, la casta de guerreros, los samurai, juraban servir bajo las órdenes de un señor. Si un guerrero cometía un acto que avergonzara su honor, si fallaba a su señor, debía pagar un precio para lavar su vergüenza. Dependiendo de la gravedad de su falta este precio podría ser su propia vida o la amputación de un dedo, comúnmente el meñique o el anular. La amputación de los dedos se explica en el código del guerrero: el sable japonés, la katana, se esgrime con las dos manos y el meñique es el último dedo que cierra la mano en torno a la empuñadura de la espada. Al perder el meñique el samurai perdía también fuerza en la sujeción de la espada y en consecuencia destreza en combate. Dicho de otro modo, se encontraba en una posición más vulnerable con respecto a sus enemigos. Lo cual a su vez acrecentaba la dependencia hacia su señor.
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