En un artículo
reciente, Las bandas de la banda ancha, (El País, 23/12/2013) Javier Marías
se siente estafado por las eventuales descargas gratuitas de sus libros desde
Internet y la consiguiente disminución de las ventas en papel de sus novelas.
No digo que le falte razón, pero ¿quién tiene la culpa de que esto ocurra? Les
cuento mi propia experiencia. Durante toda mi vida he comprado libros -en
papel, claro, no había otros-, y por lo menos en tres ocasiones, por falta de
espacio, he tenido que aligerar mi biblioteca regalando o donando los
ejemplares descartados. Otro tanto me ha ocurrido con la música. Tengo una
discoteca de casi 3000 discos, cedes originales, y no contabilizo los antiguos
LP que también ocupan lo suyo.
Luego vinieron
los ordenadores, Internet, los primitivos modems y por último la banda ancha,
esa que tanto molesta a Marías. Y un día parecieron los libros electrónicos.
Eran cómodos, pesaban poco y podían almacenar una cantidad insospechada de
libros que, en papel, hubieran ocupado un espacio considerable en nuestras estanterías. Hasta aquí, nada
perjudicial para los escritores: los libros se compraban y se descargaban de
determinadas páginas web sin mayor problema. Es verdad que el precio de los libros
en formato electrónico, en comparación con su costo en papel, resultaba (y
resulta) un poco elevado: si el precio de un libro encuadernado es 24, 90 euros
(éste es un ejemplo real, aunque hay mucha variación) y el mismo, en formato
e-book, cuesta 17 euros, uno piensa que no hay proporción entre los gastos
editoriales de uno y otro. Si además estos libros vienen por lo común
encriptados y en diferentes formatos, de modo que solo se pueden leer en un
determinado aparato y en un solo ordenador, y como consecuencia uno no los
puede prestar a los amigos, como hacíamos antes con los libros de papel,
resulta que comprar un libro virtual no es que sea caro, es que es carísimo.
Un día
aparecieron las páginas de descarga gratuita: libros, música, películas,
series... No voy a repetir lo que todo el mundo conoce, las polémicas sobre los
derechos de autor, las leyes antipiratería, la clausura de algunos servidores,
etc. Fue como ponerle puertas al campo. Pero eso no es lo que aquí se discute.
El lector corriente, el usuario de Internet, no pinta nada en esos discursos.
Si hay un vacío legal, si los estados no pueden domesticar la fuerza de la red,
es problema de ellos; la gente no tiene la culpa y se limita a coger lo que le
ofrecen. Porque vamos a ver, ¿hay delito en aceptar lo que a uno le regalan?
Para mí no constituye un latrocinio ni un problema ético realizar descargas
gratuitas de Internet, ni tengo conciencia de estar estafando a nadie. Tampoco
necesito justificarme con el argumento -muy extendido- de que bastante
sobreprecio hemos tenido que pagar antes de las "descargas ilegales".
Cuando he tenido que pagar (y tengo, porque sigo comprando libros y discos) he
pagado; cuando me ofrecen algo gratuito lo acepto. Todo lo demás es hipocresía
y no me merecen consideración los que enarbolan el estandarte de una honestidad
ficticia.
Me parece
injusto que los escritores y los interpretes ganen menos (no tanto las
editoriales y las discográficas), y si en el futuro los gobiernos logran
erradicar lo que ellos llaman piratería informática lo aceptaré sin problemas,
pero hasta entonces continuaré siendo un descargador ilegal . A veces me
pregunto si esos escritores tan enojados son tan puros y solidarios como para
comprar siempre los libros que leen o se benefician alguna vez (aunque sea a
oscuras) de los mismos regalos informáticos que el resto de los mortales.
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